Agusto Techera: “El Teatro Colón es una seña identitaria esencial de Argentina”
Habla templado, reflexivo y meticuloso. Uruguayo de 1976, Augusto Techera forma parte desde hace seis años del alma programadora y artística del Teatro Colón de Buenos Aires. La entrevista transcurre en el corazón del que es el mayor y quizá más bello teatro del mundo, arropada por la acústica única y perfecta de su inmensa sala principal. “Es además una institución viva, que aporta desde lo real y desde lo simbólico una idea de lo que es Argentina: con lo mejor de su historia, y la mirada puesta en construir un mejor futuro”. Conversa del pasado glorioso del Colón, de su leyenda y de sus vicisitudes actuales. También de un futuro “en el que tenemos que plantear nuevos desafíos”.
Desde España, Argentina se percibe como un país en permanente crisis económica…
Acá también, no es una cuestión de percepción, es una realidad. Supongo que me va a preguntar cómo se gestiona un trasatlántico tan opulento como el Teatro Colón en medio de la inflación y la “crisis permanente”. No lo dude, esto es un Rolls-Royce, y como tal requiere mantenimiento y atención inmensas. Argentina, como casi todos los países suramericanos, vive en una crisis intrínseca, que ya le es natural. Por lo tanto, todos los que vivimos aquí, estamos habituados a las dificultades y tratamos de construir creativamente a partir de ellas. En este marco, resultan esenciales ciertas instituciones públicas fuertes, sólidas, identitarias de la comunidad, de las ciudades. Y el Colón es una de ellas. Cualquier porteño, cualquier argentino, haya venido o no al Colón, se siente orgulloso de él, aprecia que es algo especial y lo vive como propio. Por ello, quiere defenderlo, cuidarlo y mostrarlo. Sabe que aquí han cantado los mejores, que han tocado los mejores y han sonado las mejores orquestas. Y esta noción habita en todos, y es algo que, a la hora de los vaivenes económicos, hace que el Colón siga funcionando, con esa fuerza que, pese a todo, tiene y nunca ha perdido. Es, además, una institución viva, que aporta desde lo real y desde lo simbólico una idea de lo que es Argentina: con lo mejor de su historia, y la mirada puesta en construir un mejor futuro. Y sigue siendo un templo “laico” en el que, pase lo que pase, todos podemos encontrarnos.
Aquí, en este escenario, han actuado desde Toscanini a Lucrezia Bori, la Callas, Erich Kleiber, Furtwängler, Sabata, Victoria de los Ángeles… ¡Casi todos! ¿Vive hoy el Colón de su gloria, de su leyenda…?
En América Latina tendemos a vivir del pasado. Añoramos un pasado que fue mejor. Una memoria que tenemos idealizada, aunque ciertamente en el caso del Colón es realmente gloriosa. Pero al mismo tiempo sería oportuno que valoráramos el esfuerzo que hoy hacemos como sociedad para tener un teatro público de este tipo, manteniendo la excelencia artística, el rigor en el trabajo y con un público que está interesado, que participa, que vive el teatro. Sí, hay que honrar esa gloria y construir futuro. El Colón tiene una vocación profunda de tradición, estudio, creación y también de audacia. Es un espacio único que tiene que ofrecer eso que solo el Colón puede darle a Buenos Aires, a Argentina y a la región.
Supongo que el inmenso aforo de Teatro [2.978 localidades], posibilitará una importante aportación de la taquilla al presupuesto general…
Bueno, hoy en día, en plena postpandemia, cualquier dato resulta engañoso. Si nos retrotraemos al 2019, que fue el último año en el que el teatro estuvo a pleno funcionamiento y aforo, el dato fue realmente bueno y la taquilla significó un aporte nada desestimable al presupuesto general. De todos modos, no se puede diagnosticar la realidad del Colón por el aporte de la taquilla al presupuesto. Hay que trabajar responsablemente en lograr un equilibrio virtuoso. Es el único modo admisible, en mi opinión, cuando se trabaja con presupuesto público. Esos han sido los alineamientos de la dirección, claro que sí, pero hay un aporte intangible que escapa a las planillas contables, y que son el sentido y sustento mismo del teatro: la incidencia en la comunidad. En 2020 no hubo funciones, sin embargo, todo lo que se desarrolló a través de las plataformas y las redes sociales fue de un impacto imponente.
¿Es cierto que los grandes artistas, solidarios con la precariedad financiera y animados por el gustazo de actuar en un teatro y un público como el del Colón, atenúan cachés y exigencias?
