MADRID / Hauschkas Interzonen
Madrid. Centro Cultural Conde Duque. Auditorio (Patio Central). 23-V-2019. Hauschka, piano preparado, electrónica y esculturas sonoras.
Propedéutica: hasta ahora la crítica se parecía bastante a montar una cajonera estilo Ikea que servía para ordenar el mundo. Lo llamábamos categorizar. Cada música va en su cajón y así el sistema funciona. El mayor problema surge cuando aparece una música que puede ir en un cajón o en otro o en ninguno -una anomalía-; la solución consiste en inventarse un cajón especial etiquetado como «música alternativa» u «otras músicas» y ahí se mete: la inclasificabilidad deviene categoría y el sistema se valida. Pero este es solo un mecanismo hermenéutico, y cuanto más compleja se vuelve la creación más inoperante resulta la vieja nomología distributiva. Podemos mirar a otro lado y hacer como que no pasa nada, pero el arte se está expandiendo aceleradamente como cualquier universo y hay que cambiar el chip, retunear la krinein. Sobre todo en el ámbito de la ‘música clásica’ (¿habrá una etiqueta más problemática?). Esta reflexión en voz alta viene a cuento porque lo que Hauschka/Volker Bertelmann o Volker Bertelmann/Hauschka montó el pasado jueves en el Auditorio del Conde Duque -como tantas obras salvajes que se programan en el viejo cuartel- obliga a considerar la modalidad de la transcrítica como el único artefacto viable para pensar piezas/experiencias como la suya que no se sustraen al reduccionismo de la alteridad o la hibridación porque su condición natural es postgenérica y como tales solo pueden ser consideradas en su especificidad.
Nadie sabía muy bien lo que nos esperaba, aunque por esperar esperábamos que este polímata de la música que hace un mundo de un piano (preparado, alterado) llenase la hora y pico con temas del nuevo disco que está girando por todas partes y que se titula A Different Forest. Pues no. Fue mucho mejor que eso. El bigardo que es Hauschka -el nombre artístico se lo puso por el también polímata bohemio Vincent Houška- salió al escenario con ese estiloso desgarbo suyo que le queda tan bien a las arrugas del traje y explicó como buen vecino del norte obsesionado con el gutes wetter que en la azotea de La Casa Encendida de la otra vez que vino el piano se le derritió de calor y nos dio las gracias por venir en lugar de estar tomando el fresco. Habló un poco de él y de lo que iba A Different Forest -una introspección, unos Holzwege, una manera de conocerse-; de que era el disco lo que le traía por Conde Duque pero que no iba a tocarlo, aunque sonara alguna de sus coníferas. Que iba a ser un viaje de setenta minutos sin paradas. Y se puso a ello.
Le tomo prestado a Burroughs por unas líneas su concepto de la interzona para situar el concierto/experiencia untitled de Hauschka. Dijo viaje el compositor/pianista alemán y dijo bien, porque el artefacto consistía en construir un proceso narrativo generado a partir de piezas electroacústicas propias para piano alterado vía MIDI y esculturas sonoras con acompañamiento escenográfico de luces y humo. Este continuum de Hauschka tiene mucho más que ver con el arte del djing que con la composición/improvisación pura y dura, aunque la arquitectura de la sesión también depende de los reflejos del músico para improvisar como improvisa un Keith Jarrett, por ejemplo y salvando las distancias. O sea, una improvisación que es escritura o viceversa. El arco narrativo es parabólico: empieza en el piano desnudo y sobre módulos repetitivos y estructuras melódicas con o sin swing Hauschka va incorporando gradual o aditivamente vía MIDI capas de sustains, pulsos y reverberaciones sobre la línea base mientras el espacio performativo añade su propia narrativa con la acción de los focos y la aspersión de humo hasta cerrarse de nuevo en las teclas. En el vértice de la sesión las bellísimas esculturas sonoras de la artista escocesa Florence To concentran la multidimensionalidad de la experiencia generando un tercer espacio perceptivo en el que lo invisible toma la forma volátil de una catedral efímera. Calder y los Baschet se habrían vuelto locos con estas esculturas, porque son algo así como cinco móviles de varillas de aluminio y madera motorizados magnéticamente y conectados por interfaz al controlador de Hauschka. Hasta aquí la descripción del invento.
El quid de este espectáculo alucinante de Haushka depende de dos consideraciones parciales y una total. Las dos primeras son el diseño de la obra como ritual (viso-sonoro), que es de una fantasía exquisita, y el nivel puramente musical donde Hauschka evidencia sus limitaciones como compositor -consonancia plana, saturación de figuras repetitivas, melodías muy naíf a lo Einaudi- y pianista/improvisador -digitación imperfecta, imaginación rítmica pero poco vertical-. Pero es en la consideración global donde la obra adquiere su sentido y significación. La interzona de Hauschka es la operación de un malabarista sensorial que obnubila por la propia belleza de los materiales, pero sobre todo por la manera en que coalescen en alguna parte entre el ojo y el oído generando un disfrute muy nuevo y muy potente. En algún momento se me ocurrió pensar que en el escenario estaba sucediendo algo tan grande como una revolución o el futuro. El tiempo dirá si me equivocaba.