ÁMSTERDAM / ‘Turandot’ sin Turandot
Ámsterdam. Nationale Opera & Ballet. 2-XII-2022. Puccini: Turandot. Tamara Wilson, Liang Li, Najmiddin Mavlyanov, Kristina Mkhitaryan, Marcel Reijans, Germán Olvera, Ya-Chung Huang, Lucas van Lierop. Nederlands Philharmonisch Orkest. Director musical: Lorenzo Viotti. Director de escena: Barrie Kosky.
Para la nueva producción de Turandot de la Ópera Nacional de Holanda, el director de escena Barrie Kosky no sólo evita cualquier colorido chino, sino que decide con audacia suprimir el final feliz, bajando el telón tras la muerte de Liù. Y hay mucho que decir en favor de esta decisión. Hasta ahora, todos los intentos por crear una escena final realmente convincente habían fracasado, mientras que la muerte de Liù es una de las páginas más potentes de toda la producción pucciniana.
En la puesta en escena de Kosky se convirtió en la conclusión de una representación potente, aunque poco colorida. El escenario gris, sembrado de coristas inmóviles, ya indicaba antes de los primeros compases la ausencia de cualquier folclorismo e iconografía orientales. En su lugar, una voz sugiere en un semisusurro el mundo onírico de un ser humano errante que, como en un gulag siberiano, busca el olvido en pos de una ilusión, ilustrada a partir de las palabras utilizadas en la ópera para advertir al obsesionado Calaf: “Turandot non esiste, non esiste che il niente!” (“Turandot no existe, sólo existe la nada“). En un escenario gris y medio en penumbra, una gigantesca masa coral reacciona como una despiadada multitud, mientras que la jocosidad de Ping, Pang y Pong se transforma en un gélido cinismo que deviene naturalmente en crueldad. Las calaveras son sus principales atributos y la voz de Turandot resuena desde una gigantesca calavera. Sólo cuando Calaf se extasía con la victoria del amor irrumpen los colores, aunque sólo brevemente y en acusado contraste con el posterior ataque a Liù por parte de una inmisericorde turba.
Sin embargo, el colorido orientalismo de la música de Puccini tuvo oportunidad de desplegarse en todo su esplendor en el foso de la orquesta. El director Lorenzo Viotti abrió sin esfuerzo todas las compuertas, mientras que los momentos más delicados estuvieron servidos con una pasmosa belleza. El único problema es que Viotti parece deleitarse con la riqueza y la potencia del sonido y a la larga (la ópera se representó sin pausa alguna) el exceso de volumen producido por la orquesta y un coro de cien personas en escena tuvo un efecto cansino y muchos detalles sutiles de la colorida instrumentación de Puccini se perdieron.
El decorado de Michael Levine —una ‘caja’ que refleja la luz y el sonido— resultó a la postre ventajoso para los solistas vocales, a los que Kosky situó a menudo en la parte anterior del escenario. No fue, sin embargo, el caso de Tamara Wilson, invisible en el papel de Turandot. Durante la escena de los enigmas su canto fue glorioso, pero a veces daba la sensación de que tenía que forzar la voz, especialmente durante In questa reggia. Kristina Mkhitaryan (Liù), una soprano lírica de potente emisión y clarísimo timbre (a veces algo metálico) y el bajo Liang Li (Timur), ambos situados casi siempre en el proscenio, lo tuvieron mucho más fácil, mientras que el tenor Najmiddin Mavlyanov mostró ciertos síntomas de fatiga después del segundo acto, en detrimento de la poesía y el lirismo que exige Nessun dorma. Por su parte, Germán Olvera, Ya-Chung Huang y Lucas van Lierop, como las tres máscaras, gozaron de mucho margen de maniobra gracias a la dirección de Kosky, controlando casi toda la representación con su canto, sus bailes y sus bromas, e impregnando en todo momento la atmósfera de un regusto amargo.
Paul Korenhof
(Foto: Monika Rittershaus)