SEVILLA / Próxima Centauri, música de galaxias cercanas
Sevilla. Espacio Turina. 3-V-2024. Próxima Centauri (Sylvain Millepied, flauta. Hilomi Sakaguchi, piano. Benoit Poly, percusión. Marie-Bernardette Charrier, saxofón. Christophe Havel, dispositivo electroacústico). Obras de Alla, Biston, Cage, Arroyo y Jodlowski.
Sin excesos de ambiciones y sin la presencia de (casi) ningún compositor imprescindible en el programa –salvedad, de John Cage– el conjunto francés Próxima Centauri ofreció, en el contexto del XIII Festival Encuentros Sonoros, un excelente y potente –no cabe otra palabra más idealmente alusiva que esta– concierto que apenas rebasó los contornos de la hora de duración.
Quizás por lo inesperado de su brillantez y por el perfecto ensamblaje de las obras el sabor de boca que dejaron fue tan extraordinario. En todo caso si algo demostró este ensemble un tanto deslocalizado de las grandes ciudades/foco –su campo de acción parte de la ciudad de Burdeos– es que cuenta con unos excelentes músicos e, igual de importante, una estética sonora que les identifica fácilmente. Quizás, a ese respecto, ningún otro autor tan afín como el recientemente desaparecido Thierry Alla (1955-2023) cuya metálica y tajante Artificiel (2001) evoca la crudeza de Varèse desde una escenografía cercana a Stockhausen (saxo y flauta tocan de espaldas al público). Una especie de falla valenciana –Alla alude a los cohetes y a las detonaciones– con una sombra/eco electroacústico de efectista y dramático calado.
Ombres (2022), de Raphaèle Biston, juega con superposiciones, también con la maleabilidad del acompañamiento electroacústico que se apresta a generar ambigüedades con lo que emana de los instrumentos. Pareció, en una primera escucha, ser una pieza consistente, más aún por la defensa de la misma que hicieron los intérpretes. Auténtico tour de forcé el que resolvieron la saxofonista Marie-Bernardette Charrier y el percusionista Benoit Poly ante la endiablada Sikuri II (2024) de Juan Arroyo (1981), compositor peruano que es una de las voces más a seguir de la presente música latinoamericana. Al contrario que otros músicos de esa latitud que manejaron absortos el material étnico desde una exposición cruda y ensimismada por su sonoridad –se piensa en Cergio Prudencio, en Mesias Maiguashca–, en Arroyo el gesto exótico se inscribe en una gramática plenamente modernista y reconocible desde el contexto europeo. Con el saxo sin boquilla y la flauta de pan en manos del percusionista, entre todo otro arsenal, la hibridación se produce satisfactoriamente sin caer en el mero guiño, sin que la raíz sea un simple color más.
Muy cercano a la escuela saturada francesa, de la que sus más destacados próceres (Franck Bedrossian y Raphaël Cendo) ahora dicen estar lejos, Pierre Jodlowski (1971) asume muchas de sus instrucciones en Coliseum (2008), obra de impronta xenakiana (fue creada tras el impacto visual y vivencial que le supuso al compositor la visita a la Arena de Nimes) en la que las dinámicas extremas y las tensiones constantes le sirvieron para crear una partitura que se lanza como a chorro, sin que la presión decaiga. Imponentes los caños de notas que desplegó la pianista Hilomi Sakaguchi y el buen hacer de Próxima Centauri, que ha divulgado la obra en múltiples ocasiones.
Como resuello se intercalaron las partes de Living room music (1940) de John Cage (1912-1922) en una versión muy libre en la que sustituyeron la percusión por cuatro Ipads. Mucho mejor las dos primeras piezas, una puramente robótica, con sonidos sintéticos de juego vintage; la segunda con el flautista Sylvain Millepied invocando al Cage más oriental en medio del marasmo digital.
Ismael G. Cabral