SAN SEBASTIÁN / Gutiérrez Arenas y De Solaun: dos héroes ante la adversidad
San Sebastián. Claustro del Museo de San Telmo. 23-VIII-2023. Quincena Musical Donostiarra. Adolfo Gutiérrez Arenas (violonchelo) y Josu de Solaun (piano). Obras de R. Schumann, F. Schubert y C. Franck.
Cuando hay una personalidad musical fuera de lo común, una técnica sin fisura ninguna y una generosidad que lleva a acometer riesgos con auténtico peligro de naufragar a causa de una adversidad material con las que es apenas posible lidiar, no cabe más que rendirse ante la figura de quien aúna todas estas virtudes. Primero diremos que, ante el reto, nuestro héroe salió triunfante, y segundo, que las condiciones meteorológicas con las que Adolfo Gutiérrez Arenas tuvo que enfrentarse a su programa del Ciclo de Cámara en el claustro del Museo de San Telmo fueron excepcionalmente duras.
Son ya unas cuantas las veces en las que, desde estas líneas, comentamos la dificultad para los intérpretes de tocar en este marco, muy bello sin duda, pero que tiene una característica muy penosa: la humedad. Cuando llueve es terrible, porque el índice se multiplica; pero cuando sale una temperatura como la del pasado día 23 de 35º y sensación de 42º (datos recogidos de Aemet, para que nadie diga que me lo invento), el hecho de dar un concierto como el que nos regalaron Adolfo Gutiérrez y Josu de Solaun se convierte en un hecho heroico. Y una vez más, desde estas líneas también, voy a meterme con el consistorio donostiarra, que impone unas condiciones económicas demenciales al Festival de su propia ciudad para poder utilizar los recintos que el mismo Ayuntamiento administra mediante todo un entramado abstrusísimo, de forma que sea mucho más fácil poner trabas que animar a la creación de producciones nuevas, que se prefiera la parálisis autosatisfecha a la actividad artística, que domine la autocontemplación onanista con las salas cerradas frente a la diversificación de actividades creativas y nuevas propuestas. No se preocupen, que mientras el dinero se va sin contar por esos túneles del metro en construcción que nadie necesitaba ni quería, nuestros músicos tendrán que seguir padeciendo estas inclemencias agosto tras agosto de forma injustificada e injustificable.
Disculpen el alegato, pero era imposible no hacer referencia extensa a la situación que se encontraron Gutiérrez Arenas y De Solaun en San Sebastián para comprender el valor añadido de su recital. Si objetivamente el programa que presentaron es de gran belleza y dificultad, para quien suscribe en esas partituras elegidas se encuentran algunos de los mejores momentos, no ya del repertorio de cámara, sino de toda la historia de la música, así que mis expectativas estaban a la altura de mi pavor ante las gotas de sudor que corrían por las caras de todos los asistentes. Y salieron ambos intérpretes, con cierta expresión de preocupación dibujada en el rostro del violonchelista, que hizo una breve alusión al problema climatológico. Y atacaron el primer movimiento de las Fantasiestücke op. 73 de Schumann y en cuanto sonó la primera frase quedó claro que iba a ser un concierto de los grandes. Concebidas inicialmente para clarinete, el propio Schumann indicó que se podían interpretar indistintamente con viola o violonchelo, así que, dada su belleza, han hecho fortuna también con este instrumento. Pese a la lógica preocupación por asegurar el aspecto técnico con semejante panorama, la cuestión musical está tan interiorizada en cada uno de ellos y a dúo, que afloraba prácticamente sola, de forma que esas piezas llenas de cambios de carácter, de inflexiones, de matices, brotaron de ambos intérpretes con una naturalidad realmente pasmosa. Por parte de De Solaun hubo un cuidado especial en no “molestar” para que Gutiérrez Arenas pudiera controlar lo mejor posible los aspectos más comprometidos, como algunos cambios de posición o ciertos agudos. Las Fünf Stücke in Volkston op. 102, obra compuesta explícitamente para chelo y piano, sonaron en manos de este dúo con todo el lirismo y los contrastes deseados e indicados: llena de humor y socarronería la primera; como una suave nana la segunda; bien decantada la tercera, particularmente en esas temibles dobles cuerdas; apasionada y contrastada la cuarta; y llena de esa gracia popular la última.
Para entonces había quedado patente que Gutiérrez Arenas y De Solaun no sólo son dos grandes instrumentistas sino también dos enormes personalidades musicales que no se anulan, sino que se complementan: equilibrado, perfeccionista, claro y de una elocuencia fuera de lo común Gutiérrez Arenas, que frasea como nadie gracias a una técnica de arco descomunal. Y manierista, excesivo, atento, extremado, sorprendente y generoso De Solaun, que tiene una técnica de dedos impresionante y una gama dinámica casi infinita. De hecho, no hay muchos chelistas que podrían afrontar ese piano completamente abierto con De Solaun al teclado, pero el sonido redondo, pleno, proyectado y realmente inmenso de Gutiérrez Arenas se puede permitir todo eso y más.
