Al ver ‘La pasajera’ en el Teatro Real
En esta revista hemos dedicado espacio a Mieczyslaw Weinberg (1919-1996). Así lo decíamos en el número de abril de 2011, al reseñar el DVD de esta misma puesta en escena, en el Festival de Bregenz. No quiero repetirme, pero es necesario insistir en que este compositor, polaco de origen y discípulo de Shostakovich, es uno de los músicos más dotados que surgieron en la Unión Soviética, si bien él ya venía formado de la Polonia independiente, la dirigida por los antisemitas epígonos de Piłsudski , los que deseaban un acuerdo y una alianza con el III Reich. Pero Weinberg se convirtió en gran músico en la URSS, y a pesar de la URSS. No se tocaban sus obras (apenas), no se estrenaban sus sinfonías (casi nada), no se ponían su óperas (nunca). Necesitó músicos protectores como los necesitaron tanto Prokofiev en su etapa final como el mismo Shostakovich: Rostropovich, Oistrakh el Cuarteto Borodin… Otras óperas suyas, también recuperadas ahora son El idiota (Dostoievski) y El retrato (Gógol); faltan más, son siete. La resurrección de Weinberg se produjo cuando aún vivía (no es broma ni paradoja) con conciertos en Rusia y muchos CDs.
Se había casado Weinberg con una hija del gran actor y director yiddish Solomon Mijoels; Stalin mandó matar con disimulo a Mijoels, en agradecimiento por lo mucho que había hecho éste a favor de la causa soviética en la guerra, atrayendo ayuda y dinero. Un cosmopolita, ya saben: gran delito. Matar al que es muy popular, muy carismático, o que es disidente o mínimamente opositor: es la desdicha rusa, como la llamó Hélène Carrère d’Encausse, una desdicha que es como una tradición. Como sabemos, ese malheur, es tradición, sigue vigente hoy día, hoy mismo.
Pero Weinberg tenía su desdicha personal. De no morir Stalin en marzo de 1953, hubiera sido ejecutado. Estaba detenido por el caso de los cosmopolitas, el de los médicos, las batas blancas, ese caso en virtud del cual Stalin iba a saldar la obra que Hitler culminó pero no concluyó: el exterminio de todos los judíos. Se libró de milagro. Curiosamente, otras vidas se salvaron al morir Stalin: inmediatamente, se llegó a un armisticio en Corea; poco a poco, empezaron a regresar los supervivientes del Gulag.
Weinberg compuso muchos cuartetos de cuerda y sinfonías. Y se dedicó a la ópera, aunque no estrenara. Que un compositor como él no estrenase no es signo de fracaso suyo, es uno de los diversos signos del fracaso del sistema soviético, del Imperio que ahora pretenden recuperar. ¿Es tan difícil comprender que este judío delgado, pequeño, algo deforme, una inteligencia privilegiada, un artista de primer orden (como sabemos hoy y se ignoraba entonces), fuera el destinado a convertir en ópera el relato radiofónico La pasajera del camarote 45, que pasó a ser y novela? La autora es la escritora polaca Zofia Posmysz, que sobrevivió a Auschwitz y que murió en agosto de 2022 una semana antes de cumplir noventa y nueve años. Zofia ha asistido a algunos de los estrenos de la ópera de Weinberg, del mismo modo que colaboró con Andrzej Munk en la espléndida película inconclusa (por muerte de Munk en accidente) de 1961. El estreno en el Real estuvo previsto para 2012; de haberse producido, habríamos visto a Zofia recibiendo los aplausos del público.
Estremecedor. Ya titulé así la primera de las producciones de La pasajera aquí reseñada (a partir de DVD), la misma que hemos visto en el Real, la de David Pountney. No creo que haga falta insistir. El espectáculo produce conmoción, mucha más que el video. Esta ópera sí que se pone en escena un campo de concentración, un campo de muerte, Auschwitz. Ahora que vuelve a estar de moda el antisemitismo, gracias a la conducta criminal del actual gobierno israelí en respuesta a un ataque criminal de Hamas; ahora puede parecer un momento inoportuno para poner en escena esta ópera. No lo es. Es el mismo recuerdo de siempre, siempre increíble, del intento de exterminar a todo un pueblo. Es el año en que hemos visto en cine La zona de interés, de que hablábamos ayer; o Los asesinos de la media luna (Scorsese), el broche negro (petróleo) del exterminio de los indios en Estados Unidos, exterminio que es la base de la historia y la identidad de ese país, como lo es de Argentina, con su idea del problema indio en el siglo XIX (qué parecido con la Jüden-Frage). Todos se reducen a una cosa: voy a arrebatarte tu tierra y tus bienes, y para eso tengo que exterminarte; por ejemplo, además de Estados Unidos y los indios, con sus praderas “improductivas”, Weinberg y los polacos sufrieron la invasión de Alemania y Rusia para arrebatarles la tierra, y ese arrebatar tierras no concluía ahí, seguía en dirección este.
Es el año en que hemos leído Doppelganger, de Naomi Klein (Paidós), que trata de estos temas entre sus temas dolorosos y apasionantes: Naomi nos señala libros y miniseries como Exterminad a todos los salvajes, ensayo de Lindqvist, Sven y film de Raoul Peck, con el propio Lindqvist (cuatro capítulos de casi una hora). Naomi Klein, la lúcida y radical autora de La doctrina del shock, nos señala, en el fin, lecturas como Silenciando el pasado. El poder y la producción de la Historia, de Michel-Rolph Trouillot (1995, en español en Comares Historia. Granada, 2017) o La otra historia de los Estados Unidos (A people’s History of the United States. 1492 to present, 1995), de Howard Zinn (Siete cuentos, 2011). Tal vez no habría que olvidar que Noami Klein insiste sobre todo ellos en Operación Shylock, de Philip Roth, pero eso es por la cuestión del doble, del Doppelganger; y no del exterminio de un pueblo, una raza, una confesión, una tribu. Aunque… no, mejor será no extenderse más.
Si nuestra raza es superior -se diría un alemán, un ruso, un belga, un british o un wasp– todo está permitido. Si el propio Darwin había llegado a considerar que el dominio de una raza sobre las demás era algo inevitable, ¿qué es Auschwitz sino un intento de acelerar el destino humano, de conseguir en una década, o menos, lo que a los gringos les costó un par de siglos? Sí, Lisa, estabais cumpliendo con vuestro deber, un deber de obediencia al Führer y un deber ante la historia. ¡Qué grandeza la vuestra!
Una cita, para terminar:
“Sobre todo, él [Hitler] amaba a los Estados Unidos, que formaban la otra mitad de la gran Nación nórdica, y que le enseñaban el camino de la dominación: formaría al Este otra América; exterminaría a los eslavos y a los asiáticos que no sometiera a esclavitud, como la primera había masacrado a los indios, y guiaría a su vez a ésta por el camino moderno e industrial de la purificación racial.” (Jean-Louis Vullierme: Miroir de l’Occident. Le Nazisme et la civitilisation occidentale, L’Artilleur, 2014).
Santiago Martín Bermúdez