MADRID / Explorando el melodrama nórdico
Fundación Juan March, Madrid, 3-VI-2019. Grieg y Sibelius, dramaturgos (melodramas). María Adánez y Joaquín Notario (actores), Eduardo Fernández (piano), Svetla Krasteva (soprano), Cecilia Bercovich (violín), