BARCELONA / La fastuosa música de Versalles en manos de Tharaud

Barcelona. Pala de la Música. Jueves, 30 de enero de 2020. Palau Piano. Alexandre Tharaud, piano. Programa: Obras de Jean-Baptiste Lully, François Couperin, Pancrace Royer , Jean-Henry d’Anglebert, Jean-Philippe Rameau, Claude Balbastre, Jacques Duphly.
El pianista Alexandre Tharaud acercó al Palau la música para clavicémbalo del Versalles de la plenitud del XVII -representada por Jean-Henry d’Anglebert y Jean Baptiste Lully- y del XVIII con François Couperin (Le Grand) y Jean-Philippe Rameau como adalides de otros artistas representativos del barroco francés. Este recital monográfico, que concentra buena parte del reciente trabajo discográfico de Tharaud titulado Versailles, nos ofrecía una retrospectiva de las músicas del período de los monarcas Luis XIV (le Roi Soleil) y Luis XV (le Bien-Aimé). Un arreglo del propio Tharaud de la Marche des turcs de Lully -divertimento extraído de la comedia-ballet Le Bourgeois Gentilhommne de Molière-, daba inicio a un recital en el que los trinos, grupetos, mordentes y demás endiabladas figuras ornamentales surgían sin parar, convirtiéndose en el caballo de batalla interpretativo del pianista francés.
El pianista Grigorij Sokolov- a modo de ejemplo paradigmático- ha ahondado en este tipo de repertorio, haciendo emerger del Steinway sonoridades mágicas entendidas bien como contrapunto, bien como opción alternativa a los sonidos clavicembalísticos consustanciales a la música de teclado de la corte versallesca. Y Tharaud ha entrado en la riqueza de matices que permite un piano moderno para realzar este juego ornamental de dinámicas, que se desprendían de una pieza de carácter como “Rappel des Oiseaux”– inscrita e la Suite en mi y que supone un homenaje a la Provenza que Rameau conoció en su juventud- o de la fascinante música de autores del XVIII, como Royer, Balbastre o Duphly, quienes han quedado injustamente relegados a un segundo plano.
El pianismo de Tharaud juega constantemente con una articulación de precisión extrema que nos recordaba poderosamente al de Zacharias interpretando Scarlatti -compositor del que, ya fuera de programa, Tharaud ofrecería tres piezas– destacando en todo momento las respectivas voces de manera pormenorizada y desgranando el discurso melódico con la máxima claridad posible.
El recital alcanzó momentos espléndidos, como en las obras del mentado Duphly La de Belombre, viva y profusamente ornamentada, o La Pothoüin, escrita en 1768 y caracterizada por un bajo ostinato sobre el que fluye una melodía de corte contemplativo.
Tharaud dio cuenta de su enorme talento con el célebre Le tic-toc-choc ou Les maillotins, con los rápidos movimientos de manos cruzadas, y supo adentrarse en la atmósfera refinada tan propia de los salones y palacios de l’Ancien Régime que desprendían los movimientos lentos de las colecciones de obras seleccionas d’ Anglebert y Rameau incluidas en el programa.
Más allá de la idoneidad o no de un piano moderno para afrontar estas obras,Tharaud nos convenció por el abanico de sutilezas desplegadas, consiguiendo unas interpretaciones portadoras de todo el refinamiento inherente al barroco de Versalles.