Raúl Canosa: “El virtuosismo es mucho ruido y pocas nueces”
“Tan solo soy una persona que ansía poder ganarse la vida con eso que tanto ama”, comienza diciendo Raúl Canosa (Madrid, 1996) cuando se le pregunta abiertamente que quién es él. Directo y sincero, sin pelos en la lengua y con una ambición clara: ser honesto con la música que ofrece. Pocos son los pianistas que en sus inicios se atreven a afirmar los fallos del sistema, no por flagelarlo, sino por buscar soluciones que puedan beneficiar a próximas generaciones. “Que los errores que nosotros hayamos sufrido no sean motivo de frustración para las generaciones futuras”, afirma. El 26 de mayo debuta en el Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo con dos de las obras más fundamentales del pianismo del siglo XIX: la Sonata D 960 de Franz Schubert y la Sonata en Si menor de Franz Liszt.
Comencemos hablando por su yo presente. ¿En qué etapa artística diría que se encuentra Raúl Canosa en la actualidad?
Hay un momento en la vida de todo artista en el que dejas de ser estudiante y comienzas a ser considerado profesional. Cuando traspasas esa barrera que separa el aula de estudio de la sala de conciertos, hay un periodo de transición cuyo único fin es la búsqueda de oportunidades. Oportunidades que te metan de lleno en los ciclos de conciertos, que te separen de la universidad y del conservatorio —aunque los músicos seamos estudiantes eternos— y puedas, al fin, ganarte la vida con aquello con lo que tanto disfrutas. Mi etapa de transición se vio rota por la Covid. La pandemia truncó los planes de todos aquellos que estábamos empezando a hacer carrera por entonces. Fue frustrante, desalentador. Parecía que empezaba a ver algo de luz en mi carrera, que los programadores empezaban a llamarme, que todas las horas de dedicación se veían recompensadas y, de repente, el silencio. ¿Se imagina a todos aquellos músicos cuyos salarios provienen directamente del escenario y que se han visto de la noche a la mañana sin dinero para poder alimentar a sus familias? Algunas orquestas han tenido que cerrar. Otras están viendo cómo sobrevivir. Las expectativas no son las mejores, pero es que este arte que hacemos es tan bonito, que por muchas piedras que nos tiren debemos seguir luchando para que viva en nosotros y para que suene ante el público.
Los conservatorios y las universidades enseñan parámetros artísticos para ser músicos, pero ¿les enseñan a cómo vivir como músicos?
El mundo real es muy complejo y las enseñanzas regladas solo te acercan una parte muy limitada, casi utópica. El engaño no surge porque haya cuestiones que no te enseñan, sino porque te aseguran que te están mostrando todas las posibilidades existentes en una vida profesional, ¡y eso es mentira! Cuando terminas la formación, te abandonan a las puertas del destino, sin que sepas bien qué tienes que hacer. ¿Cómo se consiguen conciertos? ¿Cómo consigo un agente? ¿Me debo presentar a concursos?
¿Cuál diría que es el primer conflicto al que se enfrenta cualquier instrumentista nada más terminar las enseñanzas regladas?
Conseguir una actividad financiera que te permita mantener el nivel artístico. Si tienes cuatro conciertos al año, necesitas buscarte otros trabajos para sobrevivir económicamente. Esto se traduce en menos horas de estudio, menos facilidades a la hora aceptar compromisos —pues si trabajas en una escuela, los horarios de clase delimitan mucho la agenda— y en un alejamiento progresivo del escenario. No estoy criticando la docencia, pero sí poniendo sobre el tapete que para muchos es la única manera de sobrevivir en la industria musical.
¿Es lo virtuoso el único camino hacia el éxito?
Habría que empezar resaltando que lo complicado es un reto para la juventud. Cuando estás formándote, quieres tocar las obras más difíciles porque tiendes a creer que si puedes tocar eso, puedes tocar todo. A nivel musical, el discurso es muy diferente. A esto, sumémosle el espíritu competitivo, que parece obligarnos a ser virtuosos. Y para desgracia de muchos, el virtuosismo es mucho ruido y pocas nueces. Es un aplauso fácil que suele funcionar, porque la gente adora la explosión pianística, pero se olvida de la profundidad musical. Vivimos en una época en la que la paciencia no existe. Queremos resultados efectistas, que nos cautiven en pocos segundos. Pararse a pensar, en silencio y con calma, en lo maravilloso de una sinfonía de Schubert o Beethoven, parece algo demodé. Todo lo imprescindible tiene que ocurrir en los escasos treinta segundos que dura un vídeo de Instagram.
¿De qué forma podemos mostrarle al público que el arte del afecto, de emocionar, va más allá que los treinta segundos de un vídeo de Instagram?
Hay que dejar de glorificar a personalidades que abogan por ese pianismo. Los programadores, obviamente, buscan lo más rentable y los pianistas jóvenes, de primeras, no lo somos. ¡Cómo lo vamos a ser si no nos dan oportunidades para que eso ocurra! Prefieren traer a superestrellas mainstream, porque saben que les llenarán el auditorio, aunque el pianismo que ofrezcan sea más pirotécnico y menos musical. Pero se olvidan de que ellos tienen la responsabilidad de educar, y hoy día han abandonado al público y a la música por aquello que más les llena las arcas. Esto tiene un efecto cadena: si cualquier estudiante observa que, para hacer carrera, es preciso cultivar ese virtuosismo, todos quieren ser virtuosos.
Utiliza sus redes sociales también con fines divulgativos, explicando muchas veces motivos o secuencias de las piezas que interpreta. ¿Cree que es el momento de que el intérprete retome la actividad divulgativa que, de alguna forma, habían asumido musicólogos y divulgadores culturales en los últimos años?
El intérprete está obligado a compartir con el público la percepción del artista. Eso debe ser así. O tendría que serlo. Los musicólogos pueden mostrar una visión más historiográfica y analítica, pero no podrán acercarse a la dimensión subjetiva del intérprete. Yo disfruto haciéndolo porque creo que estimula la escucha activa —sobre todo, en obras programáticas en las que puedes narrar la forma en que determinado compositor decidió contar una historia—. Si el público conoce la historia desde un punto de vista musical, se genera una expectativa sonora que pone todos los sentidos en juego. Están alerta para escuchar determinadas escalas, colores concretos, melodías precisas…
¿Existe un prejuicio internacional que condena a los pianistas españoles a tocar solo repertorio español?
Yo lo veo más bien como una ventaja. Los alemanes no pueden apropiarse de Beethoven porque todo el mundo toca Beethoven, y la capacidad de tocar Beethoven no está asociado a una determinada nacionalidad. Compositores como Albéniz, Turina o Granados, que no tienen tanto peso dentro del repertorio europeo, nos permiten tener un nicho de mercado a los pianistas españoles. Que no se nos olvide una cosa: ¡Europa quiere escuchar música de compositores españoles!
Para concluir, ¿qué le pide al futuro?
Que me haga tomar las decisiones acertadas. La juventud muchas veces te anima a decir que sí a todo. Y hay carreras que se construyen más sabiendo decir que no, que aceptando cualquier concierto que te ofrezcan. Cada concierto ha de tener una dedicación, un proceso mental y artístico para que el resultado sea óptimo. Quiero que el tiempo me ayude a seguir conociéndome para que, al tomar decisiones, siempre esté seguro de que ese es el camino correcto.
Nacho Castellanos
Raúl Canosa actúa en el Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo el próximo 26 de mayo. Más información en la página web de la Fundación Scherzo.