A veces sí, a veces no. Cada caso es un mundo particular. Los artistas son trabajadores y cada uno de ellos desarrolla su estrategia. Lo cierto es que todos quieren venir al Colón, cantar o tocar en su acústica maravillosa y encontrarse con su público caluroso, sabedor y entregado. Pero no nos engañemos: la realidad es que, casi siempre, y salvo maravillosas excepciones, los cachés son los que son. Por otra parte, estamos donde estamos, muy lejos del circuito musical de primera línea, por lo que venir al Colón supone bloquear un periodo de tiempo largo.
¿Los grandes músicos argentinos, como Barenboim, Argerich o Bruno Leonardo Gelber, tan vinculados desde siempre al Colón, mantienen un trato preferente?
Por supuesto hay gestos y detalles, porque cada uno es de ellos son de una manera. Pero permítame que no entre en detalles. No sería elegante ni oportuno. Sí le puedo decir que Martha es amada incondicionalmente por todos y responde con enorme generosidad. Es la figura mítica de la música argentina. Barenboim, que es más multifacético, tuvo el proyecto de venir todos los años con sus festivales y hasta 2018 no faltó nunca. Es un artista que siempre amplía el horizonte. Gelber es tan universal como de la casa, de hecho, creció en el Colón donde su padre integraba las cuerdas de la Orquesta Estable y a lo largo de su extensa carrera nunca dejó de estar presente en las temporadas del teatro. Es un artista enorme, entrañable y muy querido por el público.
En el organigrama del Teatro destacan sus cuerpos estables, el ballet titular, el coro y la orquesta, que comparte casa y escenario con la otra gran formación sinfónica de la capital, la Filarmónica de Buenos Aires, de dependencia igualmente municipal, y con sede en el propio teatro. ¿No se han planteado la fusión de ambas formaciones?
Lo primero que quiero subrayar es que ninguna sociedad sucumbió por excedencia de orquestas. Más bien lo contrario. Seguramente se ha planteado en varias ocasiones. No me toca a mi tomar estas decisiones, pero de todas maneras no veo que sea un objetivo que poner sobre la mesa. Ambas orquestas desempeñan roles distintos y complementarios. Por otra parte, el Colón tiene vocación nacional e internacional. Argentina es un país muy grande. En 2019, por ejemplo, estuvimos en Omán, coro y orquesta, 200 personas haciendo ópera, al mismo tiempo que aquí seguían las representaciones habituales. El tema de las orquestas, como tantos otros, hay que pensarlo con una clave que no es la europea. Son dos orquestas con sus propias historias, que han sido dirigidas por muy importantes directores. Historias y vidas paralelas, conjuntas, y con mucho potencial.
¿Cuál es mejor?
¡Las dos son muy buenas!
El tema de la distancia supongo que será también inconveniente a la hora de plantear coproducciones o intercambiar montajes.
¡Es un inconveniente!, desde luego. Aún así, hemos firmado algunas coproducciones en este último periodo, como un Caballero de la rosa con el Covent Garden, Regio de Turín y Metropolitan; La prohibición de amar con el Real de Madrid y Covent Garden, o una Italiana en Argel con dos festivales españoles (la Quincena de San Sebastián y el Escorial), es decir: se puede hacer y se logra. Implica trabajo en red, planificación, responsabilidad y determinación.
El Colón habla en español y está en el mundo latino. ¿Qué presencia tiene la zarzuela? Todos recordamos aquella celebrada Doña Francisquita de Emilio Sagi coproducida en 1996 con el madrileño Teatro de la Zarzuela de Madrid, que aquí, en Buenos Aires, cantaron María Bayo y Raúl Giménez…
La zarzuela tiene muy poca presencia en el Colón. La realidad es que, históricamente, se ha hecho poca zarzuela, ya que tradicionalmente, se representaban en el Teatro Avenida, ubicado no lejos del Colón. Al final, con el desmoronamiento económico, el Colón quedó como único faro encendido de la lírica. El Avenida dejó de programar zarzuelas y el Colón no asumió este repertorio. Piense que hace diez años en Buenos Aires había tres compañías líricas independientes, privadas y de buena factura, de programación lírica. Hoy no existen. En cualquier caso, es una reflexión que tenemos que hacer en el Colón: si anexar o no la zarzuela a sus temporadas líricas y compensar el actual vacío.
¿Qué presencia tiene la ópera argentina, la ópera iberoamericana?
