BARCELONA / Farrenc se impuso a Mozart bajo la batuta de Laurence Equilbey
Barcelona. Palau de la Música Catalana. 15-VII-2021. Rosanne Philippens, violín. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Catalunya (OBC). Directora: Laurence Equilbey. Obras de Mozart y Farrenc.
El Palau de la Música Catalana acogió el pasado jueves el último de los conciertos del primer Festival Mozart Nits d’Estiu. Tenía como protagonista a la OBC, dirigida en esta ocasión por la francesa Laurence Equilbey. Por motivos familiares, la solista invitada para la ocasión, Veronika Eberle, tuvo que suspender la actuación y fue sustituida por la violinista holandesa Rosanne Philippens, en lo que suponía su debut con la orquesta catalana.
La OBC ha mantenido su apuesta de presentar a directoras invitadas; a lo largo de este último curso han sido hasta ocho las mujeres las que se han puesto al frente de la formación. Equilbey no dudó en aprovechar la ocasión, aunque estuviera fuera de contexto en un festival Mozart, para programar la Sinfonía nº 3 de su compatriota Louise Farrenc, quien fue, como apunta Aleix Palau en las notas del programa de mano, la única mujer que a lo largo del siglo XIX tuvo plaza en el Conservatorio de París.
Las notas de la obertura de Le nozze di Figaro empezaron a sonar en el Palau con una orquesta que se entregó desde un primer momento a solventar todas las vicisitudes que presenta esta magistral introducción operística. Sin embargo, Equilbey ofreció de ella una lectura excesivamente mecánica, poco atenta al matiz y enfocando todo hacia un sonido global. El preciosismo de los primeros pianissimi, que avanzan como un susurro, y la luminosidad del tema melódico que los sucede no terminaron de hallar cohesión: faltó comunión entre directora y orquesta.
Algo parecido podría decirse de la actuación de Rosanne Philippens, agravándose el problema por la premura con que se produjo la sustitución de la violinista solista. Cierta tirantez en la batuta, una apuesta muy romántica por parte de la solista y una orquesta preocupada por encontrar nitidez produjeron un desequilibrio de ideas, lo que imposibilitó que el Concierto para violín nº 5 de Mozart llegara a buen puerto.
Philippens es una violinista de trazo elegante, que se encuentra segura en esos momentos que demandan un fraseo cálido y que más que mostrar un alarde de virtuosismo apuesta por extraer la máxima belleza de los temas melódicos. Muy acertada en el segundo movimiento, le faltó congeniar con toda la vistosidad de colores rítmicos que directora y orquesta propusieron en el movimiento final. Ya fuera de programa, Philippens despidió su actuación con una pieza de George Enescu, en la que mostró destellos innegables de musicalidad.
Todo fue a mejor en la interpretación de la Tercera sinfonía de Louise Farrenc. La obra se inicia con un bellísimo solo de clarinete, al que poco a poco va sumándose la cuerda. Ello nos introduce en un mundo romántico, en la línea de Mendelssohn, con algún que otro destello mozartiano. Equilbey guardó lo mejor de su talento para las obras de su compatriota. Mucho más atenta ahora al matiz, la compenetración con los miembros de la orquesta alcanzó momentos muy bellos, sobre todo en la serenidad que emana del segundo movimiento. La fogosidad del Scherzo, con una cuerda que se mostró muy sólida a la hora de adentrarse en la estética pasional de la escritura de Farrenc (con empleo de sforzandi y efectos tímbricos de gran fortaleza sonora), condujo a un último movimiento en que el trabajo contrapuntístico, los cambios de modalidad y los distintos juegos de tensiones permitieron constatar el buen hacer de la OBC y de esta directora que tantos éxitos ha cosechado con la interpretación de la música coral.
Lluís Trullén