Alexandre Kantorow: “Una sociedad sin cultura está condenada a la extinción”

Con aires despeinados que exaltan sus aptitudes más reflexivas, el pianista Alexandre Kantorow (1997) habla de la música como el que pasea en soledad en un desierto de sinfonías perdidas. Es joven y lo sabe. Pero esto no quita que su música no trascienda al mundo de las sensibilidades. Ganador en 2019 del Concurso Internacional de piano Chaikovski, se presenta en Madrid el próximo lunes, 21 de marzo, en el que será su debut dentro del Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo (Salal sinfónica del Auditorio Nacional de Música). Mantenemos esta conversación por escrito, haciendo un ejercicio de soledad que conecta a dos personas que, sin conocerse, consiguen compartir un momento de reflexión y diálogo. Sabe que el presente musical es incierto, pero no se desespera por el futuro. Confía en él.
Tiene 24 años y toda una carrera que ya apunta alto. Artísticamente hablando, ¿dónde se encuentra?
¡Qué complejo resulta juzgar objetivamente tu propia vida! Se podría decir que ahora mismo me encuentro en un periodo de búsqueda, en el que intento encontrar el equilibrio entre la vida real y la vida musical. Observo cómo se interrelacionan sin juzgarlas para, así, intentar vivir mejor.
Su vida cambió radicalmente cuando en 2019 ganó la Competición Internacional Chaikovski, uno de los premios más ansiados para cualquier pianista. ¿Son los concursos de piano algo indispensable a la hora de desarrollar una carrera musical? Y, más allá de eso, ¿acaso el concepto de ‘competición artística’ no es una paradoja del subjetivismo?
Mirándolo con perspectiva, ambas preguntas están muy relacionadas. En primer lugar, es evidente que no podemos considerar las competiciones musicales como competiciones deportivas. En las segundas, hay un claro vencedor que se somete a las reglas de la objetividad: se gana un partido, se gana una carrera… ¿¡Se gana un concierto!? Una competición musical es un reto para cualquier artista joven ya que, conseguir conciertos, digamos, no es tarea sencilla. ¿Cuántos teatros o auditorios apuestan por nuevos talentos? Sin embargo, los concursos son plataformas que te permiten llegar a mucha gente en poco tiempo. Da igual lo conocido que fueras antes, da igual tu posición social o tu estatus académico, si triunfas en una competición, se te abren puertas que antes permanecían cerradas. No es la única forma de hacer carrera, pero sí que es una de las más accesibles.
¿Concibe el canto como un elemento indispensable en su interpretación?
En el piano, cantar es una ilusión. Nos encontramos frente a un instrumento muy particular, que no posee ese legato cantabile de muchos otros como el violonchelo o la voz humana. Los macillos percuten la cuerda y, a partir de ese preciso instante, el sonido va muriendo hasta que desaparece. La magia del piano consiste en moldear ese sonido para que, lo que parece evanescente, se prolongue en el tiempo y, por ende, de la sensación de que el instrumento canta. Para mí es vital escuchar cómo los cantantes respiran, cómo entonan los silencios, o de qué forma interpretan determinados pasajes. Y después, con esos conocimientos adquiridos, me siento en el piano e intento que este cante de la misma forma.
A los medios les fascina categorizar a los intérpretes como virtuosos, reflexivos, trascendentales… A usted le ha tocado la etiqueta de virtuoso. ¿Qué es lo virtuoso para usted?
Hemos caído en la trampa de entender lo virtuoso como algo rápido, ágil, que toca muchas notas en poco tiempo. Para mi, ser virtuoso implica tener la suficiente libertad técnica como para que interpretar sea un acto plenamente emocional. Es decir, hablar con el corazón sin que la partitura te suponga un problema. Otros consideran que el virtuoso es quien hace de lo complicado una labor sencilla. Pero esto nos devuelve a la cuestión mecánica de las notas rápidas y las digitaciones imposibles. Lo virtuoso va más allá de la técnica. Lo virtuoso se esconde en el silencio de los pensamientos que, mientras callan, observan cómo las emociones se entrelazan para hacer de cualquier interpretación algo honesto, algo sincero, algo natural.
Brahms ha sido un compositor muy importante en su carrera: ganó el Concurso Chaikovski tocando su Segundo concierto para piano y orquesta y, además, acaba de publicar un CD dedicado a él. Es curioso ya que, normalmente, los intérpretes llegan a Brahms en periodos más reflexivos e intimistas de sus carreras. ¿Cómo se relaciona el joven Alexandre Kantorow de 24 años con la música de Brahms?
¿Sabe que Brahms, en un punto de su vida, también tuvo 24 años como yo? Lo digo porque, da la sensación de que la figura del hombre barbudo y mayor ha eclipsado toda la música del Brahms joven, reduciendo su obra a los Intermezzi. El Brahms de los Intermezzi observa la muerte de reojo porque sabe que, tarde o temprano, a él también le tocará. Aun así, se podría decir que casi todo el repertorio de Brahms que yo interpreto es anterior a su Primer concierto para piano y orquesta (1858). El Brahms joven vivía en una continua explosión de creatividad, con miles de ambiciones por las que luchar, una madurez creativa asombrosa… Miraba con admiración a los grandes nombres del pasado, pero también tenía claro que su música debía respirar en el presente. Su Segundo concierto para piano y orquesta es, sin embargo, uno de los mayores exponentes musicales que tenemos de diálogo. El piano y la orquesta se enarbolan en lo que parece una gran sinfonía donde ambos entonan un mensaje común. Tal vez ese equilibrio entre los pensamientos de la cabeza y las emociones del corazón sea lo que siempre me ha ligado invisiblemente a Brahms.