No la que debiera. Es un debe también. ¡Un debe imperdonable! [Enfatiza]
¿Ni siquiera Ginastera?
Ginastera se ha interpretado más, ciertamente, pero sobre todo su obra sinfónica. Respecto a sus óperas, la última que se vio fue en 2016, Beatrix Cenci, en una producción de Alejandro Tantanian. En cualquier caso, como le decía: ¡sí!, hay un debe general con la creación lírica argentina y la actual en general. Hay gestos, desde luego, como Piedade, una ópera del brasileño Joao Ripper, o El Baile, una ópera de Oscar Strasnoy que presentamos en concierto en 2019… Pero es a todas luces insuficiente. Nuestra música, la de nuestro entorno y tiempo, requiere una mayor notoriedad en la programación.
Ya sabe la regla terrible que rige en casi todos los sitios: a más música contemporánea, menos taquilla; a más música propia, menos taquilla… En cuanto sales de Traviatas, Butterflys o Bohèmes, de los sota, caballo y rey, el público huye…
No siempre es así. En 2016 se hizo Die Soldaten de Zimmermann, en el Teatro Colón, en una nueva producción de Pablo Maritano y fue un éxito estrepitoso. Por lo tanto, no se puede tener una mirada tan lineal de las cosas… [Largo silencio, como para pensar, repensar y reflexionar en detalle la respuesta] El plan de la dirección general de María Victoria Alcaraz y del director artístico, el maestro Diemecke, cuando fui convocado al equipo en 2017 fue atraer público, recuperar abonados y construir repertorio. Se logró con creces. También rescatar producciones de la casa, para optimizar el círculo de producción. Y estrenar nuevos montajes con la idea de reponerlos a los cuatro o cinco años. Prácticamente, todas las producciones que se presentan en el teatro son propias, diseñadas y construidas en sus propios talleres. Fue a partir de estas premisas, que desde la dirección escénico-técnica, con Enrique Bordolini a la cabeza, surgió el proyecto “Colón Fábrica”, que integra nuevos depósitos y almacenes, con sentido expositivo, y muestra didácticamente las entretelas del teatro de ópera y los entresijos de cada producción. Es decir, hemos convertido nuestros almacenes en verdaderas salas de exposiciones, un círculo virtuoso en el que los visitantes se adentran en la vida y funcionamiento del teatro.
¿Mantiene el Colón su gloriosa tradición wagneriana y straussiana?
Pienso que sí. En 2018, por ejemplo, hicimos Tristan und Isolde, y en todas las funciones no cabía ni un alfiler. Bien es verdad que dirigía Barenboim, en la producción de Kupfer de la Staatsoper berlinesa. Y Barenboim suscita siempre un punto de interés alto. En 2017 hicimos La prohibición de amar, de Wagner, El caballero de la rosa, producción de Robert Carsen, y en 2019 Ariadne auf Naxos, con puesta en escena de Marcelo Lombardero. En 2020 teníamos proyectada una nueva Tetralogía, que se prolongaría durante cuatro años, hasta 2023, a razón de un título por año, con dirección de escena de Arnaud Bernard. La pandemia frustró este proyecto fascinante, de dramaturgia increíble, y 2020 quedó como annus horribilis. Le quiero decir con todo esto que sí, que el Colón mantiene sus mejores tradiciones y se enorgullece de su memorable pasado wagneriano y straussiano.
¿Sería un sueño que Barenboim dirigiera un Ring en el Colón?
Sí, claro que sería un sueño, pero los sueños, sueños son. A veces se cumplen y a veces no.
¿La orquesta que dirigían Toscanini, Erich Kleiber y los grandes de la primera mitad del siglo XX es mejor que la actual?
Volvemos a lo de “todo tiempo pasado fue mejor”. Cuando uno escucha con detalle las viejas grabaciones, se da cuenta de que el rendimiento técnico de las actuales formaciones es mejor. Pero esto no es algo exclusivo del Colón, sino que el nivel técnico en general ha subido en todas partes. Ocurre lo mismo con las grandes orquestas estadounidenses y europeas. Sin embargo, y eso sí hay que recuperar, hay un sentido de la interpretación, un phatos que emerge de la lectura musical de aquellas versiones que no tengo claro que hoy tengan esa trascendencia y esa “ética musical” diría yo.
¿El público sigue siendo tan entusiasta y caluroso como antaño, como se muestra en las grabaciones históricas en vivo?
