BARCELONA / Catarsis con la ‘Novena’ de Gardiner
Barcelona. Palau de la Música Catalana. Viernes. 14 de febrero de 2020. Temporada Palau 100. Lucy Crowe, soprano. Jess Dandy, contralto. Ed Lyon, tenor. Tareq Nazmi, bajo. Monteverdi Choir. Cor de Cambra del Palau de la Música . Orchestre Révolutionnaire et Romantique. Director: John Eliot Gardiner. Beethoven: Sinfonía nº. 8, en Fa mayor, Op. 93. Sinfonía núm. 9, en Re menor, Op. 125, “Coral”.
John Eliot Gardiner ha llevado al extremo su ideal de la concepción sinfónica beethoveniana: catarsis pura. La elevación del efecto sonoro como medio, enarbolando un discurso cuyo desenlace debía culminar irremediablemente en una triunfal conclusión de la Novena y un estallido de emociones. El británico llevó al límite voces, cuerdas, metales, maderas y percusión para ser consecuente con una narrativa cuyo guión quedaba establecido en los dos primeros movimientos de la sinfonía. Una fuerza hercúlea, una energía desbocada debía golpear una y otra vez a unos oyentes atrapados ya por el vigor que irradiaba el Allegro, ma non troppo inicial y el subsiguiente Molto vivace. El efecto entendido incluso con un sentido maquiavélico, aunque servido de manera que permitiese admirar el detalle de cada fraseo de los oboes, del peculiar sonido de los metales, de unas cuerdas mágicas, capaces de alcanzar con extremo rigor el tempo exigido. Y el planteamiento consiguió que un Palau abarrotado despidiera puesto en pie a unos músicos que devolvieron también con aplausos el sincero tributo de la audiencia.
Pero vayamos por partes. Todo se iniciaba con la Sinfonía n. 8 en Fa mayor, que Beethoven gestó con inusual prontitud entre el verano y los primeros días de otoño de 1812, una ‘pequeña’ obra –acuñando el término beethoveniano- que rebosa optimismo y jovialidad, aunque dejando la puerta abierta a unos cambios de humor en el Allegretto scherzando o a la iridiscencia armónica del Trío, con unas trompas naturales y un sottovoce de los violonchelos (que estuvieron sensacionales a lo largo de la noche del viernes). Gardiner planteó una Octava llevada al límite de tempo, por momentos incluso enervada, con golpes de efecto rítmicos sobre los que brillaban con holgura las diferentes propuestas temáticas. Este derroche de energía engrandecía el discurrir de la sinfonía sin ocultar aspectos que en tantas ocasiones quedan oscurecidos (por ejemplo, los pizzicati de los segundos violines en el Allegretto Scherzando).
Y esta fuerza impulsiva que prevaleció a lo largo de la Octava tendría su continuidad en el ímpetu que emergió de los dos primeros movimientos de la Novena, provistos de todo su estilo heroico. Afrontada con la veneración debida hacia una obra que encuentra los valores musicales absolutos, Gardiner nos sumió en el vacío propiciado por el susurro inicial, ese intervalo de quinta entre violonchelo y segundos violines que, omitiendo el tercer grado, crea consecuentemente la paradoja mayor/menor. Todo desemboca en el tremendo unísono orquestal con el estallido del acorde en Re menor, y a partir de este momento Gardiner ya se había apoderado del Palau entero.
La gradación del sonido resultaba colosal, los motivos se sucedían sin que la vivacidad de los tempi concediera la mínima tregua, manteniendo en todo momento la tensión. Todo preparado para sucumbir ante el sublime Adagio, de una belleza y expresividad sin parangón, un oasis de placidez, de tregua sonora, con rubatos orquestales que se dilataban en el tiempo, alcanzando la categoría de lo sublime en el que fue uno de los momentos más emotivos de la noche. Pathos en estado puro.
Antes de comenzar el último movimiento se retiraron los asientos de violines y violas –tal y como se había hecho en otras sinfonías de la integral- para que tocasen de pie y no sucumbiesen sonoramente ante los vientos, la percusión y, por supuesto, ante el Coro Monteverdi, al que se le unió el Cor de Cambra del Palau. Correcta la intervención de los solistas (Lucy Crowe. Jess Dandy, Ed Lyon, y Tareq Nazmi, bajo de voz majestuosa) y de un soberbio coro que cantó sin partitura, las miradas siempre puestas en Gardiner.
El cuarteto vocal no dio su brazo a torcer ante los temibles escollos y las tremendas exigencias a las que Beethoven los somete. Por su parte, la respuesta coral resultó superlativa, dotando de sentido a cada una de las palabras del texto de Schiller en una lectura trepidante que, tras la doble fuga, se precipitó hacia un antológico prestissimo final repleto de fuerza, vehemencia, y jovialidad.
Era el desenlace donde se depositaban todas las emociones, el punto de encuentro de toda la narración de este ciclo de Sinfonías que Gardiner y su Orchestre Révolutionnaire et Romantique han llevado a cabo durante cinco inolvidables jornadas en el Palau.
Lluís Trullén
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