MADRID / Una noche en el Ministerio
Madrid. Teatro Monumental. 11-VII-2019. La otra mirada del cine español: bandas sonoras de Fernando Velázquez. Orquesta Sinfónica y Coro RTVE. Zahara y Ricardo Knosi, voz. Fernando Velázquez, dirección.
Es una pena porque el concierto prometía, pero se quedó en eso, en promesa. Una pena por la oportunidad desperdiciada de disfrutar de un monográfico de Velázquez en condiciones, pero una pena también porque en este país la música audiovisual de aquí no se contempla y menos desde el ente público. De cuando en cuando, erráticamente, a la Academia de Cine le da por programar conciertos de música de cine nacional -el último fue en 2015, si mal no recuerdo- que se organizan como eventos endogámicos para tener contentos a los socios; pero no hay ahí voluntad de proteccionismo cultural o verdadera divulgación. Es verdad que directores entusiastas como Pascual Osa o Andrés Salado han intentado poner la música española de cine en su sitio -recordemos ese fantástico concierto titulado La música de cine español que la Orquesta Filarmonía ofreció en el Nacional de Madrid en 2010-, pero las circunstancias no acompañan y es normal que acaben tirando la toalla y regresando al repertorio convencional con la batuta entre las piernas. Una pena y doble pena, como digo.
Obviando a Alberto Iglesias -Iglesias es de otro planeta, está en otra órbita-, Fernando Velázquez es el compositor cinematográfico más versátil y talentoso de nuestro país y no me olvido de Roque Baños, Víctor Reyes y Javier Navarrete. Es un melodista muy solvente y ha demostrado ser capaz de escribir a demanda en la onda de Hollywood sin perder esa sensibilidad cultivada que le emparenta con un García Abril o un José Nieto. Lleva tiempo sonando con fuerza fuera de la piel de toro y ya ha hecho cosas como el Hércules (2014) de Brett Ratner, La cumbre escarlata (2015) de Guillermo del Toro o Immersión (2017) de Win Wenders. Estuvo a punto de ocuparse de Jurassic World: El reino caído (2018) de Bayona pero Giacchino tenía preferencia, aunque se le acredita el Corto Maltés de Christophe Gans para 2020. Y seguro que aquí está a punto de batir algún récord porque el hombre no para: tiene cuatro películas en el horno -la próxima de Calparsoro es suya- , la serie Patria y varias piezas de concierto. Otro mérito de Velázquez: graba por lo general con orquestas nacionales -la Sinfónica de Euskadi, la del Principado de Asturias, la propia Orquesta y Coro RTVE- en lugar de irse a Abbey Road o a Praga, y eso es un plus que le honra.
La otra mirada del cine español: bandas sonoras de Fernando Velázquez se programaba como un concierto extraordinario de cierre de temporada dedicado al ya veterano compositor de Getxo, que es casi como de la casa porque ha grabado varias bandas sonoras con los sinfónicos radiotelevisivos y se le quiere bien, como es normal. Aprovechando el ruido que siempre hace el cine, el concierto se presentó como un evento de cara a la galería, rodeándolo de famoseo y postureo quizás con el ánimo de celebrar mediáticamente la reforma del Monumental y llamar un poco la atención. Quizás por ello los músicos se lo tomaron como una fruslería, como una cosa de poca monta. La interpretación fue funcionarial en el peor de los sentidos. Daba la sensación de que estábamos en una oficina un viernes cualquiera al filo de las tres, escuchando la música de Velázquez como si fuera un informe de cuentas. Los músicos tecleaban, no hacían música. Tocaron y cantaron con la apatía de un funcionario bostezando frente al monitor, y Velázquez no supo -o no quiso- persuadirles de que no era una tarde más en el Ministerio de la Música. Dirigió con un aire de pagada satisfacción, como si el hecho de que su música sonara ya fuese suficiente. Pero no lo fue. Prefiero pasar de puntillas por la presentación de la locutora y presentadora Yolanda Flores y las (desafortunadas) intervenciones del propio Velázquez, quien comentó su música a golpe de chascarrillo y lugar común (¿de verdad compone los leitmotivs de sus bandas sonoras improvisando silábicamente sobre el título de las películas?). El arte de “Fer”, como se refiere al compositor y director Luis Ángel de Benito en las notas al programa -permítanme una palmada facial-, tendría que haberse defendido sin necesidad de hueras propedéuticas, pero ni una cosa ni la otra. Nadie parecía tener ganas de que aquello sonara todo lo grande que podía haber sonado. Se tocó en “modo de bajo consumo”, sin matices expresivos ni dinámicos, y eso que la estupenda música de Un monstruo viene a verme (2016), El secreto de Marrowbone (2017) o Lo imposible (2012) -por muy morriconiano que sea, el tema principal es bellísimo- son pura tripa, pura pasión. Todo sonó templadito y correcto solo a veces porque, para más inri, hubo desafines en trompas y algún ataque desacompasado de la cuerda. Solo levantó un poco la cosa el arreglo con base de batería del tema Nadie va a venir a buscarte de Contratiempo (2016) con su co-autora Zahara elevando muy bien el verso central sobre el crescendo y el rock sinfónico de Sexykiller, morirás por ella (2008) que cerró el concierto. Los bises de Hércules y el cover de Over the Rainbow, aburridos y prescindibles.
En cuanto al repertorio: el concierto habría ganado con la programación de la suite completa de El orfanato (2007) -solo sonó el Tema de Laura– y con cualquier cosa de La cumbre escarlata, quizás sacrificando selecciones como la de Zipi y Zape y el club de la canica (2013), que a fin de cuentas es un remedo de Un ratoncito duro de roer (1997) de Alan Silvestri. De lo que hubo, otra lástima que no sonara más aéreo y poderoso el estreno absoluto de la suite de Superlópez (2018), donde Velázquez se permite muy inteligentemente la broma de citar los Suspiros de España y jugar a Williams con la clase de quien sabe distinguir la imitación del plagio. Pero en fin, en ese caso estaríamos hablando de otro concierto y no del que fue.
David Rodríguez Cerdán