ANIVERSARIO / Cien años de Renata Tebaldi
Renata Tebaldi, la insigne soprano pesaresa, ha aparecido con cierta frecuencia, aunque en fechas ya muy pasadas, en estas páginas. Con toda justicia, ya que fue una de las más grandes. Los más veteranos lectores recordarán el dosier que se le dedicó en el nº 57 de SCHERZO, en septiembre de 1991. Está de nuevo presente entre nosotros porque, justo hoy, 1 de febrero, se cumplen cien años de su nacimiento en la ciudad que alumbró asimismo la vida de Rossini. Qué menos que dedicar estas líneas, aun cuando podamos repetirnos en algunos comentarios, a su ilustre memoria recordando sus cualidades canoras y resaltando su importancia en la historia de la ópera. Fue sin duda una de las voces áureas del siglo XX. Rica de mil luces y colores, fina y reluciente como el cristal, tersa e irisada como la seda. De buen volumen, siempre perfectamente audible merced a su timbre penetrante, claro y sonoro como el de una campana; vibrante como el mismo aire y consistente como el metal más noble. Un auténtico chorro de belleza extraordinaria, de una morbidez inusitada y un colorido único.
Sus iniciales estudios de piano le sirvieron para adquirir una sólida preparación musical, rápidamente ampliada, ya orientada hacia el canto, en Parma con Brancucci, en Mantua con Campogaliani y, particularmente, en Milán con Carmen Melis, una soprano que le legó algunos de los grandes secretos de la interpretación dramática, que la joven recogió con facilidad, casi absorbiendo unos conocimientos que enseguida le iban a servir y desde los cuales, ayudada de aquella voz y de su instinto de animal operístico, bien complementado por un físico espectacular, fue construyendo con gran celeridad una carrera que se abriría, en 1944, en Rovigo, con una parte emblemática como la de Elena de Mefistofele de Boito.
Ese sonido límpido, generoso, cálido, ese caudal que todo lo inundaba se complementaba con un temperamento desbordado, un talento escénico de primera, hijo todavía del verismo. Sorprendía un tanto escuchar aquel hilo mágico, capaz de adelgazarse en suavísimos pianos, en filados increíbles, hábil en musitar ternuras amorosas, en traducir con la poesía más directa los sentimientos de sus heroínas. Su poder de comunicación era de una electricidad que desarmaba. Sabía usar para ello, partiendo de su timbre excelso, los resortes más tradicionales del arte del canto: el portamento, el ligado, la messa di voce, la media voz, el ataque limpio y nítido, el fraseo bien regulado, majestuosamente manejado, con una dicción de una claridad ejemplar.
Era, y lo fue siempre aunque ensanchara con el tiempo, una voz lírica, plenamente lírica, cuyo poder de penetración la facultaba para servir partes de lírico-spinto o spinto; menos de lírico-dramático o claramente dramático; aunque lo intentara sin mucha fortuna en sus últimos tiempos de carrera. En esos tiempos el registro agudo corría ya el peligro de hacerse estridente. La diva grabó bastante, no demasiado, pero con lo que hay y con lo que se va recuperando poco a poco tenemos material suficiente para hacernos una idea cabal de lo que fueron su voz y su arte.
Nos quedan veintidós óperas completas, algunas, como Tosca, Madama Butterfly, La Bohème, Andrea Chénier u Otello, por partida doble. Contando solamente las de estudio, todas ellas para el sello Decca. No hay duda de que sus más grandes logros se dieron en el repertorio pucciniano, para el que su calor expresivo y su timbre eran ideales. Junto a Muzio y Callas fue una de las más arrasadoras protagonistas de Tosca. Su temperamento, su belleza, si se quiere un tanto campesina, su talante escénico, su sentido para la invectiva, su recogimiento para los instantes tiernamente poéticos, su habilidad para el susurro, la forma —a veces puede que exagerada— de abrir el sonido en los graves en las partes más dramáticas levantaban del asiento.
Pocas han dicho de esa manera al Scarpia exangüe: ¡Muori!, ¡Muori!, ¡Muori!. Con peligro para sus cuerdas vocales. Además de las dos Toscas oficiales Decca, de 1952 (con Campora y Mascherini) y 1959 (con Del Monaco y London), es espectacular y más recomendable la del Metropolitan de 1956 en Myto, con Tucker y Warren, y una dirección soberana de Mitropoulos; sin olvidar, en el mismo sello, unos sensacionales fragmentos del segundo acto grabados en 1953 en Buenos Aires, con Bergonzi y Taddei.
