BARCELONA / La OBC inaugura temporada con música del siglo XX
Barcelona. L’Auditori. 4.10.2024. Temporada de la OBC. Núria Rial, soprano; Lucas Debargue, piano; Orfeó Català; Ludovic Morlot, director. Obras de Mompou, Gershwin y Ravel.
Las nuevas y mejores condiciones acústicas en las que se ha venido trabajando últimamente acogieron la inauguración de la nueva temporada de la OBC. Una serie de paneles oblongos en el techo y otros dos con forma de prismas en el hueco que en vano espera el órgano que debería llenarlo, eran los elementos perceptibles visualmente. Si hay más, en cualquier caso lo que importa es el resultado, francamente positivo para la audición del público y confiamos que no menos para la de los músicos entre sí.
Ludovic Morlot eligió para este concierto inaugural, al que no faltó el president Salvador Illa, unas músicas a las que, desde que tomó posesión de la titularidad de la orquesta y en declaraciones posteriores, brinda especial atención: música catalana y música del siglo XX y contemporánea. En esta categoría se encuentran la selección de canciones de Mompou (en orquestación de Albert Guinovart) y la Rhapsody in Blue de Gershwin. Por otra parte, Morlot es indudable autoridad en la interpretación de la música francesa, en este caso la sinfonía coreográfica del ballet Daphnis et Chloé que se escuchó en versión íntegra con la colaboración del Orfeó Català. La versión, señalaba el programa, era la revisada por el compositor británico John Wilson.
Lo que más nos gustó fue la obra central del programa, la Rapsodia de Gershwin, ofrecida en la versión para piano y orquesta sinfónica de 1926, la habitual en las salas de concierto. La actuación del pianista francés Lucas Debargue ofreció una rara combinación de marcada personalidad y comunión con el espíritu de la obra, lo que fue posible también gracias a la eficaz, cómplice concertación de Morlot. Contra lo que se suele creer, dice el musicólogo Tranchefort, “apenas hay verdadero jazz en la Rhapsody in Blue, sino una suerte de yuxtaposición –por otra parte, elegante y concisa- de fórmulas pianísticas salidas de la música popular americana y de un tratamiento orquestal variado.” Pero lo cierto es que, desde el inicio a cargo del endiablado solo en glissando del clarinete hasta el tutti final que afirma con contundencia el tema inicial de ese instrumento, quedamos capturados por la síncopa y el espíritu jazzístico de los temas. Esas características alcanzaron en la interpretación de Debargue una fuerza y excelencia que capturaron la atención del oyente en todo momento. Debargue –para él la técnica es cosa que se da por supuesta- arrolló en momentos ebrios de síncopa y vertió otros de verdadero lirismo, como destacó en la cadencia o ficción de improvisación, de una brillantez extraordinaria.
El concierto había comenzado con la interpretación de cinco hermosas y como siempre íntimas, calladas canciones de Mompou. Fueron, en la orquestación encargada por el Auditori a Albert Guinovart, Damunt de tu, només les flors, Jo et presentia com la mar, Pastoral, Cançó de la fira y Aureana do Sil. Prestó su voz la soprano Núria Rial. Sin ser la suya una gran voz, sobre todo para una sala de las dimensiones de la Pau Casals, sí fue suficiente para proyectar el intimismo de los textos apoyados en la fina orquestación de Guinovart.
Para el final quedó la pièce de résistance, la “sinfonía coreográfica en tres partes” Daphnis et Chloé de Maurice Ravel. La pre-novela de ese título, de atribución dudosa a Longo, que escribe en griego al final del siglo II d. C., además de antecedente de todas las pastorales y novelas pastoriles que encontramos en las literaturas europeas desde el Renacimiento, había tentado ya a bastantes músicos, entre ellos, Offenbach y el mismo Rousseau. Nada comparable a la fastuosa composición de Ravel, según Stravinsky “una de las obras más bellas de la música francesa.” Es la obra más extensa del compositor y aquella en la que emplea mayor cantidad de recursos instrumentales, algunos tan característicos como crótalos, castañuelas, pandereta, glockenspiel, triángulo, xilófono, celesta y hasta máquina de viento. Una parte importante de la partitura son las las vocalises cantadas por un coro a cuatro voces, en esta ocasión por el Orfeó Català.
Morlot dirigió con la autoridad que le otorga su conocimiento profundo de la partitura y la evidente empatía con su escritura. Los diversos “cuadros” de la narración merecieron diverso tratamiento de la orquesta; desde la “pintura” o “impresión” del hermoso prado inicial presidido por un solo de trompa excelentemente ejecutado hasta la bacanal final, pasando por las diáfanas escenas de danzas y las caricaturescas pinturas de los piratas, el enorme fresco fue conducido sin desmayo hasta la apoteósica conclusión. El Orfeó Català colaboró con solvencia, concertó bien, pero sus vocalises, si bien afinadas y a tempo, no se produjeron con la evanescencia y sfumatura esperables.
José Luis Vidal