Anthony Payne, recreador de Elgar
Elgar escribió dos sinfonías completas. La Primera se estrenó en Manchester, dirigida por Hans Richter, en 1908, y la Segunda, con el autor en el podio, en Londres en 1911. Aquella tuvo un gran éxito pero el menor alcanzado por esta quizá influyera en que el autor no acabara de encontrar las ideas para una nueva, aunque en 1913 concluyera su magnífico estudio sinfónico Falstaff. El caso es que hasta su muerte sólo escribiría una gran obra con presencia orquestal, el Concierto para violonchelo y orquesta, y poco más de valor en cualquier campo salvo su Sonata para violín y piano, el Cuarteto con piano y el Quinteto con piano. La muerte de su mujer, Alice Roberts, en 1919, le llevará hacia un pesimismo creciente, agravado por lo que consideraba una falta de reconocimiento –en 1924 se le nombrará Maestro de Música del Rey pero se quedará sin ser par vitalicio, su gran deseo- y hasta por problemas económicos.
George Bernard Shaw, amigo de Elgar, le había insistido muchas veces para que se decidiera a componer una nueva sinfonía. Por fin, a principios de 1932, le plantea de nuevo la idea pero con el atractivo añadido de que la BBC podría financiarla. Aparentemente, Elgar se pone manos a la obra, llega a declarar en un momento dado que ya ha comenzado a escribirla y la BBC anuncia, a finales, de año, que el encargo ha sido realizado formalmente. Cuando muere, de cáncer, en 1934, deja 130 páginas de fragmentos sin concluir. En 1993, el musicólogo y compositor británico Anthony Payne —fallecido hace sólo unos días— recibe la propuesta de la BBC Northern de ponerse a trabajar sobre los manuscritos conservados en la British Library con la base de la información ofrecida por W. H. Reed en su libro Elgar As I Knew, en el que recoge una parte sustancial de aquellos. Pero, con ser una aventura difícil, quedaba por resolver otro problema: Elgar había ordenado antes de morir que nadie terminara su obra, sugiriendo, incluso, que sería mejor quemarla. Sus herederos pensaron al principio que debían respetarse esos deseos pero, más adelante, decidieron permitir el trabajo de Payne en la sospecha de que a partir del año 2004, en que pasaría al dominio público el libro de Reed, cualquiera podría ponerse a ello y sin su tutela. Es la eterna lucha entre los derechos del artista una vez que no está y los de quienes aman su obra, con el mercado, naturalmente, como catalizador de la reacción. La Tercera Sinfonía de Edward Elgar en la elaboración de Anthony Payne fue estrenada en Londres, el 15 de febrero de 1998, por la Orquesta Sinfónica de la BBC dirigida por Andrew Davis.
El primer movimiento, Allegro molto maestoso, nos muestra al Elgar sinfónico más evidente. Los dos temas son suyos hasta la médula —el principal procede de un oratorio inacabado, El juicio final— en su oposición entre un nobilmente teñido de inquietud y ese otro lado de su inspiración que, como en las otras dos sinfonías, le lleva a compartirlo enseguida con algún motivo más liviano, más tierno, en este caso inspirado, al parecer, en la violinista Vera Hockman. Todavía escucharemos dos nuevos temas en el desarrollo, cuando al principal se fundan uno a cargo de las cuerdas y otro de las trompas. En la coda se recogerán de nuevo los temas principales hasta llegar a una conclusión en do mayor. El Scherzo —el movimiento más acabado en los fragmentos autógrafos— se abre con un motivo etéreo, casi mendelssohniano, que revela la buena mano de Elgar para la sutileza tímbrica. El tema se desarrolla como en un rondó hasta que, tras reaparecer con una cierta vehemencia, deja paso a otro, lírico y calmo, que gira sobre sí mismo hasta disolverse casi sin querer. El tiempo lento, marcado Adagio solenne, nos lleva a sus homólogos en las otras dos sinfonías del autor. Con menos vuelo que en ellos, la música es aquí dramática e inquisitiva, en un proceso que Stephen Johnson ha visto como una pregunta sin respuesta. El segundo tema no parece arrojar demasiada luz sobre estas tinieblas, que se manifestarán de nuevo en el clímax de la recapitulación y en la vuelta al motivo del principio. El Allegro conclusivo es el movimiento que más problemas dio a Payne, quien debió escribir de su mano la recapitulación —incluido el crescendo que la precede— y la coda. Se abre con un tema que nos devuelve a la atmósfera del primer movimiento pero no hallaremos un segundo motivo más tranquilo, como sí ocurría allí, pues este posee una urgencia especial, es engañoso en su aparición para mostrar después su naturaleza inquietante. Respecto del final, Payne se ha decidido por conducir la música —de un modo ya tratado por Elgar en The Wagon Passes, de su Nursery Suite— “hacia un mundo visionario y nuevo” que representa, en cierto modo, lo ocurrido desde que el compositor pergeñara sus fragmentos y el propio Payne les diera forma. La sinfonía concluye con el recuerdo casi fantasmagórico del tema inicial del Allegro molto maestoso. ¶
Luis Suñén
Nota: El presente texto procede de las notas al programa del concierto en el que la Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigida por Víctor Pablo Pérez, estrenó en España la Sinfonía nº 3 de Elgar-Payne el 13 de enero de 2005 en el Auditorio de Galicia de Santiago de Compostela.
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