La Mimí de Tebaldi poseía, pese a la enfermedad que consume al personaje, toda la carnalidad propia de una modistilla parisina del XIX. Sus dos Bohèmes, de 1951 (con Prandelli) y de 1959 (con Bergonzi) son magníficas; como sus Butterfly, de 1951 (con Campora) y 1958 (con Bergonzi), con el toque justo de ingenuidad al principio y de madurez al final. Todo el drama que atenaza y consume al personaje está en su garganta prodigiosa; en la variedad de colores que maneja. Para La fanciulla del West (1958, Del Monaco) anotamos una cierta falta de resuello, limitación que se fue acusando con los años y que a partir de los 60 se hizo muy ostensible. Pero Manon Lescaut, con la voz aún fresca, es estupenda y vibrante (1954, Del Monaco). Lo mismo que su Liù de Turandot, a quien iban bien las dulzuras patéticas. Está mucho más en voz en la de 1953 (Del Monaco, Bork) que en la de 1960 —para el sello RCA— (Bjoerling, Nilsson).
Las características vocales de Tebaldi no casaban tanto con la escritura verdiana. No obstante, hay que anotar con piedra blanca sus Desdemonas, sobre todo la primera, de 1954 (Del Monaco, Protti), pese a la sosería de la batuta de Erede, y de 1960 (los mismos y Karajan). En la Aida de 1952 (Stignani, Del Monaco, Protti) es un gozo escuchar su dúo con Amneris. La voz en lo alto. Esa voz, “hecha de leche y de luz”, que decía André Tubeuf, nos endulza el oído y nos trae una etíope cálida, quizá un poco ausente en ciertos momentos en los que la emoción ha de arrasarnos los ojos. Pero con ese timbre nos sentimos transportados; es en él, en su espectro, en donde late el sentimiento y lo que nos toca il cuore, más allá de que la cantante acentúe con mayor o menor expresión; una expresión que es aquí de rango muy clásico, lo que proporciona a la recreación un talante principesco muy propio. El sonido y su caudal, los admirables pianos nos llenan y hacen perder importancia a ciertas destemplanzas en el agudo a plena voz, como ese Do 5 al final de su por otra parte extraordinaria exposición de O patria mia.
Está claramente peor en la grabación de la misma ópera de 1958 (Simionato, Bergonzi, McNeil), falta de fiato, aunque la dirección de Karajan sea soberbia. Al magistral Don Carlo de Solti de 1965 (Bergonzi, Ghiaurov, Dieskau, Bumbry, Talvela) llegó ya tarde. De todas formas, aún nos deleitamos con algunos detalles de estilo, con algunas frases magistrales. Mejor La forza del destino de 1955, con una Vergine degli angeli de alto rango (reparto de campanillas: Del Monaco, Bastianini, Siepi, Simionato). La traviata, de 1954, es resultona por la carga expresiva de los dos últimos actos; no del primero: nunca dominó la coloratura.
Giordano, con sus episódicos excesos, daba pie a Tebaldi para el lucimiento. Por ella, mejor la Andrea Chénier de 1953 —en este caso para el sello Cetra— (Soler, Savarese) que la de 1957 (Del Monaco, Bastianini). Escasamente destacable La Gioconda de 1967. Para el personaje de Ponchielli le faltaba, y más en esas fechas, amplitud, tinte dramático y dominio de la agilidad.
Hoy en día, ya lo hemos dicho, es posible hallar grabaciones en vivo de distintas épocas y diversos sellos que nos traen lo mejor del arte de la soprano. Enumeremos, a vuela pluma, algunas de ellas: Falstaff (De Sabata; La Scala, 1951), Giovanna d’Arco (Bergonzi, Panerai, RAI de Milán, 1951), La Wally (Del Monaco, Guelfi; Giulini, La Scala, 1953), Otello (Del Monaco, Warren; Stiedry, Met, 1955), la Tosca citada más arriba, La forza del destino (Corelli, Bastianini; Met, 1958), Adriana Lecouvreur (Corelli; Met, 1963, que resulta más convincente que la de estudio un año anterior). Anotamos como último registro pirata una nueva Tosca del Met, de 1970, con Konya y MacNeil.
Muy importantes son los recitales y los discos monográficos. Del 2002, con motivo de sus 80 años, el imaginativo sello Fono Enterprise editó dos álbumes interesantísimos, con material en algún caso nuevo. El primero, que incluye dos cd, se llama Renata Tebaldi si raconta, con un libro de 244 páginas, numerosos artículos de personas enteradas y conocidas; con opiniones de la propia Tebaldi. El segundo contiene cuatro discos y lleva por título Los primeros años de carrera. En uno de ellos aparecen fragmentos de Tosca por la que fuera profesora de Tebaldi, mencionada más arriba, Carmen Melis. El artífice de estas publicaciones es Andrea Scarduelli.
Algunos de los registros ya habían sido publicados por otros sellos, Legato Classics y Cetra, entre ellos. Anotemos, por último, un precioso cd editado en italiano por Legato (Standing Room), con fragmentos de Tannhäuser y Lohengrin. También es destacable un recital grabado en directo en el Lewisohn Stadium de Nueva York en 1966 y recogido por el sello VAI. ¶
Arturo Reverter