PAMPLONA / Accademia del Piacere y Dani de Morón: ‘good trip’
Pamplona. Sala de Cámara de Baluarte. 17-V-2023. Metamorfosis. Accademia del Piacere. Fahmi Alqhai, dirección y viola da gamba. Rami Alqhai, viola da gamba. Johanna Rose, viola da gamba. Dani de Morón, guitarra flamenca. José Manuel Posada “Popo”, bajo eléctrico, F. Javier Núñez, clave y órgano, y Agustín Diassera, percusión.
Tal y como dice el Artículo 4.8 de la Convención sobre la Protección y la Promoción de la Diversidad de las Expresiones Culturales, la interculturalidad “se refiere a la presencia e interacción equitativa de diversas culturas y a la posibilidad de generar expresiones culturales compartidas, a través del diálogo y del respeto mutuo”. Accademia del Piacere, desde su fundación en 2002, tiene como uno de sus rasgos característicos precisamente este. Metamorfosis, estrenado en la Bienal de Flamenco del Real Alcázar de Sevilla el 24 de septiembre de 2022, supone otra interacción equitativa de la música antigua con el flamenco, como ya lo hicieron en trabajos discográficos previos con Rocío Márquez o Arcángel. Su propuesta, hace posible un diálogo imposible, o en todo caso, improbable hasta la llegada de los Alqhai.
Son las 19:30. Hay una Iluminación azul mar. Sonorizados, en escena, siete músicos se entremezclan entre monitores. Abriendo el semicírculo por la izquierda (desde la mirada del público), Rami Alqhai, seguido de Johanna Rose y Fahmi Alqhai, los tres con violas da gamba bajos. Siguiendo el orden, Dani de Morón a la guitarra flamenca, José Manuel Posada al bajo eléctrico y Agustín Diassera a la percusión, con la escobilla en la mano derecha (alternando metal con materiales orgánicos), dejando así la izquierda libre para el cajón. Detrás, en el centro, F. Javier Núñez al clave y órgano. Comienza la percusión invitando al resto de intérpretes a crear atmósfera. Cuando las luces se vuelven color mostaza, un ritmo de amalgama prima, con una subdivisión que pone en fase a los músicos (123-123-12-12-12). El ambiente creado por la armonía menor da paso a la guitarra, transformando los sonidos históricos en flamencos. El conjunto es, sobre todo, ritmo. Por encima de las disminuciones, adornos, melodías, predomina el palo, encima, debajo, dentro: es más que una base sobre la que dibujar.
Cuando el color mostaza se vuelve rojo carmesí, Fahmi Alqhai arranca solo, independizándose de sus dos colegas mediante una cadencia, interludio, o, quizás, una improvisación que resuena a frigio para después al lado flamenco de la escena. Los flamencos golpean el suelo como si se tratara de taleas indias, entrado en un estado común de trance interpretativo.
El carmesí se torna ocre y verde salvia con retazos dorados. José Manuel Posada hace su solo al bajo de seis cuerdas, como seis tiene la guitarra y dos de las tres violas (siete tiene la de Rami). Lección magistral del bajista haciendo al mismo tiempo armonía, línea de bajo y melodía. Porque, el bajo eléctrico también puede ser un instrumento total en manos de un ejecutante hábil y creativo, y Posada, demuestra que lo es. Sigue el clave, que toma el protagonismo por única vez en el concierto. Recrean el Preludio BWV 855 de Bach. En este punto, todos construyen, abandonando la modalidad por un momento. La percusión acompaña y refuerza la solemnidad con dos mazas. Después, el bajo, concluye solo lo que empezó, virtuoso, cuidadoso. Llega otro amalgama (3/4 + 6/8), y un un basso ostinato sobre el que las violas hacen sus disminuciones e imitaciones con soltura, están en su lenguaje. Con naturalidad, llega una nueva transformación que flamenquiza lo que empezó en el siglo XVI, sin que el ritmo se transforme, común, atemporal. Ambos mundos sonoros, comparten la improvisación, cada uno eso sí con sus códigos, usando la música como lenguaje vehicular. Las ramificaciones sonoras que proponen incluyen música culta y popular, danzas de ultramares que fueron y volvieron, nueva creación y tradición transformada. Interculturalidad.
Vuelven a las diferencias, como un lento efecto flanger que va de un lado a otro del espacio. El color cambia a verde botella. Dani de Morón solo, sobre una campanella, toca acordes que juegan a cierta atonalidad, para dar paso a un palo lento donde, sobre una sólida base de guitarra y percusión que acentúan el tiempo débil, Fahmi usa su espacio sonoro sin ataduras. Luego, cambian papeles, y es Dani libre mientras Fahmi se mantiene estricto. El Re menor da paso a otro ostinato de hace más de medio milenio.
La escena se vuelve azul turquesa. Los flamencos marcan con fuerza sobre la tarima un obligado rítmico quebrado, abierta y sonoramente. Dani de Morón da otra demostración de improvisación, de desarrollo, se realiza en una a armonía que ahora tiene cuatríadas para acabar toda la banda arriba. Es el final. Habla Fahmi: “Espero que el viaje no haya sido tan loco”, dice. Se despiden con una jácara por bulerías en el retorno al azul mar del inicio, tras 1 hora y 20 minutos.
Igor Saenz Abarzuza