MADRID / Un vibrante ‘Fidelio’ levanta el telón en la OCNE
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 20-IX-2024. Concierto sinfónico 1 de la temporada 2024-25 de la OCNE. Director: David Afkham. Director del coro: Miguel Ángel García Cañamero. Concepto Escénico: Helena Pimenta. Eleanor Lyons (Leonora), Maximilian Schmitt (Florestan), Peter Rose (Rocco), Werner Van Mechelen (don Pizarro), Elena Sancho (Marzelline), Roger Padullés (Jacquino), Matthias Winckhler (don Fernando), Joaquín Notario (narrador). Fernando Aguilera, Federico Gallar (prisioneros 1 y 2). Beethoven: Fidelio op 72 (version de concierto dramatizada).
Si la temporada pasada de la OCNE se cerraba con un miura beethoveniano como la Missa solemnis, partitura compleja, muchas veces genial y otras desconcertante, exigente en extremo, los conjuntos nacionales abrieron la presente temporada 24-25 con otra de esas partituras del genio alemán de no menor complejidad, que además es buen paradigma de uno de los hilos temáticos del presente ciclo de la OCNE, Guerra y libertad. Porque de esta última nos habla, además de hacerlo de amor, de justicia y de esperanza, Fidelio. Esta única ópera de Beethoven, en el inicio de su composición casi contemporánea de su Sinfonía Heroica, fue tanto hija de sus convicciones en lo que al ideario apuntado de libertad, justicia y esperanza se refiere, como de su propio dolor (así se refería a ella Otto Klemperer con ocasión de su legendaria grabación de la obra a principios de los años 60), en plena tormenta personal por la tragedia que suponía su creciente sordera. Obra de accidentada génesis, porque el gran sinfonista que era el genio de Bonn no encontraba confortable acomodo en las aguas de la composición dramática, hasta el punto de que, estrenada en una primera versión en tres actos en 1805, sufrió una primera revisión, con diferente libretista, para su estreno, ahora en dos actos, en 1806 (con otra obertura), para culminar en la versión final, en 1814, también en dos actos y con la intervención de un tercer libretista. Diez años, tres versiones, tres libretos y cuatro oberturas (las tres conocidas como Leonora I, II y III, todas ellas finalmente descartadas como inicio de la ópera frente a la que hoy se ejecuta, con el mismo título de la ópera, Fidelio; la conocida como Leonora III, probablemente la más conseguida de las cuatro, se inserta por algunos directores antes de la última escena, aunque no lo fue en esta ocasión).
En resumen, un lío de cierta consideración que le hizo a Beethoven sudar tinta. La trama de este singspiel (ópera con partes habladas, como La flauta mágica de Mozart) es sencilla: Florestán se encuentra en prisión por razones políticas y su esposa Leonora, disfrazada de carcelero (“Fidelio”) no ceja hasta que no consigue su liberación. Canto al “amor conyugal”, que se incluye en el subtítulo de la obra, pero, sobre todo, reivindicación de los otros valores antes citados, con la libertad y la justicia a la cabeza. Y, pese a todas las vicisitudes ocurridas en su composición, el genio de Beethoven las vence todas para generar una música maravillosa, capaz de hablarnos de ternura, de amor, hasta de ingenuidad, pero también de elevación espiritual, en muchos momentos del primer acto, o en anhelo, impregnado de emotiva tristeza, en el precioso y bien conocido coro de prisioneros en el tramo final de esa primera parte. Música también capaz de escalofriante y tenebroso dramatismo en el comienzo del segundo acto, fiel traductor del lóbrego y ominoso ambiente de la prisión de Florestán, con el tenor aquí exigido para dar una dimensión heroica (los tenores que se han acercado con más fortuna al papel han sido aquellos cercanos al canto wagneriano de tenor heroico, el conocido como heldentenor; baste recordar a Windgassen o a Vickers). Música, en fin, dotada del inconfundible acento de Beethoven para la trepidante y contagiosa exaltación en el dúo culminante de Florestán con su esposa y del más incontenible júbilo en el brillante final de la obra.
Se planteó con acierto ayer una versión “dramatizada” en la que los diálogos hablados en alemán se sustituyen por una narración muy bien construida, que es a la vez relato y resumen explicado de los diálogos a los que reemplaza. La idea, excelentemente realizada por el actor Joaquín Notario (algún pequeño desliz fue inmediatamente enmendado), funcionó, para quien esto firma, de forma más que muy convincente, y sin interferir (apenas se superpone a la música en un par de momentos). El concepto escénico de Helena Pimenta, con vestuario uniformemente negro con brazaletes rojos para todos los personajes salvo el ministro y el propio Florestán, si no recuerdo mal, evita el estatismo pero aporta más en el atinado juego de iluminación que en el movimiento escénico en sí mismo, algo que por otra parte es muy lógico dado que tampoco el escenario, ocupado en su mayor parte por orquesta y coro, deja demasiado juego. Estamos ante una ópera-concierto, no olvidemos.
