BARCELONA / Fiesta vocal pucciniana en el Liceu con Sondra Radvanovsky y Piotr Beczala
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 24.X.2024. Sondra Radvanovsky y Piotr Beczala. Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Directora: Keri-Lynn Wilson. Giacomo Puccini: arías, dúos y piezas orquestales de Le villi, Manon Lescaut, La Bohème, Tosca, Madama Butterfly y Turandot.
Han pasado cuatro años desde el histórico recital de la soprano estadounidense Sondra Radvanovsky y el tenor polaco Piotr Beczala que marcó el emocionado regreso del público al Gran Teatre del Liceu tras el cierre total provocado por la pandemia. Entre medidas de seguridad y con aforo reducido, la sensación de volver a disfrutar la ópera en el coliseo barcelonés convirtió el recital en una velada memorable. Los dos divos, que han protagonizado grandes veladas en el Liceu, donde cuentan con una legión de admiradores incondicionales, compartieron de nuevo el escenario del coliseo barcelonés en un concierto de homenaje a Puccini en el centenario de su muerte que repetirán el próximo domingo. Lo que parecía un concierto más, consagrado al repertorio más trillado del compositor de Lucca, se transformó, gracias a la entrega y emoción de las voces y a pesar de la más bien discreta dirección de la canadiense Keri Lynn Wilson, es una grandísima fiesta pucciniana que desató el entusiasmo del público.
Tras una insípida versión de juvenil Preludio sinfónico, Beczala rompió el hielo con una efusiva y bien fraseada Donna non vidi mai, de Manon Lescaut. El tenor polaco se mostró en gran forma, con una voz de desbordante lirismo perfectamente controlada y una pasión que fue a más a lo largo de la velada. Radvanovsky salió a por todas con una torrencial interpretación de Sola, perduta, abbandonata: la entrega y el temperamento dramático fue ejemplar, aunque con exceso de tensión y estridencia en los agudos. En lo musical, la morosidad de los tempi, con pasajes de exasperante lentitud, fue la tónica de la velada, con una dirección muy pendiente de las necesidades de la soprano y, en algunos momentos, no siempre bien cuadrada con Beczala, al que puso en apuros innecesarios.
La selección de hits de Manon Lescaut concluyó con una pálida versión del célebre Intermezzo, en el que brilló el violonchelo solista con expresividad y bello sonido. La orquesta, en muy buena forma tras el éxito de Lady Macbeth de Mtsensk y la Décima de Dimitri Shostakovich, bajo la dirección de Josep Pons, ofreció un buen sonido en una disciplinada actuación que podría haber dado mucho más de sí con una dirección más inspirada y atenta al refinamiento y opulencia de la orquestación pucciniana.
La temperatura lírica iba subiendo en cada intervención de los solistas, que consagraron el resto de la primera parte del programa a Tosca: Beczala estuvo bien en Recondita armonia y mejor, por la intensidad de los acentos y la emoción del canto, en E luceven le stelle; Radvanovsky regaló instantes preciosos en Vissi d`arte (un clásico en sus actuaciones liceistas), recogiendo la voz para atacar pianísimos de gran belleza, aunque remató la sublime aria con exceso de efectismo. Se entregaron a fondo en el dúo del primer acto, teatralizando la situación con un movimiento y una gestualidad que, si bien hacía más creíble el encuentro de los dos enamorados, acabó con algunos tics de comedia un tanto fuera de lugar.
En la selección de páginas de La Bohème que abrió la segunda parte quedó bien claro que Rodolfo es un papel ideal, por color, tesitura y efusividad lírica, para el gran tenor polaco: su exuberante Che gelida manina fue uno de los grandes momentos del concierto. Acostumbrada a papeles de mayor calado dramático, Radvanovsky resolvió con buen control de sus medios una página tan llena de matices delicados como Si, mi chiamano Mimì, pero pasó algunos apuros en el final del dúo O soave fanciulla, junto a un pletórico Beczala. Como descanso para las voces, Kery-Lynn Wilson ofreció una aparatosa versión de La tregenda (Le villi), algo pasada de decibelios.
El momento culminante del concierto para Radvanovsky llegó con Turandot: la intensidad, la vehemencia en los acentos, la paleta de colores vocales y la valentía y potencia de sus agudos dieron vida a una In questa reggia espectacular, recibida por el público con delirio. El tenor se entregó con agallas en el celebérrimo Nessun dorma y, posiblemente, habría sido un fin de fiesta más adecuado que las dos páginas de Madama Butterfly (Un bel di vedremo y el gran dúo del primer acto) que cerraban oficialmente el programa. Y en ellas quedó claro que Pinkerton es un papel muy adecuado para Beczala y que la fragilidad y ternura de Cio-Cio San en este bellísimo dúo casan poco con el temperamento, la fuerza y el instinto dramático de Radvanovsky.
Aunque podían haber seleccionado algunas páginas más del catálogo pucciniano, optaron en las propinas por otros repertorios. Beczala jugó sobre seguro con un aria que se adapta como un guante a su elegante estilo lírico y nunca falta en sus recitales: Dein Ist Mein Ganzes Herz, de la gran opereta El país de las sonrisas, de Franz Lehár. Por su parte, Radvanovsky apostó por Verdi luciendo voz, fraseo y potencia vocal en una antológica Pace, pace, mio Dio, de La forza del destino, que es la próxima ópera de la temporada liceista, del 9 al 19 de noviembre, con Anna Pirozzi y Samoa Hernández en el papel de Leonora, dirección musical de Nicola Luisotti y puesta en escena de Jean-Claude Auvray. El concierto terminó no con Puccini, el compositor homenajedado, sino con más Verdi: el popular Brindis, de La Traviata, con baile de los solistas incluido y palmas del público.
Javier Pérez Senz