Buenos Aires es una ciudad donde hay muchos fanáticos de la ópera. Un público de tradición operática importante, pero creo que la “locura” de esas grabaciones de antaño ya no está más. Sin embargo, sí le tengo que decir que el abono vespertino, que es el de los domingos a las cinco de la tarde, sigue siendo un público absolutamente fervoroso, tanto como el de las canchas de fútbol, con una energía muy alta. En cualquier caso, antes y hoy, el público argentino es un bello público, mucho más cálido, mucho más efusivo, genuino y honesto que la generalidad.
¿Encargos a compositores?
Pocos, menos de los que debiéramos. En esta temporada, por ejemplo, la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires estrena un encargo que hemos hecho a Esteban Benzecry, un Concierto para orquesta que realmente es una obra importante, de envergadura. Por su parte, la Orquesta Estable del Teatro Colón dará a conocer una nueva creación que hemos pedido a Santiago Santero.
Esta entrevista se produce en un momento crucial y hasta de turbulencia para el Colón, cuando su directora general, María Victoria Alcaraz, ha cesado tras seis años en el puesto, y en su lugar acaba de ser nombrado Jorge Telerman, una figura de peso, y “uno de los principales impulsores de la cultura pública y de calidad en la Ciudad de Buenos Aires” según el comunicado emitido por el propio Ayuntamiento. ¿Cómo afectarán estos cambios al día a día del teatro?
Con la salida de María Victoria Alcaraz concluye un periodo histórico. Es la primera directora que ha tenido el Teatro Colón en sus 114 años de historia, y la persona que, desde el retorno de la democracia, más tiempo ha permanecido en el cargo: no son detalles menores. Ella ha aportado estabilidad y una línea de actuación clara y definida. Se ha ganado credibilidad, confianza y fiabilidad: hoy, el artista sabe que vamos a cumplir escrupulosamente con todos los detalles de lo pactado, y ese legado desde la producción artística se valora muchísimo.
La presencia conjunta de ambos (Alcaraz y Telerman) recibiendo al alimón a las autoridades en la inauguración de la nueva temporada, tampoco es un detalle menor: parece delatar una transición “elegante”, sin ruptura ni convulsiones.
Así es, pero hay que decir que un cambio en la dirección indica una nueva mirada. Y está bien que así sea. También implica, y así lo ha dicho el nuevo director general: respetar lo programado y enmarcarlo en nuevos trazos. Hemos recuperado público, repertorio, equipamiento. Ahora, desde esta base establecida en los últimos años, es el momento de decir: “Vamos a subir un escalón más, y otro, y otro!”. Lo ha señalado Telerman desde su llegada, y aunque esta es su primera semana ya nos ha marcado el rumbo: tensión entre tradición y riesgo.
Personalmente, ¿cuáles han sido sus tres noches musicales más inolvidables?
Voy a nombrar cuatro. La primera fue en el ensayo general del segundo reparto del terceto final de El caballero de la rosa, con cantantes y director locales, con Carla Filipcic Holm (Mariscala), Guadalupe Barrientos (Octavian) y Marina Silva (Sofie), dirigido por Alejo Pérez. Fue algo subyugante la emoción de esa noche. Luego, ya fuera del Colón, mantengo imborrable mi primer concierto, aún de niño, en Uruguay, cuando escuché al Maestro Piero Gamba dirigir la Tercera Sinfonía de Saint-Saëns. Y luego, finalmente dos noches pianísticas que para mí fueron memorables: una, el recital de Homero Francesch con la última sonata de Schubert, la 960, que para mí supuso casi una transmutación eucarística de música en lo trascendente; la otra, una noche de Martha Argerich con Chaikovski, con el Primer concierto, dirigida por Daniel Barenboim y la Orquesta del Divan. ¡Martha estuvo increíble-increíble, monumental!
¿Cuándo tendrá la Argerich un busto en los salones del Colón, como sí tienen Victoria de los Ángeles, Wagner, Ginastera y algunos otros dioses del Colón?
¡Lo tiene que tener, desde luego! Pero creo que a Martha no le gustará que pongan un busto de ella. Al menos, ahora. Es una artista demasiado humilde. Es de una modestia y honestidad musical sin parangones. Martha es mucho más que una pianista inmensa. Por supuesto, al hablar de bustos en el Colón, no nos podemos olvidar de Nilsson, de la que todavía resuena su Isolde con Vickers de 1971, y que ya he oído que sus adoradores quieren poner un busto en el Colón.
Justo Romero
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