A CORUÑA / El violín extraterrestre de Sergey Khachatrian
La Coruña. Palacio de la Ópera. 18-X-2024. Orquesta Sinfónica de Galicia. Sergey Khachatrian, violín. Directora, Anja Bilhmaier. Obras de Brahms y Beethoven.
Con un programa como este hay quien pone el grito en el cielo y quien está encantado. Un par de obras escuchadas cientos de veces por cualquier aficionado de mediana dedicación, pero también un irresistible banderín de enganche para el que pasaba por ahí. Un programa de esos que se hacen necesarios para fidelizar al dubitativo por más que aleje a quien sostiene sus dudas precisamente en estos cimientos históricos. Pero, dicho lo que hay que decir, convengamos en que si en el tal programa aparece el nombre de Sergey Khachatrian la duda salta por los aires porque a nadie puede amargarle escuchar al que para muchos es el mejor violinista de la actualidad, así como suena. Coloquen ustedes a su lado a Hilary Hahn y, a partir de ahí, traten de encontrar a quien se le pueda poner por delante. Quizá a su altura, pero por delante no parece que haya nadie. Como el público coruñés se ha especializado en violinistas lo sabe perfectamente y raro el espectador que no se acordaba de aquel Concierto nº 1 de Max Bruch que el armenio firmó en velada memorable con Andrew Litton al podio.
El retorno de Khachatrian ha sido tan impresionante como lo fue su presentación. Su sonido es de una enorme belleza y su técnica le permite circular por la partitura con una naturalidad que hace de la dificultad virtud, no mera exigencia. El Concierto de Brahms fue la muestra perfecta de las capacidades de un violinista que trasciende el virtuosismo porque se hace protagonista de su propio discurso inserto en la idea del compositor. Quiere decirse que aquí la presencia del violín es planteamiento, nudo y desenlace, es el viator que lleva al oyente donde el autor quería conducirle, y lo hace mientras asombra en sus maneras, tan deslumbrantes como convincentes. El Allegro non troppo fue íntimo, lírico e intenso, a pesar de un acompañamiento orquestal un tanto prosaico, aquí y en el resto de la obra: semejante violín merecía más sutileza. La cadenza fue fabulosa y Bilhmaier planteó muy bien la transición a la coda aunque esta se fuera un poco por las ramas. David Villa, al oboe, respondió bellamente a los requerimientos liricos del arranque de un Adagio que el solista negoció con una hondura que cortaba el aire antes de meterse de lleno en un Finale en el que cerró su relato con plena brillantez. Como encore una sobrecogedora versión de la Allemande de la Sonata nº 4 de Ysaÿe, que Khachatrian tiene muy en dedos pues acaba de grabar la integral del belga precisamente con el violín Guarneri del Gesù que perteneciera a este y que le ha prestado al armenio, para la ocasión, la Nippon Foundation.
La Quinta de Beethoven parece quedar para Bilhmaier lejos de cualquier mitificación como parteaguas de la creación sinfónica universal. Cada uno tiene sus ideas a ese respecto y a cualquiera. No todo va a ser intensidad, grandeza y compromiso, inspiración y revolución. Ligereza, herencia clasicista sin dilapidar y entretenimiento asegurado por encima de cualquier cavilación fuera de tiesto primaron en esta lectura en la que nadie se complicó la vida. No hubo atisbo de drama creador ni emociones mayores por más que se agradeciera la vivacidad rítmica del Andante con moto y lo bien resuelto del fugato en el Allegro.
Luis Suñén
(foto: Pablo Sánchez Quinteiro)