A la moda

La moda es uno de los conceptos más recurrentes en la teoría musical del Barroco y del Clasicismo. El panfleto satírico de Benedetto Marcello Il teatro alla moda (Venecia, 1720) pone de manifiesto los efectos perniciosos que las prácticas teatrales del momento ejercían sobre el verdadero objeto expresivo del arte.
No obstante, más de un siglo antes, Lodovico Zacconi percibía ya la esencia de un tiempo en el que la nueva teatralidad de la moda se extendería hacia la sociedad en su conjunto, la conducta humana y, cómo no, el arte. En su Prattica di musica utile et necessaria (Venecia, 1592), Zacconi advertía que “el ornamento en el hombre no reside solo en su hábito ni en su vestimenta. Pues consiste también en su proceder, en sus modales, en sus acciones y costumbres”.
El melopeo y maestro (Nápoles, 1613) teme incluso que esta atención a la apariencia externa confunda al discípulo en la búsqueda de un buen maestro. Reuniendo refranes populares, máximas latinas y hasta una cita a san Bernardo, Pedro Cerone observa que el maestro que se ocupa “demasiadamente en aderezarse y componerse da señales de menos saber”, concluyendo que “entre las condiciones que dan a conocer los buenos maestros no hay el ser curiosamente vestido y bien compuesto, presupuesto que no ha de hacer ventaja el maestro bueno a los ruines en ropa, mas en virtudes”.
Los gestos rituales siguen impregnando las formas del primer Clasicismo y la expresión musical, manifestación artística de la comunicación humana, sigue dominada por la escenificación de las emociones y del carácter. En Der vollkommene Capellmeister (Hamburgo, 1739), Johann Mattheson reconoce que se había “convertido en costumbre que la vestimenta definiera al hombre”, lamentándose de que el juicio atendiera únicamente las vanas apariencias y no la nobleza de su espíritu, “pues los defectos de este suelen encubrirse con ricas indumentarias”.
Los dictámenes del pensamiento ilustrado tampoco evitan que la forma exterior siga condicionando la comprensión de la realidad, imponiéndose tanto “a la razón como al sentimiento natural”. Así lo admite Johann Georg Sulzer en la Allgemeine Theorie der Schönen Künste (1771/1774): “Todo se compara, al igual que el corte de un vestido, con el aspecto al que uno se ha acostumbrado, rechazando incluso lo más elevado, pues no responde al dictamen de la moda”.
Sin embargo, el imperio de los rituales inunda la práctica del arte. En este sentido, resulta interesante comprobar cómo un mismo autor acepta y condena simultáneamente la inevitable atención a las apariencias a la que se sometía diariamente como parte de su promoción profesional. Así, mientras que en 1756 Leopold Mozart critica en su tratado los trampantojos de la riqueza externa (“¡Con cuánta frecuencia comprobamos que no son las vestimentas, el dinero, la pompa y, mucho menos, la peluca rizada los complementos que hacen al hombre sabio, consejero o doctor!”), en una carta a su hijo de enero de 1778 reconoce que en anteriores viajes cuidaban la indumentaria con la que se presentaban en las cortes europeas “usando en otros lugares la ropa que en Salzburgo se hubieran puesto los domingos”.
Ya en los albores del nuevo siglo, Heinrich Christoph Koch manifiesta una severa preocupación ante el agravio que se comete en música hacia el repertorio del pasado en la apreciación de la belleza duradera y universal o de los principios objetivos del gusto que superan la pátina que la moda impone como “revestimiento” o “atuendo” particular de cada época. Este autor reconoce la convivencia que se da en otro tipo de expresiones artísticas entre la admiración a las creaciones del pasado y al valor de las nuevas obras, reclamando esta misma actitud en nuestro arte musical. En un artículo publicado en Journal der Tonkunst (Erfurt, 1795) halla en la vanidad humana el origen del desprecio injustificado hacia el verdadero valor del arte: “La nueva moda adula nuestra vanidad, haciéndonos creer que poseemos un valor especial que nos distingue de quienes no desean o no pueden participar de ella. […] Este culto al amor propio y a la vanidad ha conferido a la moda quizás este primer grado de su valor aparente, lo que motiva que creamos encontrar algo realmente bello y de buen gusto en los objetos de moda, pues halagan nuestra vanidad”.
Belleza, autenticidad o vanidad son conceptos que pueden hacernos reflexionar más de dos siglos después. En un contexto en el que las redes y los medios de comunicación construyen un imaginario de brillo y aparentes bellezas, quizás no haya más que objetos vacíos, dispuestos ante nuestra inmediata necesidad de consumo.
Nieves Pascual León
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Pies de foto:
1) Cabinet des Modes ou les Modes Nouvelles, 1785-1789. Rijksmuseum Ámsterdam.
2) Journal des Luxus una Der Moden, 1786. Rijksmuseum Ámsterdam.
3) Coiffure a la bonne fortune. Claude Louis Desrais, 1797. Rijksmuseum Ámsterdam.
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