PAMPLONA / Marco Mezquida y Juan de la Rubia: invocación, evocación, (re)creación

Pamplona. Sala de Cámara de Baluarte. 12-IV-2023. Bach & Forward. Marco Mezquida y Juan de la Rubia (piano y órgano).
En el escenario, dos pianos de gran cola enfrentados y un órgano Hauptwerk, con los dos especialistas en improvisación dando media espalda a los asistentes. Marco Mezquida y Juan de la Rubia en escena con focos austeros, evocando una sala de captación. Sin luz de sala, el público escuchando desde el control cómo registran, en silencio, en total oscuridad.
Comienza de la Rubia tocando el tema BACH (Si bemol-La-Do-Si) para, a partir de ahí, volar junto a su compañero. Ambos, huyen de una batalla de gallos entre dos virtuosos (no pretenden demostrar todo lo que saben) porque Mezquida y de la Rubia construyen juntos sobre la obra de Bach, desde el diálogo y la humildad.
La lengua común la marca el más famoso de los Cantores de Santo Tomás, en un concierto lleno de citas al corpus de su extensa obra. Pero, como indica el título, la propuesta incluye Forward, una mirada más allá de 1750. Se trata de un Bach desarrollado, que parte de su obra para (re)crear. Los timbres del órgano y el piano maridan a la perfección, y por la sonorización, cuesta adivinar quién toca qué cuando se pasan los motivos. Hay momentos de perpetuum mobile con un Bach que camina, como en el Allegro del segundo de los Conciertos de Brandemburgo. En contraste, hay instantes de calma, como la versión del Komm, süßer Tod, komm selge Ruh, BWV 478 (ven dulce muerte, feliz reposo) o el Erbarm dich mein, o Herre Gott, BWV 721, con una melodía que lleva Mezquida en notas largas y que flota sobre la armonía en walking del órgano (que ya dejó Bach por escrito). En las transiciones entre obras, donde el tiempo se dilata, priman los colores y las texturas, los recuerdos, deconstrucciones y la mixtura de lenguajes. A veces, dibujan desde el mayor minimalismo, y cuando juegan a las dinámicas, glosan con disminuciones donde Mezquida suena blue y de la Rubia coquetea con la atonalidad con guiños a Stravinsky. Las cadencias que construyen, son Bach y no lo son al mismo tiempo. O tal vez, podrían haberlo sido, ya atemporal y universal. Al final, por mucho que se alejen, siempre vuelven a Bach, con suavidad y amabilidad. Es tal el control del lenguaje de ambos, que en ocasiones solo un fino oído sabría diferenciar cuándo es improvisación, nueva creación o interpretación literal. Porque, de la rubia y Mezquida se aproximan al Maestro como unos nativos de su lenguaje y sin querer diferenciar su procedencia estética.
El momento de las Variaciones Goldberg, BWV 988, es brillante. Mezquida armoniza el Aria que interpreta su colega con el arpa del piano, para después intercalar variaciones del propio Johann Sebastian Bach con las suyas propias. Entre ellas, la hipotética Variatio 31 es puro vapor al estilo de Thom Yorke y Jonny Greenwood: encajaría perfectamente en el Kid A de Radiohead. La Variatio 32, bebe del delta del Mississippi y del romanticismo, y podría haberla firmado Brad Mehldau en su After Bach. En la Variatio 33 y antes del Aria da Capo e fine, el piano de Mezquida canta como Etta James sobre un órgano de gospel.
Cuando se acerca el final del concierto, como si fueran los estrechos de una fuga, se cita lo acaecido y todo se precipita hasta el cambio de roles, cuando Mezquida se sienta al órgano y de la Rubia toma el piano de su compañero para versionar la BWV 565. El final se resuelve, como no podía ser de otra manera, con un acorde mayor, la tierce picarde. Una hora y media sin pausa de música. El público, más joven que el habitual de Baluarte, se puso en pie (poco usual en una sala clásica) y propició un bis, que fue mucho más que el Jesus bleibet meine Freude. Acabaron con la BWV 147 actualizada a lenguajes posteriores al Thomaskantor, pasándose el acompañamiento en una rueda de modulaciones e improvisaciones junto con el canto del coro siempre presente y una demostración magistral del lenguaje de Bach recreado con otras estéticas.
Igor Saenz Abarzuza