MADRID / El bello violín de Mutter
Madrid. Auditorio Nacional. 21-V-2019. Orquesta de Cámara Viena-Berlín. Violín y directora: Anne-Sophie Mutter. Obras de Mozart.
Con la sala sinfónica del Auditorio Nacional a rebosar, con presencia de la Reina Emérita, recibida y despedida con calurosas ovaciones, celebró Juventudes Musicales de Madrid un concierto extraordinario con unos músicos que sin duda respondieron bien a tal consideración. Diecisiete componían ayer la Orquesta de Cámara Viena-Berlín, con mayoría (12) procedentes de la Filarmónica de Viena, empezando por su concertino y director artístico, Rainer Honeck, procediendo los restantes (5) de la Filarmónica de Berlín, con el magnífico Thomas Timm, solista de segundos violines, a la cabeza. La presencia estelar correspondía a Anne-Sophie Mutter, que tras su visita con la Orquesta Nacional hace unos meses (el Concierto de Brahms estuvo en los atriles en aquella ocasión), presentaba tres Conciertos para violín y orquesta de Mozart (los números 2, 3 y 5), quedando la Primera Sinfonía KV 16 del salzburgués para la orquesta liderada por Honeck.
No deja de sorprender hoy la inmensidad de talento del genio de Salzburgo, porque aunque es muy lógico pensar que Leopold prestó ayuda en la composición de esta refrescante y luminosa sinfonía, escrita en el año en que Mozart conoció a Johann Christian Bach y bastante heredera de los modos de éste, lo cierto es que esta obra, raramente escuchada (Ruiz Tarazona escribe en sus notas que nunca se ha interpretado en Madrid, y posiblemente sea verdad, aunque yo no me atrevo a asegurarlo con contundencia), es trabajo de un muchacho de ocho años, y sin embargo no cuesta identificar en ella una chispa especial, por mucho que, evidentemente quede lejos de las grandes creaciones de madurez. Honeck, al frente de ese lujo de formación que es la Orquesta de Cámara Viena-Berlín edificó una interpretación vibrante, muy tradicional en el concepto, sin consideración a la corriente históricamente informada, pero siempre elegante, bellísima en el sonido y cantada con exquisitez en el segundo tiempo. Se respetó la primera de las dos repeticiones prescritas en el primer movimiento y no se ejecutaron las del segundo, que quedó de esta manera algo corto de dimensión.
Magnífico el Presto final, primorosamente ejecutado. Una verdadera delicia escuchar a esta selección de músicos excepcionales de dos de las mejores orquestas del planeta. Respecto a los Conciertos para violín de Mozart, obras que cabe situar en torno a 1775, encierran indudables bellezas, aunque no alcanzan la perfección e innovación de algunos de los concertantes pianísticos de madurez. Son especialmente reseñables los dos últimos, y en concreto, el quinto, con el inhabitual y sorprendente comienzo solista en Adagio tras el decidido tutti inicial de la orquesta, o el rústico episodio “turco” contrastante del minueto final. Partituras, en todo caso, como todas las de Mozart, llenas de indudable belleza. No vamos a descubrir a estas alturas a Anne-Sophie Mutter, que asombrara al mundo de la mano de Karajan cuando era apenas una adolescente (siendo algunas de sus interpretaciones de aquella época absolutamente sensacionales) y que se encuentra instalada hace décadas en la elite mundial de los violinistas.
La germana, que tiene dos Stradivarius a falta de uno, posee un sonido cálido, lleno, hermosísimo, de una dinámica ancha, rico en colorido y matices, y un arco de rara perfección y agilidad, capaz de los juegos más variados y perfectos, de articulaciones de inmaculada claridad y precisión. Su sentido del canto es algo que viene brillando desde su juventud, y que ayer lució de nuevo, muy especialmente en los movimientos lentos (precioso el canto inicial en el adagio del Tercer concierto) o en episodios como el precitado solo inicial del Quinto concierto. Su visión de estas obras tiene vitalidad, pero más elegancia que contraste, y tiende a limar las aristas (que las hay), como en una mirada más hacia atrás, a tradiciones pasadas del Mozart más amable, que adelante, al Mozart que Harnoncourt desempolvó para transformar definitivamente eso que podríamos llamar un “exceso de peluca” en una música que vive en contrastes más abruptos y de acentos más definidos de lo que solíamos escuchar y aceptar como norma. Mutter toma nota de algunas prácticas históricamente informadas, como la libre introducción de pasajes en momentos de semicadencia donde la partitura invita, calderón mediante, al violino principale a ejecutar improvisadas introducciones o enlaces. No considera Mutter, sin embargo, otros asuntos relacionados con dichas prácticas, como doblar algunos tutti (algo también indicado en la partitura, al igual que en los conciertos pianísticos, pero que pocos músicos no historicistas siguen; Gulda era en ese sentido un ejemplo de quienes si seguían esa práctica) o limitar el vibrato, casi siempre de largo recorrido y empleado con la generosidad de hace décadas, pero que hoy en día (escúchense versiones modernas de estas obras como la de Kavakos, por ejemplo) tienden, creo que con razón justificada, a limitarse bastante.
Otros detalles de su interpretación, como algún ritardando (así el del compás 74 del primer tiempo del Quinto Concierto, justo antes de la entrada del segundo tema) pudieron resultar algo excesivos por edulcorados. Igual consideración merece el empleo de portamento (el del paso de los compases 74 a 75 del segundo tiempo de ese mismo concierto, por ejemplo) que pareció fuera de estilo y también en exceso almibarado. Admirables en cambio las cadencias, algunas endiabladas y siempre despachadas con insultante facilidad y bellísimo sonido, como la del primer tiempo del Segundo Concierto, y muy bien conseguido el carácter rústico en el pasaje allegretto del Rondó final del tercer concierto. El éxito fue, como cabía esperar, clamoroso, y obtuvo de la germana la propina de un par de tiempos finales mozartianos de nuevo primorosamente ejecutados bajo parámetros interpretativos similares a los descritos. Velada, en suma, en la que, más allá de consideraciones interpretativas, brilló por encima de todo la exquisita belleza del violín en manos de una Mutter que lo domina como pocos y la formidable clase de una orquesta compuesta por músicos que son un verdadero lujo.
(Foto: Ibermúsica)