BARCELONA / La Franz Schubert Filharmonia entre Chaikovski y Brahms, con una espléndida Midori
Barcelona. Palau de la Música Catalana. 30-4-2023. Franz Schubert Filharmonia; Midori, violín; Tomàs Grau, director. Obras de Chaikovski y Brahms.
Los azares de la programación han juntado en la misma velada dos obras cercanas en el tiempo, ambas estrenadas en Viena: el Concierto para violín y orquesta op. 35, de Chaikovski (1881), y la Tercera sinfonía op. 90, de Brahms, interpretada por primera vez dos años después. Pero pocas obras están tan separadas estéticamente. Años más tardes, en Leipzig, en 1887, tuvieron ocasión ambos compositores de conocerse y, al decir de Chaikovski, de emborracharse juntos. Lo cuenta el ruso en una carta que resulta preciosa como muestra de su particular (in)comprensión de la música del alemán: “Brahms es de lo más directo , carente de la más leve arrogancia (…) mas a pesar de mis esfuerzos no he sido capaz, ni lo soy ahora, de que me guste su música (…) Brahms carece en absoluto de invención melódica; sus ideas musicales nunca se desarrollan hasta llegar a una conclusión… [parece] como si el compositor se hubiera impuesto la tarea de parecer incomprensible y profundo.”
Lamentablemente no conocemos las opiniones de Brahms sobre la música de su contemporáneo, pero sí la del apóstol del “brahmsianismo”, el temible crítico musical Eduard Hanslick. Es Chaikovski mismo quien recoge su opinión: “dice [Hanslick] que mis obras son notables por su completa ausencia de gusto, su vulgaridad, su carácter bárbaro”. Y es precisamente el Concierto para violín el blanco de los feroces ataques del crítico: “[en] el final del primer movimiento el violín no toca : aúlla, grita ruge (…) se trata de música hedionda (stinkende Musik).”
Desde nuestra perspectiva actual nos resulta chocante esta recíproca (in)comprensión. El Concierto para violín de Chaikovski, una estupenda muestra del melodismo expansivo y arrollador de su hipersensible creador, comparte pacíficamente programa con la Tercera sinfonía de Brahms, una muestra de íntimo lirismo que encuentra en la severidad formal su vehículo de expresión adecuado.
Para que el programa funcione bien, los intérpretes deben estar dotados, entre otras virtudes, de flexibilidad estilística. Y de esto dieron muestra sobrada la Franz Schubert Filharmonia y su director Tomás Grau. En cuanto a la violinista Midori, que toca un Guarneri de 1734, dio una espléndida muestra de insuperable técnica, de virtuosismo refinado, de atenta concertación. Muchos fueron los momentos excelsos de una interpretación que provocó el entusiasmo del público: la introducción del tema del Allegro moderato por parte de la solista, la ingravidez al introducir también el segundo tema, el virtuosismo de la mejor ley en la cadencia y su entrega al final de esta al tutti; ya en la Canzonetta, el delicioso diálogo del violín con la flauta, con el clarinete haciendo el eco, y en el Allegro vivacissimo final la brillantísima sucesión de ritmos y volúmenes cambiantes, brillando con y sobre la orquesta…
En Brahms, orquesta y director no empezaron con la claridad esperable el Allegro con brio inicial, en parte porque los vientos tendían a sofocar las cuerdas, pero Grau sacó pronto a la orquesta de esa cierta confusión y dio con el tono de “majestad olímpica” (Lischké) en el desarrollo y la reexposición del tema. La exposición del tema inicial del Andante, un coral confiado a las maderas, dio prueba del buen estado de esta sección y también de las trompas (con un par de deslices sin importancia). Grau, que dirige con persuasión y experiencia cada vez más decantada, estuvo especialmente bien en el ataque del tema inicial por todas las cuerdas, logrando una sensación de inquietud muy acertada y, a través de pasajes agitados, llevó el movimiento hasta el final que Brahms quiso alejado de triunfalismos. Tomó buena cuenta el director de la indicación poco sostenuto e imprimió una calma transparente, meditativa… muy muy brahmsiana.
José Luis Vidal
(fotos: Martí E. Berenguer)