SANTIAGO / La JONDE echa el resto
Santiago de Compostela. Auditorio de Galicia. 11-VII-2022. Elisabeth Leonskaja, piano. Joven Orquesta Nacional de España (JONDE). Director: Pablo González. Obras de Beethoven y Mahler.
A las buenas orquestas jóvenes puede faltarles oficio pero les sobran ganas, de manera que las lógicas limitaciones de la falta de experiencia o del sonido de unos instrumentos que no son todavía los que les deparará la vida profesional las compensan con una entrega a toda prueba. Si, además, el maestro que las dirige tiene cosas que enseñarles y sabe hacerlo, el resultado suele ser, como mínimo, de una espontaneidad tan refrescante como bien medida.
La sensación que dio la JONDE en el primer concierto de su gira por Galicia, Castilla-León y Asturias fue la de una formación muy bien engrasada, con excelente —y hasta excepcional— calidad en todas sus familias, entregada a la labor de hacer música de la mejor manera posible a las órdenes de un director con las ideas muy claras y que se nos ha revelado como un magnífico, digamos, pedagogo, tanto, se intuye, en los ensayos como, se ve, en el momento del concierto. Por eso la Quinta de Mahler sonó bien trabajada, redonda, opulenta y, al mismo tiempo directa, natural, si se me permite, como si tanto la orquesta como el director supieran muy bien que durante el concierto serían capaces de rematar sus posibilidades y sus criterios respectivamente.
De ese formidable director de orquesta que es Pablo González conocíamos, entre otras cosas, sus credenciales mahlerianas y volvió a demostrarlas desde el conocimiento de ese mundo único en el que lo aparente y lo íntimo se encuentran sin transición, en el que lo bombástico no es a veces sino reflejo de un quebranto que se irá viendo cada vez mejor en las sinfonías que seguirán. Desde el principio el maestro asturiano puso toda la carne en el asador, no ahorró nada del mensaje —aquí vale la palabra— del autor, lo situó ante nosotros en toda su verdad, señalando a sus jóvenes músicos nota por nota, compás por compás, frase por frase, cómo hay que decir esa música. Excelente idea la suya, por cierto, de enfrentar a violines primeros y segundos en la disposición del orgánico, con violonchelos y contrabajos a la izquierda del espectador.
Todo sucedió como en un arrebato. No hubo un solo momento de descanso, ni siquiera en un Adagietto que se propuso en su justa medida lírica, nostálgica, hasta cierto punto desvalida, pero solo hasta cierto punto. Tantas veces se convierte ese cuarto movimiento en una “melodía inolvidable” como se pasa por alto que está en una sinfonía, aunque sea tan peculiar como esta, a veces tan caótica pero siempre tan reflejo del universo proteico de su autor. Como se ha dicho, la orquesta en pleno rindió magníficamente, desde la concertino al tuba. Pero déjenme que haga una alusión muy especial a la sección de trompas —preparada por Kalervo Kulmala—, a la que cualquier orquesta española podría fichar completa de inmediato. Y, sobre todo, a quien fue impecable solista en el Scherzo, Álvaro Parrón Hidalgo. Apunten ese nombre.
La primera parte la ocupó el Cuarto concierto para piano y orquesta de Beethoven, con la gran Elisabeth Leonskaja como solista, lo que significaba también para la JONDE trabajar con una de las mayores figuras del teclado de nuestro tiempo, a la vez dotada de una inteligencia y una naturalidad como intérpretes simplemente admirables. González optó por un acompañamiento en el que se cuidó muy bien de no pasarse con el vibrato y dotando al papel de la orquesta de una cierta contundencia rítmica al inicio que a veces aquí se deja un poco de lado por mor del primer motivo del piano. Leonskaja, ya en los setenta y cinco, dejó para el recuerdo una fabulosamente tocada cadenza en el Allegro moderato o la forma de iniciar el Rondó conclusivo. Como encore, una preciosa lectura de la Klavierstücke D 946 nº 1 de Schubert.
También hubo encores, dos, por parte de la JONDE. En otro ambiente —el Auditorio de Galicia presentaba una excelente entrada con muchos coetáneos de los propios músicos— quizá a algún purista no le hubiera gustado eso tras nada menos que una Quinta de Mahler. Puede que hubiera sido preferible que nos fuéramos con esa intensidad metida en el cuerpo. Pero, en fin, el concierto era también, en cierto modo, una fiesta y tampoco la Quinta es la Novena. Así que tras ella llegaron el Intermezzo de Cavalleria rusticana de Mascagni y un clásico en la JONDE, el pasodoble Amparito Roca, de Jaume Teixidor Dalmau, en garboso arreglo que la orquesta acabó tocando en pie. A los aplausos del público siguieron los besos y los abrazos en el escenario, es decir, la muestra palpable de que estos chicos y chicas saben que una orquesta es una suma de solidaridad, ilusión y trabajo. Seguramente se lo explicó muy claro un Pablo González al que también se le vio disfrutar de lo lindo mientras trabajaba a destajo.
Luis Suñén
(Foto: JONDE)