Un reto victorioso (Amparo Lacruz graba las Suites para chelo de Bach)

J.S. BACH: 6 Suites para violonchelo / Amparo Lacruz, violonchelo / AGLAE (2 CD)
Según Philip Spitta, Bach escribió las Suites para violonchelo para Cristian Ferdinand Abel, violagambista de la corte de Köthen en la época en que Bach era Kapellmeister (entre 1717 y 1723), pero la afirmación resulta dudosa en la medida en que no está documentado que este mismo intérprete tocase también el violonchelo. Mientras en Italia existían ya significativos precedentes, las suites de Bach ofrecen un testimonio por completo inusual en la música alemana del periodo, y más aún por tratarse de obras en extremo virtuosísticas. En todo caso, se trata de una propuesta sumamente temprana: como en las sonatas y partitas para violín solo, resulta fascinante la forma en que un instrumento básicamente monódico puede asumir una música en la que tanto la armonía como la polifonía imitativa funcionan como dimensiones textuales, implícitas pero perceptibles, otorgando sentido estructural y arquitectónico a la integridad del discurso.
Interesada casi en exclusiva en la música de cámara (que enseña, junto con la técnica de su propio instrumento, en instituciones tan destacadas como el Conservatorio del Liceu barcelonés), Amparo Lacruz tiene una descollante ejecutoria fundacional de grupos como el Trio Kandinsky o el Grupo Manon (con el que realizó el que, probablemente, sea el mejor registro discográfico del bellísimo Cuarteto para el fin del Tiempo de Messiaen), y ha aportado incuestionables joyas fonográficas en las que el repertorio tradicional convive con lo inusual o lo insólito, como la Sonata en Sol menor de Chopin junto a la Sonata en Re menor de Frank Bridge o la Sonata en Mi menor de Brahms junto a la Sonata en La menor de Julius Röntgen (un auténtico descubrimiento, por cierto), en ambos casos, con ese excepcional pianista que es Andreu Riera. El trabajo de Amparo Lacruz ya fue distinguido con el premio de la revista CD COMPCT por su grabación de las obras para trio con piano, violonchelo y piano, violín y violonchelo y violonchelo solo de Joan Guinjoan, y el magnífico registro titulado Schönberg en Barcelona, que contiene una soberbia versión de Verklärte Nacht en el insólito (e interesantísimo) arreglo para trio con piano realizado por Eduard Steuermann, junto con piezas muy poco usuales de Robert Gerhard y Joaquin Homs. Todo ello da cumplida noticia de que la artista valenciana está mucho más interesada en la música misma y en dar a conocer sus más recónditos paisajes que en el mero lucimiento personal: pero también en buscar una coherencia estética que sitúa su ejecutoria en la máxima categoría desde el punto de vista estrictamente musicológico.
Amparo Lacruz aborda ahora la máxima piedra de toque de su especialidad: el registro de las seis suites legadas por el autor del Orgelbüchlein. Se trata de un encuentro obligatorio e imprescindible, y el simple hecho de acometerlo ya supone una muestra de la más alta responsabilidad, y el modo en que la intérprete aborda el empeño resulta altamente esclarecedor: no hay el menor personalismo en su enfrentamiento con las obras sino, por el contrario, una voluntad de servicio hacia ellas de la más honda responsabilidad. Charles Rosen, acerca de la ejecución pública de la música, habló de llevar la obra a algo que se acerque a su existencia objetiva, ideal. Sin afirmarlo explícitamente, Amparo Lacruz pareciera guiarse por estas palabras: no pretende imponer su visión sobre las partituras sino, por el contrario, fundirse con ellas, decirlas, en suma, con la máxima transparencia y honestidad. Hay un evidente pudor en su ejecutoria pero, y sobre todo, una voluntad claramente analítica encaminada a exhibir la extraordinaria belleza del conjunto, y de ahí su delicada fluctuación con los tempi en los pasajes más cantables (el monumental preludio de la Suite en Do menor es absolutamente ejemplar) al tiempo que su energía en los movimientos de más acusado protagonismo rítmico, como el arranque de la Suite en Re mayor ejemplifica, todo ello a través de un fraseo de admirable legibilidad e impecable afinación. En la versión que Lacruz nos ofrece de este admirable corpus hay un amor y un respeto hacia la música que revela una madurez absoluta, infrecuente en una intérprete de su juventud.
En todo caso, y como señalábamos al comienzo, en la propia existencia de las Cellosuiten late ya un cierto enigma que no deja de resultar provocativo, no sólo por la identidad de su destinatario real, sino también por el hecho de que el Opus (opus puramente teórico: jamás se editó en vida del autor) contenga dos obras en modo menor (lo usual hubiera sido sólo una). Ese tenue misterio ha sido muy bien aprovechado en la grabación que aquí se comenta, toda vez que la intérprete no ha respetado el orden catalográfico convencional: el primer CD agrupa las BWV 1012, 1009 y 1007 (en este orden) y el segundo las 1011, 1010 y 1008. Se trata de definir subconjuntos encadenándolos por tonalidades, configurando el álbum que articula la totalidad según un juego que podríamos definir como de afinidades electivas entre las diferentes piezas: tres en tonalidades mayores según el esquema cadencial más obvio y afirmativo (tónica/subdominante/dominante, Sol, Do y Re: las numeradas convencionalmente como 6, 3 y 2) se oponen a otras tres (5, 4 y 2), dos de las cuales están en tonalidades menores sucesivas en orden ascendente (Do y Re) encuadrando a otra en Mi bemol, el relativo mayor de la primera, de modo que si el primer grupo resulta poderosamente afirmativo, el segundo exhibe, por el contrario una fascinadora zozobra. También resulta llamativo (y no poco audaz) iniciar el registro con la obra destinada, al parecer, a una sedicente viola pomposa de cinco cuerdas que, tanto por su digitación como por su tesitura, presenta especial dificultad si se aborda con el moderno violonchelo y que Lacruz resuelve con limpia y encomiable soltura.
Para aumentar la dimensión enigmática, la propia ejecutante aparece retratada en dos imágenes conexas (ojos abiertos, ojos cerrados) encuadrando un álbum carente de todo comentario analítico o biográfico que incluye en sus interior otras dos imágenes en que la intérprete escribe en una pizarra las palabras Ewigkeit, Freude, Geburt (Eternidad, Alegría, Nacimiento) en el panel que alberga el primer disco y Unruhe, Traurigkeit, Tod (Desasosiego, Tristeza, Muerte) en el que contiene el segundo. Cellowahnverwandschaften, cabría titular la totalidad del álbum: un conjunto en el más enérgico Blanco y Negro, sin la más leve condescendencia hacia un tranquilizador cromatismo, en el que Amparo Lacruz no sólo nos ofrece una magnífica (e inesperada) ejecución de Opus seminal de su instrumento, sino también una subyugante interpretación poética del mismo.
Esta reseña se publicó por primera vez en la edición de agosto de 2020 de la revista Itamar