Antonietta Stella: verdiana de raza
Recientemente dábamos la escueta noticia de la muerte de la otrora famosa soprano Antonieta Stella. Cúmplenos ahora, con el reposo de las horas, extendernos con el fin de analizar su importante voz y de profundizar algo más en su técnica, sus métodos y sus peripecias artísticas. Porque el instrumento de esta cantante, nacida el 15 de marzo de 1929, era robusto, timbrado, caluroso, amplio y contundente. Cualidades que pudieron apreciar sus maestros del Conservatorio de Perugia, su ciudad natal, y los miembros del jurado del Concurso de Spoleto, que le concedieron el primer premio en 1949.
Fue el comienzo de una carrera imparable, que se inició seriamente el 27 de enero de 1951 en la Ópera de Roma con La forza del destino de Verdi junto a Mario del Monaco. Es curioso que en esos primeros pasos se enfrentara a papeles wagnerianos —que más tarde cultivaría poco— como los de Sieglinde de La walkiria en Bolonia y Elisabeth de Tannhäuser en Génova. En esta ciudad cantaría un año más tarde Amore dei tre re de Montemezzi. Su nombre empezó a sonar con más fuerza a partir de su gran éxito en el Maggio Fiorentino con Aroldo de Verdi, imponiéndose desde entonces, según un crítico, como “una de las voces más incisivas y dramáticas del momento”.
Su presentación en la Scala llegó en 1954 con la Desdemona del Otello verdiano. Volvió a Wagner en Roma en la piel de Elsa de Lohengrin y siguió penetrando en la obra del compositor de Busseto con Amelia de Un ballo in maschera, Elisabetta de Don Carlo y Aida (con la que debutó en el Covent Garden londinense muy poco después). El salto al Met de Nueva York se produjo en noviembre de 1956, en plena era de Rudolf Bing, con la esclava etíope. Ya en ese momento las críticas inglesa y norteamericana habían destacado la amplitud, la sonoridad, el calor de la voz, aunque a falta todavía, expresaba H. Taubmann en el New York Times, de una sensibilidad interpretativa más atenta, un mayor refinamiento sobre el plano del sentimiento y de la expresión. Y escribía que “sería una pena si la signorina Stella se contentara con lo que ha conseguido hasta ahora”.
Fue aplaudida en el mismo escenario con más fuerza al año siguiente como Leonora de Il trovatore y sobre todo con una Tosca dirigida por Mitropoulos. Al año siguiente, Stella se atrevió, también el coliseo neoyorkino, con heroínas de tesitura más problemática, como Violetta de La traviata o Butterfly. De esta, última, el mismo año, tras su representación en la Ópera de Roma, se alabaron la sinceridad de los acentos y el detalle de su actuación dramática, con movimientos muy precisos (que había estudiado con un director japonés). Se adentró en los años siguientes en algunos otros personajes de talante más bien dramático, como el de la Wally de Catalani. En el Teatro Massimo de Palermo debutó Luisa Miller en 1963 y regresó a la Scala con una triunfante Leonora de Il trovatore.
Había incluido ya otros personajes en su repertorio, como Maddalena de Andrea Chénier de Giordano y, curiosamente, Poppea de L’incoronazione di Poppea de Monteverdi. De todas ellas daba cumplida muestra, a veces, es cierto, sin llegar a calar del todo en las complejas psicologías, pero siempre ofreciendo una imagen vocal adecuada y ortodoxa, factor que la convertía en una intérprete segura y fiable. Aunque siempre tuvo sobre ella la losa de que la comparasen con Renata Tebaldi, algo realmente no tan raro, pues eran casi coetáneas y tenían el mismo tipo de voz, una lírica plena, con el tiempo lírico-spinto, y defendían un repertorio similar.
Está claro que tanto por repertorio, por disposición, por talante y por medios la comparación tenía que producirse. En detrimento de la perusina. Las galas y medios vocales de Tebaldi fueron comentados y descritos en estas páginas hace unas semanas. Releyendo lo escrito queda claro que Stella debía situarse en un peldaño inferior. Lo que no quita para que podamos hacernos eco en estas líneas de los atributos que la adornaban desde un punto de vista vocal; y físico, pues era una mujer muy guapa. El timbre era carnoso y vibrante, la emisión, muy canónica; el aliento, amplio; la extensión, suficiente. Por otra parte fraseaba con claridad, con ligereza y con convicción.
Stella grabó bastante y con primerísimos compañeros de reparto. Probablemente sus mejores logros los encontramos en la música de Verdi, y de ellos se han hecho eco algunos importantes críticos italianos, como Elvio Giudicci en su extenso libro L’Opera in CD e video – Guida all’ascolto (Il Saggiatore, Milán, 1995). Esto escribía Giudicci a propósito de la grabación de Linda de Chamounix de Donizetti de 1956: “A los 27 años, Stella ostenta un timbre cálido, pleno, compacto, de bellísimo y luminoso color, bruñido dramáticamente. Espléndida en las cálidas expansiones”. A propósito de la grabación de Andrea Chénier el crítico escribía: “La óptima profesionalidad de Stella no se limita únicamente a la emisión de una bella voz, sino que se aplica a la forja de un fraseo que, si bien no trascendente, posee mayores relieves que las del más monolítico de Tebaldi”.
“Timbre bello, más en notas de primera octava, emisión sólida, entonada, homogénea, agilidad gobernada con razonable pulcritud. Su límite reside en la genérica indiferencia con la que dibuja la línea vocal, en la falta de una variedad en el acento, que la excelencia de la dicción resalta en mayor medida”. Méritos que, con sus lados oscuros servirían hoy para colocar a Antonietta Stella en lo más alto. Y que pueden ser seguidos a través de las reediciones de algunos de sus registros o de antiguas incisiones en vinilo. Y, por supuesto, en YouTube.
Que recordemos, Stella cantó en Madrid una sola ópera, Tosca, los días 25 y 27 de abril de 1968, al lado del impetuoso Cavaradossi de Pedro Lavirgen y del taimado y sinuoso Scarpia de Giuseppe Taddei. Bastó para que apreciáramos, en efecto, su importante bagaje, en parte ya comentado y que resumimos: voz sólida, bien emitida, robusta de lírico-spinto, extensa y anchurosa, generosa de armónicos, homogénea y de buen volumen; vigorosa, templada y vibrante manejada con buena técnica, ortodoxia expositiva, correctos reguladores y ataques precisos. Agudos lustrosos y firmes, campaneo natural. Porte agradable y femineidad evidente. Expresividad un tanto académica, exenta de genialidad, de íntima emocionalidad y hondura poética, de exquisiteces supremas, afinación no siempre perfecta.
Hay, como decimos, muy numerosas muestras en YouTube del arte de la soprano perugina. Basta con darle al ratón. En todo caso, la cantante tuvo una muy apreciable carrera discográfica que tomó cuerpo en grabaciones de variados sellos: Cetra (Simon Boccanegra), Philips (Linda di Chamounix, La bohème, Tosca), DG (Un ballo in maschera, Don Carlo, Il trovatore), EMI (Don Carlo), Columbia (La traviata, Andrea Chénier), UORC (Aida), Foyer, Myto (La battaglia di Legnano), HRE (Luisa Miller), Melodram (La forza del destino), VAI (La fanciulla del West). Tenemos también un Voce del Padrone con arias verdianas.
Arturo Reverter