BARCELONA / Carmen, la fuerza teatral de Bieito y la lección de estilo de Pons
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 4-I-2024. Clémentine Margaine, Michael Spyres, Adriana González, Simón Orfila, Jan Ante, Carlos Cosías, Jasmine Habersham, Laura Vila, Toni Marsol, Felipe Bou, Abdel Aziz El Mountassir. Cor Infantil VEUS. Orquesta y coro del Gran Teatre del Liceu. Dirección musical: Josep Pons. Dirección escénica: Calixto Bieito. Bizet: Carmen.
Una doble y significativa efeméride acompaña el regreso al Gran Teatre del Liceu del montaje de Carmen con puesta en escena de Calixto Bieito que vio la luz en el Festival de Perelada en 1999, el mismo año de la reinauguración del coliseo barcelonés. Han pasado 25 años –eso es mucho tiempo en el mundo de la lírica– y su vigencia teatral resulta estremecedora: la violencia machista sigue siendo una lacra en una España que revive la crispación de los años de la transición en los que Bieito ambienta la obra maestra de Georges Bizet. En su lectura, de una fuerza teatral arrolladora, Carmen es una mujer independiente, empoderada y víctima de la violencia de género.
Hace 25 años, en la presentación del montaje original, Bieito recordaba esa fatídica frase –“la maté porque era mía”–, que resume el horror de una violencia execrable que, por desgracia, sigue aterrorizando a tantas mujeres en la España actual. En esa rueda de prensa estaba presente Luis López de Lamadrid, cofundador y director artístico del Festival de Peralada, que lideró junto al inolvidable Luis Polanco el encargo de esta producción a un joven Bieto que iniciaba así su ascenso en el mundo de la ópera. López de Lamadrid falleció el pasado verano y el Liceu dedica estas funciones a su memoria.
Con más de 220 funciones, Carmen, es una de las óperas más representadas en el Liceu; el éxito de público –doce funciones hasta el 17 de enero y apenas quedan localidades disponibles– certifica su gancho popular. También el éxito acompaña a este montaje (ya es un clásico), que volvió a la vida en 2010 en una coproducción del Liceu con La Fenice de Venecia, el Massimo de Palermo y el Regio de Turín que sigue viajando por todo el mundo, con ligeros retoques, los últimos para su estreno en la Ópera de Viena.
En esta nueva andadura liceísta, con Lucía Astigarraga como repositora, la magnífica escenografía de Alfons Flores, el vestuario colorista de Mercè Paloma y la poderosa iluminación de Alberto Rodríguez Vega funcionan con precisión en una lectura teatral sin fisuras que alterna momentos de carga poética y gran belleza visual –el torero desnudo a la luz de la luna bajo la poderosa silueta del toro de Osborne o la última intervención de Escamillo– y escenas de acción dirigidas con pulso magistral, entre Mercedes desvencijados, trasiego de mercancías de contrabando, legionarios con sobrecarga de testosterona y alcohol. El uso de símbolos como la cabina de teléfono, el mástil con la bandera española, el escenario circular que dibuja el impagable Lilas Pastia del veterano Abdel Aziz El Mountassir, o el citado toro de Osborne, son ya icónicas imágenes de este montaje.
Carmen es una ópera francesa de inspiración española y su identidad musical, con raíces en la gran tradición de la opéra-comique renovada con genialidad por Bizet, solo cobra su verdadera autenticidad cuando se limpia la partitura de sobrecargas de corte verista que distorsionan la belleza y los prodigiosos detalles de una escritura orquestal y vocal con identidad propia. Y esa defensa del estilo es la clave para disfrutar el trabajo de Josep Pons en el foso. De hecho, Carmen es un mundo aparte que sobrevive a la influencia de la ópera italiana y alemana con una orquestación de prodigiosas luces, colores y refinamiento, que Josep Pons pone en primer plano con admirable musicalidad. Esa defensa del estilo marca una lectura de factura impecable que cuenta con una orquesta atenta, dúctil, delicada y flexible en los acompañamientos, sin sobrecargas, que va ganando intensidad dramática hasta ese prodigioso acto final, con un coro entregado al máximo que brilla en ese golpe de genio teatral –una simple cuerda tensada en un escenario desnudo– que es Bieito en estado puro. Hay que destacar, por precisión y musicalidad, el gran trabajo del Car Infantil VEUS.
El trabajo como actores de los cantantes marca la diferencia en un montaje que no le pone las cosas fáciles por su exigencia de veracidad teatral. Y en el primer reparto las cosas marcharon razonablemente bien, mejor en el rendimiento teatral de los comprimarios que en los papeles solistas.
La mezzosoprano francesa Clémentine Margaine lució sus poderosos medios, con graves carnosos, homogeneidad y acentos intensos, dicción impecable, dominio del estilo y máxima entrega en una actuación que culminó con un dúo final estremecedor. Como retrato del personaje, y acorde con el mundo marginal que dibuja la puesta en escena, fue una Carmen de puro fuego, más vulgar que sensual. Pero canta de maravilla un personaje que domina plenamente. El baritenor estadounidense Michael Spyre brindó un Don José de gran consistencia, pero con cambios de color no siempre bien controlados y una emisión muy irregular. Como actor no pasa de discreto. El sonoro y brillante Escamillo del bajo menorquín Simón Orfila y la estupenda Micaëla de la soprano guatemalteca Adriana González –voz muy bella, delicados pianísimos y cálido fraseo– contribuyeron al éxito de una función con un extraordinario plantel de comprimarios. En su debut liceísta, brilló el barítono barcelonés Jan Antem con un Dancaïre de medios solventes, bien proyectados, gran musicalidad y acierto teatral, junto al magnífico Carlos Cosías, un lujo de tenor para el papel de Remendado y la soprano estadounidense Jasmine Habersham como Frasquita de arrolladora presencia. Otras tres voces con amplia trayectoria brillaron con impecables caracterizaciones: Laura Vila (Mercedes), Toni Marsol (Morales) y Felipe Bou (Zuniga).
Javier Pérez Senz