PARMA / ‘I Lombardi alla prima crociata’, bajo el filtro de la creatividad informada
Parma. Teatro Regio. 8-X-2023. Michele Pertusi, Lidia Fridman, Antonio Poli, Antonio Corianó. Orquesta Filarmónica Arturo Toscanini y Coro del Teatro Regio de Parma. Dirección musical: Francesco Lanzillotta. Dirección escénica: Pier Luigi Pizzi. Verdi: I Lombardi alla prima crociata.
Un festival debe ser una ocasión de hacer cosas diferentes, alejadas de las rutinas de las temporadas operísticas. Pero esto no resulta fácil en el caso de un festival dedicado a Verdi. I Lombardi no es una ópera habitual, pero se puede ver ocasionalmente, sobre todo en los teatros italianos. Fue el siguiente título tras Nabucco, con el que la empresa de la Scala intentó continuar el enorme éxito de Verdi y Solera. Es una obra mucho más compleja, con un argumento de personajes de nombres extraños que pasan por un Milán medieval, una Antioquía árabe o los lugares santos, como el valle de Josafat y las orillas del río Jordán. Sus cuatro actos presentan ni más ni menos que once cuadros escénicos con ubicaciones muy diferentes. Todo ello con una difícil trama, en la que hay dos tenores protagonistas (Arvino y Oronte), una joven soprano enamorada (Giselda), un místico bajo (Pagano), junto a numerosos secundarios, incluidas dos madres. Por ejemplo, Giselda comienza como una princesa en Milán, que asiste a la traición de su familia, y en el segundo acto aparece meses después raptada y recluida en un harén de Antioquía, de donde consigue escaparse con su amado Oronte; todo en el marco de la primera cruzada en la que se vuelven a encontrarse con sus familiares lombardos. En realidad, los estudiosos señalan cada vez más que fue una ópera en la que el compositor pudo experimentar con todo: grandes escenas corales, rabiosas cabalettas, intensas arias y dúos, místicas visiones e incluso solos instrumentales.
Resulta así necesario que la puesta en escena presente con claridad, o al menos no dificulte, seguir las múltiples ramificaciones de la historia. El veterano Pier Luigi Pizzi muestra su buen hacer teatral con una propuesta sencilla, que se mueve entre la poesía visual y el kitsch, con videos (más bien imágenes estáticas) proyectadas como fondo. Esto nos permite reconocer los múltiples espacios: la basílica de San Ambrosio de Milán, un palacio medieval que termina ardiendo, un remedo de la basílica de Santa Sofía, la cueva en que se refugia el eremita, las banderas ondulantes de los guerreros cruzados, paisajes de desierto y río, y la visión lejana de Jerusalén. Ayuda la propuesta en blanco y negro, que permite juegos de sombras y cierta poesía visual, que a veces cruza el límite, causando cierto sonrojo como cuando en el rezo de la soprano aparece una virgen en lo alto. Curiosamente la moderna tecnología nos hace revivir el antiguo mundo de los telones pintados, tan característicos de la ópera decimonónica. Pier Luigi Pizzi a sus 93 años no solo estaba en el teatro supervisando la representación, sino que incluso salió sin problema a saludar al final.
La noche estuvo marcada por el accidente del bajo protagonista Michele Pertusi, un cantante parmesano muy querido por el público de su ciudad natal. Tras el primer acto se interrumpió la función porque había sufrido una caída que le impedía moverse. Se optó por que actuase sentado desde un lateral del escenario, lo cual no resultó problemático dado el concepto estático de la puesta en escena. Pertusi posee una magnífica voz verdiana: grande, redonda, llena de colores y matices. Muy aplaudido también fue el tenor Antonio Poli, por un canto apasionado y una hermosa voz. Es un curioso caso de voz ligera engordada con el tiempo, que sabe aplicar bien el empuje (spinto) sobre una voz clara. Más difícil era la situación de la soprano Lidia Fridman, que se enfrentaba a uno de esos papeles endiablados del primer Verdi. Posee una voz oscura, de colores de mezzo, que se desiguala en los agudos, aunque se defiende bien tanto en los momentos líricos como en los difíciles pasajes de coloratura, sus espectaculares cabalettas. En realidad, aunque estas voces nos sorprendan hoy, en que se prefieren voces bien equilibradas e igualadas, seguramente esté mucho más cercana a la idea del soprano sfogato de la época del estreno.
En todo el trabajo vocal se nota la labor del director científico del festival, Francesco Izzo, gran investigador en este repertorio y director de la integral de la edición crítica de las óperas de Verdi. No solo coordina a los jóvenes de la Academia Verdiana, sino que colabora activamente en los ensayos, limpiando las líneas rutinarias y animando a lo que denomina “creatividad informada”. Un concepto que se aplica con naturalidad a las músicas antiguas, pero que debe extenderse a todo tipo de repertorios. Muy ilustrativo fue el encuentro sobre praxis ejecutiva que se realizó esa misma mañana, junto a otros estudiosos como Marco Beghelli de Bolonia y David Lawton de Nueva York, que contó con la participación de jóvenes cantantes, de gran valía y futuro. Un camino ejemplar que da sentido al Festival Verdi. Un camino además más centrado en cuestiones musicales que en la puesta en escena, que centra de forma excesiva el debate en los teatros líricos actuales. Una buena práctica, reflexionar musicalmente sobre lo que se hace, que debería extenderse a todos los teatros.
Víctor Sánchez Sánchez