‘Auctoritas’ en el podio (10 años de la muerte de Claudio Abbado)
Este 20 de enero se cumplen 10 años de la muerte del milanés Claudio Abbado, uno de los directores de orquesta más importantes del último tercio del siglo XX. Formado inicialmente en Milán y después en Viena, con Hans Swarowsky (como Mehta, López-Cobos y toda una lista adicional de discípulos del que fue uno de los grandes docentes de la dirección orquestal del siglo pasado), Abbado tuvo una carrera brillante, culminada en la asunción de un reto que no era cualquier cosa: la sustitución de Herbert von Karajan en 1989, a la muerte de este, como titular de la Filarmónica de Berlín.
De personalidad tímida, poco amigo del relumbrón, la publicidad o las entrevistas, parco en palabras en los ensayos, gran defensor de la creación contemporánea, siempre creaba un ambiente “camerístico” en su forma de hacer música. Respiraba carisma en vez de autoridad, y de ahí que músicos con carreras significativas como solistas (desde Sabine Meyer a Natalia Gutman o Clemens Hagen) o instrumentistas de formaciones punteras como la propia Filarmónica de Berlín decidieran incorporarse a la orquesta del Festival de Lucerna, una agrupación de circunstancia (pero de lujo) para dicho certamen que, en su versión más reciente (después del año 2000), se basó en la Mahler Chamber Orchestra que él mismo había creado.
En el podio, sus gestos eran claros y directos, expresivos pero nunca aparatosos, con la mano izquierda dedicada, con ayuda del lenguaje facial, a indicar matices o acentos, mientras la derecha marcaba con precisión y nervio, pero sin aspavientos. Fue quizá uno de los primeros representantes de una forma menos autoritaria de ejercer la dirección, más encaminada a un liderazgo que no por desarrollarse mediante la persuasión era menos decidido o enérgico, pero sí se alejaba de un imperativo “ordeno y mando” que las orquestas modernas simplemente ya no estaban por la labor de aceptar. Y de esta forma, sus maneras en el podio corrían en paralelo a su carácter: elegante, expresivo, discreto, claro y sin afán de protagonismo.
Abbado encarnó la mezcla perfecta de rigor analítico y adecuada riqueza de expresión, sobre todo en su primera época, hasta mediados de los ochenta, con registros legendarios de Rossini y Verdi, pero también de repertorio sinfónico, desde Mendelssohn y Stravinski a Ravel, Debussy o Berlioz. Su época entre Viena (donde fue director de la Ópera) y Berlín arrojó también algunos resultados de espectacular perfección ejecutora, pero en las que más de una vez faltaba el calor expresivo de las anteriores… y de las posteriores. Con todo, lujos como la Khovanschina y el Boris de Musorgski, o la Elektra de Strauss son difíciles de olvidar. Cuando en el año 2000 fue diagnosticado de cáncer de estómago, muchos pensamos que aquel era su final.
En el retorno, en 2001, ese final pareció incluso más cercano por el aspecto demacrado, aunque la energía, como puede apreciarse en los videos, seguía ahí. Su espíritu y ganas de vivir le empujaron durante unos casi asombrosos 13 años más. Y, no creo que quepa duda alguna, aquel golpe tan duro del cáncer cambió muchas cosas en Abbado. Basta escuchar sus grabaciones anteriores del Requiem de Verdi (La Scala, 1980, o Viena, 1993) con la realizada poco después de su regreso tras el ataque y la cirugía del cáncer (Berlín, 2001) para encontrar un cambio profundo en esta, mucho más inclinada a que la carga emocional asome en toda su intensidad y crudeza. Algo parecido ocurre con sus ciclos beethovenianos. Los dos primeros, con la Filarmónica de Viena (1986-89) y con la de Berlín (1999-2000), brillantísimos e impecables, quedan lejos de la sorprendente energía, intensidad y nervio vital que tiene el siguiente que, con la excepción de la Novena (que es la misma del ciclo berlinés citado), se registró en vivo, en Roma, en febrero de 2001 (también disponible en DVD).
Entre los muchos cambios que se apreciaron en aquellos años, hubo también un giro a lo históricamente informado, que incluyó asumir la dirección de la Orquesta Mozart en 2004, una formación historicista recién creada con la que se acercó a Bach, Mozart y Schubert. También cambió su Mahler, y siendo sobresaliente el ciclo que grabó entre 1978 y 1995 en Berlín, Viena y Chicago (siempre con DG), no alcanzó la sobrecogedora intensidad de las grabaciones realizadas en Lucerna entre 2003 y 2010. Un ciclo en el que solo falta la Octava, que estaba planeada y hubo de cancelarse por la precaria salud de un Abbado que ya se apagaba. Pero un ciclo en el que hay muchas interpretaciones, con la Novena del año 2010 quizá a la cabeza, que cortan la respiración. Su canto del cisne fue una lectura, también espeluznante, de otra Novena, la de Bruckner, registrada en vivo en Lucerna en agosto de 2013, apenas unos meses antes de su muerte. ¡Hay tantas cosas que no podremos olvidar del magnífico quehacer artístico de Claudio Abbado! Entre ellas las joyas que pudimos verle en Madrid, como la Segunda de Brahms, la Fantástica de Berlioz, la Quinta de Mahler o aquel histórico Fidelio de Beethoven en el Real. Abbado nunca ejerció de divo, pero su auctoritas artística estaba, y sigue, fuera de toda duda.
Sirvan estos videos, de esos que merece la pena no dejar pasar, como recuerdo al gran maestro italiano, al que no gustaba que le dieran ese trato. Aunque no creo que nadie dude que lo era, y de qué talla.
Rafael Ortega Basagoiti
Mahler – Sinfonía nº 9 – Festival de Lucerna 2010:
Verdi – Requiem (Dies Irae y Tuba Mirum) – Orquesta Filarmónica de Berlín y Orfeón Donostiarra, 2001:
También pueden ver aquí el documental sobre Abbado de Paul Smaczny, Escuchando el silencio (subtitulado en español)