BAD WILDBAD / Un divertidísimo ‘Conde Ory’
Bad Wildbad. Trinkhalle. 27-VII-2024. Rossini en Wildbad – Festival de Ópera de Belcanto. Patrick Kabongo, Sofia Mchedlishvili, Diana Haller, Nathanaël Tavernier, Fabio Capitanucci… Direccion de escena: Jochen Schönleber. Dirección musical: Antonino Fogliani. Gioacchino Rossini: El Conde Ory.
Bad-Wildbad es una pequeña ciudad balneario perdida en lo más profundo de la Selva Negra, y aunque no hay monumentos destacables que visitar (aparte del famoso Palacio Termal, actualmente en rehabilitación…), el lugar es sencillamente excepcional, con el encanto de un arroyo que corta en dos el pueblo y el valle. Uno de los huéspedes del balneario fue Gioacchino Rossini, de ahí la idea de crear una “pequeña Pésaro” al norte de los Alpes. La dirección del festival (encabezada por Jochen Schönleber, que también se encarga de toda la puesta en escena….) ha tenido el valor de programar, desde hace más de dos décadas, obras a menudo raras del Cisne de Pésaro… pero esta edición de 2024 ofrecía dos títulos bastante comunes, Le Comte Ory y La italiana en Argel, junto a una versión concierto de la mucho más rara Masaniello ou le pêcheur de Naples de Michele Carafa (contemporáneo y gran amigo del compositor de Pésaro), porque el festival no está dedicado sólo a Rossini, sino al bel canto en general, como indica su título exacto: “Rossini in Wildbad – Belcanto Opera Festival”!
La primera obra del festival, el hilarante Comte Ory (1828), se basa en un argumento más bien desenfadado, lleno de situaciones ambiguas y ambivalencias escabrosas, al tiempo que despliega una partitura de un refinamiento poco común y un virtuosismo vocal superlativo. Esta discrepancia da lugar a una ironía constante y picante, que exige una gran dosis de brío e imaginación fantasiosa tanto por parte de los intérpretes como del director.
Digamos que esta velada nos encantó en todos los sentidos, con esta divertidísima producción (aparte de algunas escenas de más…), ideada por el maestro de ceremonias Jochen Schönleber; el director de escena alemán transpone la obra al movimiento hippy de los años 70 del siglo pasado, con el famoso ermitaño convertido en gurú de barba blanca (que, en la segunda parte, cambia por una peluca rubia y un escotado vestido rosa caramelo), multiplicando los signos de “paz y amor”, cruzando los dedos para formar una V. Reina sobre una multitud masculina vestida alternativamente de Rambo y de afro-lovers (con peinados rasta), y una multitud femenina con faldas coloridas típicas de la época (vestuario diseñado por Olesja Maurer). Una vez cogido el truco, seguir el espectáculo es un ejercicio entretenido. Los guiños irónicos, los disfraces, las bufonadas, los falsos suspiros: todo está deliberadamente magnificado, para subrayar el aspecto lúdico de la farsa rossiniana.
Un excelente reparto de cantantes-actores contribuye al éxito del espectáculo, empezando por el tenor congoleño Patrick Kabongo, estrella emergente del canto rossiniano y habitual del festival alemán, que superó todos los obstáculos de su papel con una facilidad desconcertante, permitiéndose el lujo de abandonar por un momento su insolente registro agudo por un falsete escandaloso al simular el “rapto místico” de Sor Colette. La bella soprano georgiana Sofia Mchedlishvili, muy comprensible y concupiscible objeto de sus delirios y deleites fallidos, puso su soberbia voz y su técnica impecable al servicio de un irresistible acto de comicidad en agudos estratosféricos. El Isolier de la mezzo croata Diana Haller, con su oscura y ardiente voz de terciopelo, apenas se disimuló (para subrayar aún más la ambigüedad), y tuvo una presencia escénica y vocal asombrosa, llena de nervios, un diablillo saltarín. En abrazos a tres bandas entre el engañado Conde, Adèle e Isolier, el trío poético de la noche se convirtió en una hilarante e inextricable escena de triolismo erótico en el lecho nocturno, mostrado aquí en sombras chinescas, que fue una de las buenas ideas de la producción.
La mezzo española Camilla Carol Farias retrató a una eficaz Ragonde, con sus locuaces lecciones morales, cuya sensual redondez vocal desmintió la seca castidad de sus palabras, guardiana de la fortaleza y de la moral. Con su eficacia habitual, el barítono italiano Fabio Capitanucci retrató a un Raimbaud primero rudo, luego borracho de vino, en busca de festín y vituallas, con una voluble air à boire en la tradición bufa, una especie de seguidilla desaliñada con vocalizaciones de borracho, a toda velocidad, donde estalla el virtuosismo de su generosa voz. En pocas escenas, el bajo francés sedujo al público con la belleza de su voz magníficamente timbrada, mientras que el actor se reveló igualmente excelente. La joven soprano japonesa Yo Otahara fue una Alice encantadora de escuchar, mientras que el coro de la Orquesta Szymanowski de Cracovia hizo gala de su maestría en un francés bastante bueno.
Por último, el maestro Antonino Fogliani –que no es otro que el director musical del festival– mereció mil bravos. Al timón de una excelente Orquesta Szymanowski de Cracovia, entusiasmó de principio a fin.
Emmanuel Andrieu
(fotos: Patrick Pfeiffer)