Siguió ese milagro musical que es L´Arpeggione de Schubert, compuesta en 1824 para el instrumento del mismo nombre que había sido inventado un año antes. Dicho arpeggione no hizo fortuna, pero la sonata de Schubert conoce múltiples adaptaciones desde entonces y aunque parece que no le puso excesivo interés a la composición, su virtuosismo bien conducido y la belleza de sus temas la han hecho muy popular. Es precisamente ese virtuosismo combinado con una delicadeza extrema y una afinación endemoniada lo que hace de esta partitura toda una prueba para cualquier intérprete. No quiero insistir demasiado en el “asuntillo” de la humedad y el calor, pero les aseguro que todo el público tenía el corazón en un puño viendo las camisas de ambos músicos, que a pesar de ser negras, delataban su estado transitorio de sólido a líquido. Quien suscribe no paraba de pensar en la dichosa afinación de lo que se le venía encima a Gutiérrez Arenas quien, con un “pero si esto parece Sevilla” se lanzó al ruedo vienés. Y una vez más, los temores quedaron disipados: la breve introducción al piano, magníficamente dibujada por De Solaun, nos zambulló de inmediato en el estilo schubertiano y nos preparó a la entrada del chelo. Una vez más, Gutiérrez Arenas dio toda una lección instrumental y musical, merced a una técnica de marmórea solidez y una expresión musical que aúna naturalidad, pasión contenida y un gusto exquisito en el fraseo, todo ello servido por ese manejo excepcional del arco. En esas condiciones, pasar de un ataque intenso y profundo a la ligereza en la punta con esa facilidad, esa precisión y sin el menor quiebro o ligero roce en el sonido sólo está al alcance unos pocos. Delicioso el acompañamiento de De Solaun, siempre presente y justo, cantando a veces notas inesperadas y sosteniendo a su partenaire en esa partitura de aspecto inocente y simple pero que encierra trampas por todas partes. Cabe destacar el canto de esa mano izquierda en el segundo movimiento, a modo de contrapunto de la melodía del violonchelo y que De Solaun condujo con la maestría de quien entiende el texto de forma verdaderamente profunda. Admirable la forma de declamar de Gutiérrez Arenas en ese Adagio, entre sereno y lúgubre, en el que optó por un lirismo también un tanto contenido y de expresión sobria e intimista y en el que disfrutamos de su sabiduría a la hora de adaptar el vibrato al estilo y al carácter. El chispeante y virtuosístico Allegretto final fue simplemente deslumbrante, lleno de gracia y de esa aparente ligereza de Schubert que nunca termina de ocultar la profundidad de su melancolía. Perdonen que insista, pero si tienen ocasión de escuchar en directo a este chelista, por favor, fíjense en ese brazo izquierdo, cómo una frase sale de la anterior en un arco que parece no tener fin.
El concierto se cerró con otro monumento: la Sonata en La mayor de César Franck. Repetiremos aquí eso tan manido y tan ineludible de que, junto con las primeras sonatas para violín y piano de Fauré y de Saint-Saëns, su versión primera se encuentra entre las posibles inspiradoras de la “Sonata de Vinteuil” de La búsqueda del tiempo perdido. En cualquier caso, lo que sí es comprobable es que Franck compuso esta obra en 1886 como regalo de bodas para Eugène Ysaÿe, quien la tocó efectivamente junto a su cuñada el día de su matrimonio. La perfección y belleza de la obra empujaron al violonchelista Jules Delsart a transcribirla para su instrumento en 1888 con la aprobación del compositor y manteniendo intacta la diabólica parte para piano. Una vez más, De Solaun dio una lección de escucha, instalando un tempo efectivamente Allegretto y efectivamente ben moderato, que le permitió flexibilizar dentro de la pulsación para que su partenaire pudiera cantar ese comprometido comienzo con toda la comodidad que permitían las condiciones. Quizá fue en esta sonata donde las diferentes personalidades artísticas quedaron más patentes y donde, paradójicamente, provocaron una versión más interesante y particular. El manierismo dionisíaco de De Solaun se vio favorecido por una escritura muy densa en su segundo movimiento y que demanda una gran amplitud dinámica. Su interpretación llegó todo lo lejos que el lirismo apasionado pero más apolíneo de Gutiérrez Arenas se lo permitió. El único aspecto que no acerté a entender fue la brevedad de muchos pedales o medios pedales e incluso cierta sequedad en su utilización, quizá motivadas por el natural miedo a una excesiva resonancia en el claustro. Sin embargo, en el Recitativo-Fantasía, para compensar, pudimos disfrutar de una pedalización inusualmente larga que, personalmente, me resultó muy interesante y que De Solaun se puede permitir gracias al control de las dinámicas y los planos sonoros. Magnífica esa interpretación flotante e intimista por un lado, y apasionada y muy terrenal, por otro. En lo que se refiere a las dinámicas, asombroso también el dominio magistral de Gutiérrez Arenas a lo largo de toda la obra y particularmente cuando ambos intérpretes tocan en forte, porque no diré que doblega a su compañero, pero desde luego, no se queda en absoluto detrás, a pesar de la tremenda sonoridad del valenciano. En el bellísimo canon final estuvo fastuoso Gutiérrez Arenas y un poco más irregular De Solaun, que tendió de nuevo a una excesiva ausencia de pedal por momentos y también a cierta precipitación que no le permitió cantar el tema suficientemente. Una minucia que refleja más un gusto personal que otra cosa, porque realmente estos dos músicos nos ofrecieron una interpretación soberbia de principio a fin.
Como propina, un precioso arreglo de la canción de Harold Arlen Somewhere over the rainbow, del Mago de Oz.
Lamento dos cosas: no haber escuchado a este par de maestros en un teatro al uso en condiciones normales y no haber seguido antes a Gutiérrez Arenas, de quien creo que, a pesar de su gran carrera internacional, no se habla tanto como se debería, porque quizá sea el chelista español más completo.
Un concierto para recordar, de los que también quedará marcado con letras de oro en la memoria de la Quincena. Y no digamos en la mía.
Ana García Urcola