BARCELONA / Koroliov, divina austeridad para el ‘Clave bien temperado’
Barcelona. Palau de la Música. 02-II-2022. Evgeni Koroliov, piano. Bach, El clave bien temperado.
Tras sus interpretaciones en el Palau de El arte de la fuga (2016) y las Variaciones Goldberg (2019), el pianista Evgeni Koroliov retornaba a la sala modernista con otro de los grandes legados del compositor de Eisenach: los veinticuatro preludios y fugas que integran el primer volumen del Clave bien temperado. El nombre de Koroliov permanece indisociable al nombre de Bach, aunque sus versiones de Beethoven —de quien ha interpretado el monumental corpus de las 32 sonatas— Debussy o Ligeti (un admirador acérrimo de las interpretaciones del Bach de Koroliov) pudieran poner en duda dicha simbiosis musical. Lo cierto es que el pianista ruso volvió a sumergirse hasta los aspectos más conceptuales, a las facetas más introspectivas de una música que conoce plenamente desde su juventud —ya la interpretó en directo en Moscú más de cinco décadas atrás— y cuya grabación del año 2000 sigue siendo referencia obligada.
Koroliov lejos de plantear el orden tonal tradicional establecido de los preludios y fugas a base de cromatismos con sus distancias a semitono–Do mayor y su relativo menor, para luego pasar a Do sostenido mayor y menor, Re mayor y menor, etc.— propuso un orden basado en tres disposiciones de los acordes de séptima disminuida de Do, Re y Mi con sus relativos menores correspondientes. Concretamente, siguió el orden Do, Mib, Fa#, La, luego Re, Fa, Lab, Si y, por último, Mi, Sol, Sib y Do#, manteniendo de esa manera un tono y medio de distancia entre cada nota de los acordes y repercutiendo en que la transición de la sonoridad fuera más armónica entre tonalidades. Eso le permitió concluir el ciclo de los 24 preludios y fugas con la fuga a cinco voces en Do sostenido menor —cuarta de la serie tradicional—, que, escrita en el estilo ricercare, supone el momento más introspectivo del ciclo.
Koroliov volvió a ser el de siempre. Sin concesiones efectistas, austero, con unas sonoridades siempre comedidas y un casi imperceptible uso del pedal armónico, y recalando en lo más esencial de los contrapuntos, planteó un Bach meditativo, esencial y profundamente reflexivo. Hubo momentos que maravillaron a lo largo de su ejecución. Por ejemplo, la fuga a tres voces en Do menor (nº 2), con la transparencia que otorgó a las distintas entradas del impetuoso sujeto; los juegos de color planteados en el preludio en Mi bemol mayor (nº 7), con su carácter contrapuntístico, o la esencial interpretación planteada en el preludio en Mi bemol menor (nº 8), con sus acordes meditativos sobres los que discurre una melodía refinadísima. Koroliov se sumerge en Bach para abrazar el más mínimo detalle y, por ello, en piezas como la rápida articulación exigida en el final del preludio en Mi menor (nº 10) y su fuga a dos voces —única de estas características de la colección— no optó por un tempo desbocado, sino que dejó que la música avanzara con naturalidad sin querer entrar en un mero lucimiento personal.
Pero si de la interpretación del pianista ruso debiéramos destacar por encima de todo algún momento, nos quedaríamos con la serenidad que transmitió en el preludio y fuga en Sol menor (nº 16) y la claridad con la que acometió los contrapuntos y la escritura en canon de la monumental fuga en La menor (nº 20). Koroliov volvió al Palau —lo debería haber hecho meses antes pero la pandemia lo impidió— y escuchar su Bach sigue sigue siendo pura transcendencia.
Lluís Trullén