En su debut en el Ciclo de Grandes Intérpretes ofrece un repertorio que recuerda a Horowitz en muchas cuestiones. ¿Cómo explica las sinergias entre Schumann, Liszt y Scriabin? ¿Existe algún hilo conductor que nos guíe de una pieza a otra?
Posiblemente, si le narrase el hilo conductor entre las sucesivas piezas, estaría condicionando su escucha, cosa que no voy a hacer. El público tiene que permitir que la música les narre su historia particular sin la necesidad de conocer de antemano las ideas del intérprete. Aún así, he de reconocer que la segunda parte del recital se sumerge de lleno en un camino de espejos y sombras. Liszt y Scriabin, en sus últimas obras, reflejan una alegoría musical del tránsito entre la vida y la muerte. La segunda parte del concierto nos abrirá las puertas de Hades, para mostrarnos el reino de la muerte, y el que hay más allá de él. Scriabin seguramente sea el más místico de los dos, entendiendo que la naturaleza es el motor universal que conecta el mundo de los vivos con el de los que ya no lo están. Liszt, por otro lado, se baña más en el espíritu romántico, descendiendo a los infiernos de Dante como el poeta confidente que, desde las fauces del averno, observa expectante las luchas entre la vida y la muerte, el bien y el mal… Schumann, Liszt y Scriabin fueron artistas universales que no solo concebían la música como su alma mater, sino que también sentían fascinación por la literatura, la pintura, la poesía… Los tres también compartían una consciencia vital peculiar: Schumann con su esquizofrenia, Liszt con su fuerte concepción religiosa y Scriabin con su misticismo particular. Sus vidas estaban rodeadas por energías y sensibilidades más allá de lo sensorial.
La vida del solista se somete a un viaje continuo gobernado por el silencio y la soledad: aviones, hoteles, trenes… ¿Cómo afectan el silencio y la soledad a la música que habita en sus pensamientos?
Nuestras cabezas nunca callan porque cuando la música cesa, los pensamientos hablan. Los verdaderos momentos de silencio solo ocurren en el escenario, cuando el sonido parece evadirse y, sin saber cómo, sigue resonando en las pausas del silencio. El silencio es esencial en el transcurso del concierto.
En estos tiempos de conflicto en los que Europa vislumbra el espíritu de la guerra resurgir de sus entrañas, ¿cuál es el papel de los artistas frente al dolor de la sociedad? ¿Cuál debería de ser su posición frente al sonido de la muerte?
Una sociedad sin cultura está condenada a la extinción. Aún así, es complejo encasillar la función del arte y la cultura dentro de la sociedad. De esta forma, podríamos decir que los artistas tienen su propio ‘país’: los músicos tienen un lenguaje propio y común que trasciende fronteras e idiomas, y se enfrentan a la dualidad de ser ciudadanos del mundo y, a su vez, embajadores de la música. En estos tiempos convulsos, la única solución frente al desastre es continuar con nuestro arte para que esté a disposición de aquel que lo necesite. También, como seres sensibles, es nuestra labor mostrar empatía frente al sufrimiento del mundo, ofreciendo nuestro arte como cura contra el dolor.
¿Cree que el concierto, como forma ritual, se ha quedado desfasado? ¿De qué forma pueden los intérpretes jóvenes alentar al público de su edad en la curiosidad por la música clásica?
En 2021, lo que precisa el formato del concierto es libertad: libertad a la hora de proponer programas, libertad a la hora de establecer duraciones, libertad a la hora de escoger recintos… Tendría que ser mucho mas fácil ofrecer un concierto, generando recitales que surjan desde lo espontáneo de la música. Pero, ¿hasta qué punto podemos cambiar nuestro arte para hacerlo accesible? ¿Dónde está el equilibrio entre modificar lo que hacemos y conseguir que llegue a públicos más amplios sin que se pierda la esencia? Tenemos que aceptar que habrá gente a la que no le guste la música clásica, y nosotros no debemos modificar nuestro arte para gustar. Lo auténtico debe prevalecer a las modas. Echemos la vista atrás recordando, por ejemplo, el magnetismo que Leonard Bernstein ejerció en toda una generación de jóvenes con sus conciertos didácticos en Nueva York… También hay que aceptar que, a diferencia del resto de músicas, la música clásica se ha distanciado de sus compositores contemporáneos. La mayoría de compositores actuales son desconocidos para el público general, lo que, como industria, nos sitúa en una extraña posición que, en muchas ocasiones, impide que la gente pueda tener la oportunidad de escuchar cómo suena la música clásica de 2021.
Para concluir, ¿qué consejo le daría al joven Alexandre que con 5 años acaba de empezar a tocar el piano?
¿Realmente cambiaría algo si le advirtiese a mi joven yo de los devenires que me esperan en el futuro? Puede que sí, puede que no. No lo tengo tan claro. Pero si pudiese decirme algo, me diría: “No te presiones tanto. ¡Relájate y disfruta!”
Nacho Castellanos
Alexandre Kantorow interpretando el Soneto Petrarca de Franz Liszt, obra que tocará dentro de su debut en el Ciclo de Grandes Intérpretes.
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