ÁGUILAS / Lisette Oropesa y la maldición de la Princesa de Bouillon

Águilas. Auditorio Infanta Doña Elena. Conciertos de la Luna Llena de Promúsica Águilas. 6-VIII-2023. Lisette Oropesa, soprano. Rubén Fernández Aguirre, piano. Obras de Gounod, Ravel, Delibes, Bizet, Massenet, Moreno Torroba, Granados, Guridi, Rodrigo, Vives y Giménez.
Al abordar “Gracia mía”, de las Canciones amatorias de Granados, Lisette Oropesa hizo gestos de que no podía seguir cantando llevándose las manos a la garganta. Los dos grandes centros florales que adornaban la boca del escenario le estaban provocando una reacción alérgica y la soprano abandonó el escenario con la lógica expectación del público que abarrotaba el Auditorio de Águilas. Tras unos minutos y tras la interpretación de Rubén Fernández Aguirre del arreglo de Carlos Imaz sobre temas de la zarzuela El caserío, Oropesa salió de nuevo y ofreció saltar a la última pieza del programa y probar así el estado de su voz. Afortunadamente todo quedó en el susto, porque la voz seguía fresca, sin signos de deterioro (tener una técnica sólida permite sortear estos baches con profesionalidad) y ante el delirio de los asistentes, retomó alguna de las piezas postergadas y ofreció asimismo una bellísima versión de la romanza principal de María la O de Lecuona.
Para entonces y ya desde el bolero “¡Ay pobre Curro mío!” de Gounod con el que se abrió el recital, Oropesa se había metido en el bolsillo al respetable gracias a la capacidad comunicativa de su voz y de su manera de frasear. La voz es de un timbre seductor, con matices levemente oscuros en origen que adquieren brillo mediante una técnica de colocación y de proyección intachables, de manera que cuando sale, la voz tiene un temblor de emoción y una gama de colores que la hacen inconfundible. Con el sonido perfectamente cubierto en toda la gama, las transiciones entre registros prácticamente no existen, el sonido fluye con una naturalidad desarmante sin saltos ni cambios, plenamente audible en todo el espectro dinámico. Con tales herramientas técnicas a su servicio, Oropesa puede abordar con seguridad el terreno expresivo del fraseo que la ha encumbrado al podio mundial de la ópera. Así, en una primera parte dedicada a canciones de inspiración española de compositores franceses, se pudo recrear en los ritmos cadenciosos de los boleros y habaneras, abriendo y cerrando el sonido con sensacional sentido expresivo (como en la “Chanson espagnole” de Ravel) o dejándose ir con morbidez en los melismas orientalizantes y aflamencados en largas frases sostenidas por un fiato largo y firme. Ese fiato que le permitía alargar interminablemente las frases en “Ouvre ton coeur” de Bizet o abordar largas escalas descendentes en “Adieu de l’hôtesse arabe” del mismo autor o, sobre todo, en la “Vocalise-étude” de Ravel. Y ya en materia de coloraturas, el espectáculo fue total en “Les filles de Cadix” de Delibes y aún más en la “Sevillana” de Massenet, con largas tiradas y frescas y brillantes subidas a las regiones del Re y del Mi bemol sobreagudos.
Pero Oropesa es la que es hoy día no sólo por todo lo anterior, sino esencialmente por su capacidad de inducir emociones con su fraseo, de poner acentos de afectos en la nota clave de cada frase. Y eso es lo que afloró en la segunda parte desde la romanza de Monte Carmelo de Moreno Torroba, una suave habanera que Oropesa abordó con un canto mórbido, cadencioso, a flor de labios, sin forzar nunca un ataque y dejándose caer en las notas adecuadas. Un canto delicado e íntimo que llegaba hasta todos los rincones de la sala en “Mañanica era” de Granados tras el alarde de precisión en la afinación en la complicada “No lloréis ojuelos” del mismo Granados. Y después vino la artera añagaza de la Princesa de Bouillon y sus flores envenenadas, sólo que por una vez la celosa princesa no se salió con la suya y Lisette Oropesa pudo volver para cerrar un recital que quedará en la memoria de los muchos aficionados de Águilas.
Alter ego de la cantante, Rubén Fernández Aguirre fue el brillante y atento pianista de siempre, con esas virtudes que lo han hecho uno de los mejores repertoristas y pianistas acompañantes de España. Además de la precisión y limpieza de su pulsación, capaz de mil y un matices dinámicos, sobresale en él su dominio del ritmo y su capacidad para jugar con él a capricho en algunos momentos, siempre en pos de un acompañamiento imaginativo y rico en detalles que enriquecen la parte del piano. Fraseó con la soprano y fue una segunda voz plenamente engarzada, llena de colores mediante una soberbia técnica de pedal. Su ostinato en una de las canciones de Bizet consiguió crear un ambiente hipnótico mediante la gradación de intensidades. Y su sentido del humor hizo de la ligera “Marche funebre d’une marionette” de Gounod un delicioso momento de relax y sonrisa. Y, al final, todos felices, que no es poco.
Andrés Moreno Mengíbar