ASCAIN / Festival Ravel: Sol Gabetta y Bertrand Chamayou, el arte de un dúo cómplice

Ascain. Église de Notre-Dame de l´Assomption. 27-VIII-2022. Sol Gabetta, violonchelo. François Lazarevitch, flauta. Bertrand Chamayou, piano. Obras de Mendelssoh, Chopin y Von Weber.
En 2020 nace el actual Festival Ravel de la fusión de la prestigiosa Académie Ravel, conjunto de cursos musicales de verano al más alto nivel, y el Festival Musique en Côte Basque, que ofrecía una serie de conciertos con el pretexto raveliano en la región de Nueva Aquitania y, más exactamente, en torno a San Juan de Luz y cercanías. Esta lógica unión permite ofrecer una propuesta tanto artística como académica y establecer constantes puentes entre ambas desde una perspectiva común. ¿El mayor atractivo? Tener durante las tres semanas entre el 19 de agosto y el 11 de septiembre en un área geográfica relativamente pequeña a buena parte de las principales figuras de la música francesa presentando programas de gran interés y todo ello la mayor parte de las veces en marcos idílicos como son estos pueblecitos franceses y sus iglesias con galerías de madera a diferentes alturas.
En el precioso concejo de Ascain, la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción fue el marco para un muy apetecible concierto: la violonchelista argentina Sol Gabetta junto al pianista Bertrand Chamayou, sin duda uno de los más versátiles, elegantes e interesantes de su generación. Conocido es la inclinación de ambos por la música de cámara y el hecho de que, sin constituir un dúo estable, sus colaboraciones son frecuentes y periódicas y eso, se nota. Para este concierto con obras de Mendelssohn, Chopin y Carl Maria von Weber, eligieron un piano Chickeringde 1868 (de precioso color sonoro, por cierto) y cuerdas de tripa, cosa que es sin duda muy adecuada desde un punto de vista historicista, pero que quizá no vino bien al hermoso pero en ocasiones escaso sonido de Gabetta, o al menos no en ese recinto y con esa acústica.
Las Variaciones concertantes para violonchelo y piano op. 17 en Re mayor fueron compuestas por Mendelssohn en 1829, cuando ya había dado muestra de su maestría a pesar de su insultante juventud. Influida por las series de variaciones de Mozart y de Beethoven. Se trata de una obra absolutamente deliciosa que hace perfecto honor al calificativo de ‘concertante’, ya que no sólo ambos instrumentos comparten protagonismo y demandan igual grado de virtuosismo, sino que intercambian constantemente el papel de acompañante, a veces discretamente y la mayor parte de ellas, con una gran presencia. Un mismo estado de espíritu, una misma concepción de la obra, las mismas intenciones musicales, la expresión justa de ese romanticismo contenido en la forma pero apasionado en el fondo y un carácter desenvuelto y elegantemente jovial fueron las características de una interpretación realmente magnífica. Destacó la perfecta gestión de la tensión en una pieza tan breve, sobre todo desde la variación en modo menor hasta el final de la Coda, donde hay un constante vaivén expresivo, desde momentos muy dramáticos hasta la explosión pasando por pequeños remansos de paz.
Siguió esa preciosa e incomprensiblemente inhabitual Sonata para violonchelo y piano en Sol menor op. 65 de Chopin. Aunque el polaco era uno de esos compositores asociados a un instrumento, por el predominio absoluto que este tiene en su obra, hay que recordar que también escribió algunas obras de música de cámara y en ellas, asociado al piano, se encuentra prácticamente siempre el violonchelo. Estas páginas fueron dedicadas al su amigo Auguste Franhomme, el violonchelista más importante del momento, quien la estrenó en 1847 acompañado por el compositor. Gabetta y Chamayou incorporaron esta obra a su repertorio hace ya unos años, y si la complicidad en Mendelssohn había sido clara, en esta partitura de mayor envergadura se puede decir que hubo auténtica comunión. Desde ese primer movimiento, que tiene la extensión y la densidad de los otros tres juntos y que recuerda por momentos a su contemporánea, esa obra también inhabitual pero que se encuentra entre las páginas más bellas y profundas de Chopin que es la Polonesa-Fantasía op. 61, ambos intérpretes hicieron gala de un fraseo exquisito y de una expresión justamente apasionada, siempre manteniéndose en esa delgada línea que exige el polaco de mantener un cierto pudor dentro del Romanticismo pleno.
Fantástico el planteamiento a piano solo de esos temas que retoma después el violonchelo, con ese sonido bellísimo de Chamayou. Como en el Mendelssohn, destacó esa estupenda construcción del movimiento por tempestades y calmas hasta esa coda heroica. El aire de mazurca del Scherzo nos fue trasladado con toda gracilidad y también intensidad, especialmente en ese segundo tema lleno de lirismo en el que Gabetta dibujó un fraseo bellísimo. El Largo, tan contrastante en su simplicidad formal como en la manera de concertar a ambos intérpretes, puesto que siempre hay uno que canta el tema y otro que acompaña, sonó redondo, pleno y lleno de emoción antes de atacar el Allegro final. Este movimiento vuelve a tener cierto carácter de polonesa, aunque con una estructura mucho más sencilla que el primero que lo acerca a un rondó y donde los destellos puramente virtuosísticos son más frecuentes. Quizá fue en este movimiento en el que se echó más de menos un sonido más amplio del violonchelo, particularmente en las notas más graves. Lástima porque Gabetta es una intérprete de muchos quilates, con una afinación irreprochable y un cuidado exquisito del estilo. Grandioso ese final que cabalga hacia la exaltación y que entusiasmó al respetable.
Como última obra de la velada, el Trío para flauta, violonchelo y piano en Sol menor op. 63 de Carl Maria von Weber, compositor poco programado de forma también incomprensible e injusta. Para ello se unió al dúo el flautista François Lazarevitch, que también utilizó un instrumento histórico. Se trata de una obra muy bien construida y llena de inventiva melódica y cuyo carácter primeramente dramático va tornándose en amable y alegre a medida que avanzan los movimientos. Respecto a la flauta, la cuestión que se plantea es la misma que respecto que al violonchelo de cuerdas de tripa en este caso: ¿era la elección adecuada dada la acústica del lugar? Porque lo que está claro es que Chamayou fue extremadamente cuidadoso con sus dinámicas al acompañar. La realidad es que se oía poco la flauta y también diremos que, cuando se oía, no se percibían las intenciones de fraseo que, en cambio, eran clarísimas en el violonchelo y en el piano. Como se trata de una obra en la que los temas pasan constantemente de uno a otro y hay muchos acompañamientos a la tercera o a la sexta, tampoco fue demasiado grave la pérdida para la comprensión del texto, pero sí un tanto engorrosa para el disfrute.
Está claro que es difícil tenerlo todo: un marco bonito y agradable, condiciones acústicas idóneas, instrumentos adecuados e intérpretes de primera línea, así que lo fundamental fue disfrutar del arte de Gabetta y Chamayou y quedarnos con las ganas de volver a escucharlos.
Ana García Urcola
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