Al lado o enfrente

En 1997, el pianista Bruno Canino publicó el libro Vademecum del pianista da camera, una serie de reflexiones –ora serias, ora irónicas– sobre la música y su profesión, ordenadas alfabéticamente como voces de un diccionario. Alfred Brendel le calcó la idea quince años después en su volumen De la A a la Z de un pianista. Junto con Antonio Ballista, Canino formó uno de los dúos pianísticos más importante de la escena internacional, por lo que era previsible que dedicara unas páginas a este tema. Sus reflexiones inciden, entre otros aspectos, en una cuestión a la que el espectador no presta a veces la suficiente atención: la disposición de los dos pianos en el escenario.
Canino se detiene en las dos tipologías básicas: con los pianos enfrentados y con los pianos uno al lado del otro. La solución más frecuente –y para Canino la mejor– es la enfrentada. “En la disposición ‘vis a vis’, el diálogo entre los dos instrumentos es claro y llamativo, y el público lo percibe muy bien.” El mayor inconveniente es representado aquí por la distancia y la escasa visibilidad que los intérpretes mantienen entre ellos. La disposición de los pianos uno al lado del otro, en cambio, no plantea problemas de este tipo: los pianistas están muy cerca y pueden observar fácilmente las manos del compañero, lo cual resulta de gran ayuda para la precisión de los ataques y la coordinación. El problema en este caso lo tiene el público, pues uno de los dos pianistas queda por delante del otro y lo tapa.
Martha Argerich ha cultivado con asiduidad y excelentes resultados el dúo pianístico. Su compañero más habitual en estas lides ha sido Nelson Freire, pero la nómina de colaboradores es larga e ilustre: Stephen Kovacevich, Mikhail Pletnev, Evgeny Kissin, Daniel Barenboim… En general, y hasta donde las imágenes permiten apreciarlo, Argerich recurre a la disposición enfrentada, pero en este vídeo con Barenboim procedente de un concierto en el Teatro Colón (2014) los dos pianos están situados uno al lado del otro. La elección puede depender también de factores contingentes –dimensión y forma del escenario, ubicación del público y de las cámaras– pero en este caso guarda quizá relación con el programa de la velada. Una de las obras en programa es la versión para dos pianos de la Consagración de la primavera de Stravinsky, cuya notable complejidad rítmica plantea menos dificultades de coordinación si cada pianista tiene un contacto visual directo con las manos del otro.
La que pongo a continuación es otra pieza del concierto: la Sonata K 448 de Mozart. La K 448 presenta muchos menos problemas en ese sentido que la Consagración. De hecho, hay en internet varios vídeos en donde tanto Argerich como Barenboim interpretan la sonata mozartiana ‘vis a vis’. Pero la proximidad entre músicos genera unas interacciones que de otra forma no se darían, y ello añade a la disposición ‘lateral’ un toque de ternura y encanto. En el segundo movimiento, donde la lentitud deja a los artistas más liberados, Argerich y Barenboim echan constantemente el ojo a lo que está haciendo el otro. Ocurre en 8’41” y se repite en otras ocasiones (9’58”, 10’03”, 10’42”, 10’55”, 12’32”) por parte de uno, de otro, o de ambos. Tanto si su intención es ajustar los ataques al milímetro como si se trata de un gesto reflejo, me recuerda a esos estudiantes que, durante una prueba, echan un vistazo al examen del compañero para ver cómo lo está haciendo. Y cuando los estudiantes son nada menos que Argerich y Barenboim, el detalle encierra toda una muestra de admiración recíproca, dulzura y complicidad.
Stefano Russomanno
(foto: Holger Kettner/DG)