ÁGUILAS / Las dos caras de un piano
Águilas. Conciertos de la Luna Llena. Castillo de San Juan de las Águilas. 7-VIII-2023. John Lee, piano. Obras de Albéniz/Godowski, Chopin, Behr/Rachmaninov, Medner, Kreisler/Rachmaninov, Gershwin/Wild y Wencheng/Peizum. * Roman Fediurko, piano. Obras de Mendelssohn, Chopin, Albéniz y Scriabin.
ClaMo Music es una asociación murciana dedicada a la promoción de jóvenes valores del piano y que cada año convoca un certamen que, a la vista de los resultados, va alcanzando un considerable nivel artístico. Dos de los ganadores de las últimas ediciones del concurso cerraron el programa de los Conciertos de la Luna Llena de Promúsica Águilas, con un concierto que mostró las dos caras del pianismo.
El joven de Hong Kong John Lee es dueño de una técnica intachable: no falla una nota, posee una soberbia agilidad y controla al milímetro todos los resortes del instrumento. En este aspecto se merece la máxima calificación. Claro que cuando hablamos de un músico integral hay que pedir más que la perfección mecánica. Ya la mera selección del programa por Lee evidenció su objetivo: demostrar sus habilidades digitales por encima de cualquier otro aspecto de la interpretación, sin querer ir más allá del fácil aplauso ante la exhibición física en el teclado. Prácticamente todo su programa se constituyó a base de arreglos superficiales, muy exigentes en lo técnico pero vacíos de sentido musical. Todo un pecado la manera de ensuciar el Tango de Albéniz por la mano de Godowski, por ejemplo. Y así todo lo demás. No hubo allí ninguna variedad en la articulación, ni atención a los acentos, ni búsqueda del color diferencial. Todo monotonía expresiva.
Afortunadamente, el ucraniano Roman Fediurko [en la foto] nos llevó al otro lado del pianismo, el de la búsqueda de la transmisión de emociones y de afectos, el de la profundización en obras de fuerte calado, serias, magistrales, capaces de hablar al corazón y no de halagar el oído. Todo eso se pudo paladear en las Variations sérieuses de Mendelssohn desde la exposición del tema, deletreada con suma atención a cada nota, su peso en cada frase, su valor expresivo. Y luego individualizando la pulsación y el fraseo en cada variación, usando el pedal como elemento coloreador del sonido, con una madurez impropia de un joven de menos de dieciocho años, remachado todo ello con la energía y la pasión de la variación final. La misma madurez como artista mostró en la baladas nº 3 de Chopin (espléndido crescendo regulado con precisión milimétrica, por ejemplo), en Triana de Albéniz (por fin limpio de adherencias y con plena atención al ritmo sincopado, a la claridad de la exposición de las voces intermedias y al moderado rubato) y en una fulgurante Sonata Fantasía op. 19 de Scriabin, con toda una lección del uso del color diferencial en sus secciones, desde el sonido perlado del tema lírico hasta el más robusto y variado de la sección central, plena de tensión.
Andrés Moreno Mengíbar