BARCELONA / ‘Eugenio Oneguin’, en un revelador montaje de Christof Loy y bajo la exquisita dirección de Josep Pons
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 27-IX-2023. Audun Iversen, Svetlana Aksenova, Alexey Neklyudov, Sam Carl, Victoria Karkacheva, Liliana Nikiteanu, Elena Zilio, Mikeldi Atxalandabaso, Josep Ramon Olivé. Dirección: Josep Pons. Director de escena: Christof Loy. Chaikovski: Eugenio Oneguin.
Tras veinticinco años de ausencia –las últimas representaciones se celebraron en el Teatro Victoria en 1998, durante la reconstrucción del teatro–, regresa al Gran Teatre del Liceu Eugenio Oneguin y lo hace por la puerta grande, con una coproducción con la Ópera de Oslo y el Teatro Real de Madrid que lleva el personal y fascinante sello escénico de Christof Loy y la exquisita dirección musical de Josep Pons. En el montaje, que abre la temporada, Loy centra su mirada en la psicología de los personajes, atenazados por sus deseos y anhelos en un espacio claustrofóbico.
El director de escena alemán divide el desarrollo de la acción en dos partes: la primera, bajo el título Solitude, ofrece el primer acto y parte del segundo, y se centra en la soledad de Tatiana, una joven que vive aislada en los libros y sueña con un amor puro y liberador. La segunda, Loneliness, comienza con el duelo entre Oneguin y Lensky, retrata el camino autodestructivo de un Oneguin condenado a la soledad por sus propios actos.
Fiel a su estética minimalista, Loy huye de tradicionalismos y, para plasmar el argumento de la novela en verso de Alexander Pushkin, sitúa las escenas líricas imaginadas por Chaikovski en una sala enorme –una muy eficaz escenografía única, firmada por Raimund Orfeo Voigt–, apenas decorada en la primera parte; vacía e iluminada con una potente luz blanca en la segunda, un espacio simbólico que muestra cómo se va cerrando el mundo vital de Oneguin. Entre los grandes aciertos teatrales destaca la escena del duelo, con ese abrazo de Oneguin a un Lensky que permanece inmóvil, a la espera del desenlace fatal. La exaltada acción coreográfica y las escenas corales –correcta respuesta de la formación liceísta–, adquieren gran fuerza teatral.
Desde el foso, Josep Pons envuelve la inquietante lectura de Loy con un fino trabajo orquestal, hilvanado con tempi muy mesurados y elocuentes silencios. La orquesta del Liceo se muestra en plena forma tras el paréntesis estival, atenta a los colores y los matices en una lectura exquisita por calidad del sonido, detalles y transparencia.
La clave del éxito de las propuestas de Loy radica en la capacidad actoral de los cantantes, pues los matices y perfiles psicológicos cobran absoluto protagonismo. Pero ese obsesivo afán por diseccionar el alma de los personajes choca en ocasiones con la natural efusividad lírica de Chaikovski. Su lectura, muy personal, fría e intelectual, se mueve lejos de la pasión y el pathos romántico, pero es muy reveladora.
Loy nunca transita por caminos trillados y exige un gran esfuerzo a los cantantes en la precisa caracterización de los personajes. Y en el primer reparto se nota esa disciplina, con muy buenos resultados. La soprano Svetlana Aksenova convence como actriz y ofrece una Tatiana con muy buenos momentos líricos, pero con graves pálidos y una proyección vocal irregular. El barítono Audun Iversen, muy entregado, es un notable Oneguin, que fue a más y brilló en la escena final. El tenor Alexey Neklyudov perfiló un Lensky de delicados acentos líricos, con un fraseo cuidado al detalle. Menos convincente estuvo el bajo Sam Carl como Príncipe Gremin; algo nervioso, no consiguió dar emoción plena a su gran aria.
Mikeldi Atxalandabaso estuvo sensacional como Monsieur Triquet, con una potencia y proyección admirables. En el resto del reparto, cabe hablar de corrección en las prestaciones de Viktoria Karkacheva (Olga) y Josep Ramon Olivé (Capitán) y cierta decepción en el rendimiento de Liliana Nikiteanu (Larina) y Elena Zilio (Filipievna).
Javier Pérez Senz
(fotos: David Ruano)