BARCELONA / Dudamel y Dueñas: música americana y desde América
Barcelona. Palau de la Música Catalana. 28-V-2024. Los Angeles Philharmonic; María Dueñas, violín; Gustavo Dudamel, director. Obras de John Williams, Gabriela Ortiz y Dvořák.
El concierto comenzó con espectacularidad, pompa y circunstancias… deportivas, a saber con la Olympic Fanfare and Theme que John Williams compuso sin demasiado entusiasmo como encargo de los Juegos Olímpicos de 1984. La fanfarria, convencional como el género pide, mostró ya la potencia y empaste de los metales de la Filarmónica angelina, una de las señas de identidad del conjunto.
Había expectación por escuchar a la violinista española María Dueñas, que venía precedida de fama y críticas óptimas. No defraudó: fue la encargada de la parte solista del Concierto para violín “Altar de Cuerda”, de la compositora mejicana Gabriela Ortiz (n. 1964), presente por cierto en el Palau. Lógicamente la obra, que se estrenaba en España, despertaba también el normal interés por lo nuevo. Es espectacular y superficial, pero permitió comprobar la calidad de la orquesta y el dominio de un Dudamel entregado, que consiguió destacar los méritos de la partitura, que no son muchos a despecho del entusiasmo con que fue acogida. La simple visión del conjunto orquestal ya nos daba pistas de por dónde iba a ir la cosa; destacaba una profusa percusión: al lado de los “convencionales” timbales, caja, gran caja y platos, se veían vibráfono, pandereta, plato suspendido, crótalos, maracas, gong, bongos, piano etc. etc. Las cuerdas y los vientos no se arredraron en una obra constantemente sacudida por un ritmo y unos ostinatos que todo lo dominaban. Había allí influencias de Stravinsky, quizá de Bartók y Ginastera, de Revueltas. Y es sin duda una obra americana: la nomenclatura de los tiempos, como “Morisco chilango”, o “Maya Déco” (¡casi un oxímoron!), los ecos de melodías autóctonas, la presencia de instrumentos indígenas, la citada percusión, todo caracterizaba de americana esta contundente música, un ejemplo de sobredosis de ritmo y una parquedad de melodía. Lo mejor fue la extraordinaria prestación de la violinista María Dueñas. Estaríamos tentados de decir que el espíritu de Paganini se hubiera reencarnado en ella. Tal derroche de técnica, tal virtuosismo nunca gratuito, tal autoridad concertando o en los difíciles momentos a solo, como intensas cadencias: todo el repertorio de lo que es difícil en el violín estuvo puesto al servicio de una obra difícil y a menudo ingrata. Solo por ella valía la pena atender a este Concierto para violín “Altar de Cuerda” de Gabriela Ortiz.
Música “americana” hemos dicho. En la segunda parte del concierto tuvimos lo que podríamos llamar música compuesta desde América, en este caso Nueva York, abierta a la influencia de elementos melódicos norteamericanos pero desarrollados por los métodos tradicionales de la tradición musical centroeuropea sutilmente renovada. Estamos hablando, claro está, de la Sinfonía nº 9 “del Nuevo Mundo”. De ella dio Dudamel una versión modélica al frente de la Filarmónica –tan americana– de Los Ángeles. El cuidado por el detalle, las transiciones, los diálogos de los instrumentos a solo o de los grupos instrumentales fueron tan estudiados, algunos compases lentos, precisamente de intervenciones de las maderas –flautas, oboes–, tan demorados que algunos pasajes adolecían de un cierto manierismo. Pero fue una versión grande, emotiva, sí, y muy inteligente.
El concierto había comenzado por una obra de Williams y acabó con un bis cuyo autor calló Dudamel con cierta simpática picardía, pero, dijo, “creo que lo van a recordar ustedes”. No tuvo que llegar al segundo compás para que el público, entusiasmado, reconociera… la música de Indiana Jones. Así que empezamos y acabamos con John Williams, lo que, tratándose de los Filarmónicos de Los Ángeles, es tanto como decir la marca de la casa.
José Luis Vidal
(foto: Toni Bofill)