BARCELONA / La suntuosa voz de Larsson emociona con los ‘Wesendonck Lieder’
Barcelona. L’ Auditori. 22-05-2021. Anna Larsson, contralto. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya (OBC). Director: Kazushi Ono Obras de Saariaho, Wagner y Mendelssohn.
La contralto dramática Anna Larsson acaparó todo el protagonismo de este concierto ofrecido por la OBC, en el que cantó los inolvidables Wesendonck Lieder de Richard Wagner dentro de un programa que, dirigido por el titular de la formación, Kazushi Ono, se completó con Forty Heartbeats de la compositora Kaija Saariaho y la Sinfonía “Italiana” de Mendelssohn.
Ya hemos podido escuchar por estas latitudes la personal voz de esta cantante sueca en distintas ocasiones, entre otras, en el Palau de les Arts de Valencia –como Fricka en el Anillo de 2009 dirigido por Mehta–, en el Teatro Real –encarnando el rol de Kundry– o, incluso, como solista en el Requiem de Verdi que se celebró en la Catedral de Barcelona en memoria de la siempre recordada Montserrat Caballé. Su voz asociada a la música de Mahler –basta recordar las grabaciones de que nos legó Abbado o las de Dudamel–, Richard Strauss, y una de las cantantes que con más profundidad ha abordado la Erda de la Tetralogía –rol que le impulsó a la fama con su debut en 1997 en el Rheingold dirigido por Barenboim en Berlín y que ha encarnado en repetidas ocasiones–, afrontó en el Auditori los deliciosos Wesendonck Lieder en una versión que fue interpretativamente in crescendo.
La imponente presencia escénica de Larsson, su instinto dramático como actriz, el magnetismo que posee una voz bellísima en el centro vocal y que resulta muy ostentosa en los graves no alcanzó en el primer lied El ángel plena diafanidad en los agudos, aunque la suntuosidad de su color vocal se mostraría en su total dimensión con el lied En el invernáculo, aquella música indisociable al Preludio del último acto del Tristán y que cantó con una tremenda carga emocional. La melancolía, la dulzura en el fiato, el modo de apianar las notas en los finales de frase… una delicia que contenía toda la serenidad y reflexión expuesta con una proyección vocal prístina de la que la OBC se hizo partícipe en su ensamblaje bajo la batuta de Ono.
Y esta sublime musicalidad que irradiaba el bellísimo En el invernáculo tuvo su continuidad con una sentida versión de Schmerzen aquel soliloquio íntimo con una Larsson que hacía emerger con todo su instinto dramático los tormentos que emanan de este lied profundamente turbador. Su voz carnosa, elegante en la dicción, con un mesurado instinto dramático de belleza conmovedora, terminó por elevarse ante una onírica versión del inolvidable lied Träume, los sueños que se desvanecen con la palabra Gruft (sepulcro) con la que una Larsson fascinante culminaba esta emotiva versión de los Wesendonck Lieder.
Enmarcando los lieder wagnerianos el concierto se inició con la brevísima pero interesante obra Cuarenta latidos de corazón de Kaija Saariaho. Una página de cinco minutos de duración escrita en 1998 y que tiene la particularidad que dividida en doce apartados a modo de preludios su director puede escoger el orden de su interpretación. Dos latidos para dos hijas, un latido por haber nacido, tres latidos para tres compositores… y así hasta completar los cuarenta latidos que integran una composición de bellísimas texturas orquestales, bien resuelta por la OBC y Ono, quien en todo momento supo mantener la tensión de una composición que tiene la particularidad de que prácticamente nunca será interpretada con idéntica sucesión de los pasajes.
Más discutible podría ser la propuesta que orquesta y director ofrecieron de la Sinfonía “Italiana” de Mendelssohn. Ono apostó por una versión enfática, abierta, muy radiante en cuanto a sonoridad y que la cuarentena de músicos que integraron la orquesta solventaron siguiendo las pautas de su titular. Como si sirviera para descargar toda la tensión acumulada de los Wesendonck Lieder el lirismo que emana de esta sublime página del compositor alemán tuvo una cierta desmesura de energía en su inicio muy impetuoso, para alcanzar en el segundo movimiento un sentido más lírico, más poético y que interpretativamente fue lo más destacado de la versión. Esta entrega hacia una radiante luminosidad, nunca contenida, tuvo su máxima expresión en el saltarello que a momentos sonó por la vivacidad de tempi un tanto enervado. Una Italiana en la que Ono nos acercó a su vertiente más enfática y luminosa, dejando a un lado en líneas generales todo lo que acontecía a la contención.
Lluís Trullén
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