En lo que a las voces se refiere, se habló ya de la exigencia dramática para el tenor (Florestán). Parecida demanda hay también para Leonora/Fidelio, papel en el que clásicamente han brillado algunas grandes sopranos wagnerianas, como Flagstad o Mödl, siendo rara excepción mezzos de registro ampliado como Christa Ludwig. De carácter más lírico, con buena agilidad y sólido registro agudo, la soprano que encarna Marzelline. Se espera de Rocco un bajo con voz suficientemente poderosa, y de Pizarro, personaje en si mismo siniestro, una voz de barítono-bajo rotunda, de las que impone. En lo escuchado en la velada de ayer, quizá la de la soprano australiana Eleanor Lyons fue la voz más destacada y quizá la que respondió mejor al carácter dramático de la esposa disfrazada. Poderosa, sin problemas en el registro agudo, con excelente presencia y buena convicción dramática en la escena en la que se interpone entre Pizarro y Florestán cuando el primero se dispone a matar al segundo, Lyons construyó una Leonora muy notable, que brilló también en el hermoso dúo con Florestán (O namenlose Freude, uno de los momentos más hermosos de la partitura) y en el exaltado final de la obra.
El germano Schmidt posee la extensión de registro para el papel, y la voz, con un vibrato algo generoso, llega con buena proyección, aunque no deslumbre su volumen. Para quien esto firma, sin embargo, su dibujo del personaje, globalmente muy convincente, tuvo mejor intención que resultados, porque deja la impresión de quedar algo corto de presencia dramática. Fue ello evidente en su Gott! inicial del segundo acto, que no terminó de alcanzar la medida deseable de angustiada súplica que nos ha estremecido en las voces de quienes han encarnado los mejores protagonistas de esta ópera. Todo estaba en su sitio y no cabe dudar de su entrega y riqueza de expresión, pero se echa, en fin, de menos, ese carácter mencionado anteriormente que los grandes tenores dramáticos han llevado al personaje (en estos días uno piensa casi inevitablemente en Andreas Schager, que ha brillado recientemente en Sigfrido, Parsifal o Tristán, y posiblemente encarnaría un Florestán de primera).
Notable también el Rocco de Peter Rose, un bajo de buena presencia vocal e impecable línea expresiva, que compuso un carcelero lleno de humanidad. Igual valoración merece la Marzelline de la donostiarra Elena Sancho, de voz bien timbrada, precisa en la agilidad y bien ensamblada en los conjuntos con sus compañeros de reparto. Quizá fue el Pizarro de Werner van Mechelen, un tanto corto de volumen y sin presencia suficiente para imponer lo que su siniestro personaje sugiere, el punto más flojo de un elenco por lo demás de notable consistencia. Muy notable el barítono bávaro Matthias Winckhler, en su breve papel del ministro. Cumplieron con irreprochable corrección Roger Padullés, Fernando Aguilera y Federico Gallar (los dos últimos, miembros del Coro Nacional) en sus cortos cometidos.
Sonó, en líneas generales, estupendamente la orquesta, ya desde una vibrante y magníficamente matizada obertura. Las trompas salvaron su complicado compromiso con general solvencia, tanto en la citada obertura como en otros pasajes posteriores, aunque hubo roces apreciables en el comienzo del aria de Leonora Komm, Hoffnung del primer acto. Estupenda la cuerda, muy bien empastada (qué hermoso comienzo de la cuerda grave en el cuarteto del primer acto, Mir ist so wunderbar), y también la madera, con papel destacado de los solistas de flauta (Sotorres) y muy especialmente, de oboe (Ánchel), absolutamente sensacional en el tramo final del primer monólogo de Florestán en el segundo acto (Und spür’ ich nicht linde, sanft säuselnde Luft). Excelente también el solo de trompeta de Manuel Blanco, fuera de escena, anunciador de la salvadora llegada del ministro. Muy notable prestación del coro masculino en el famoso O, welche Lust!, uno de los fragmentos más emocionantes y conocidos de la obra. Y notable también el coro mixto en el vibrante final de la obra, donde la exigencia es alta, aunque no alcanza la inclemencia que abunda en la Missa Solemnis.
El titular de los conjuntos nacionales, David Afkham, demostró (esta vez batuta en mano) una vez más su gran clase y su afinidad con este repertorio. Sonó magnífica, trepidante, la obertura en muchos de sus tramos, pero destacó ya en ella su capacidad de acentuación y matiz, tantos crescendi sabiamente manejados, que insuflaron con habilidad la tensión y energía adecuada. Tuvo la mayor parte del primer acto el clima que la música de Beethoven reclama en ese momento: expresividad, humanidad, dulzura, anhelo, expuesto todo ello con hermosa y sincera sencillez. Y tuvo el segundo lo que también debe tener: toda la tensión dramática, con el clímax, muy bien construido, en el momento en que Leonora revela su verdadera identidad y se interpone ante las asesinas pretensiones de Pizarro. Y edificó también un sobresaliente final, fiel traductor del júbilo incontenible que la música transmite para traernos el triunfo último de la justicia y la esperanza, y también del amor y el coraje. El público que abarrotaba el auditorio acogió con justificado entusiasmo este sobresaliente comienzo de la temporada. Este Fidelio había despertado gran expectación. Y el resultado la justificó sobradamente.
Rafael Ortega Basagoiti
[Fotos: Rafa Martín]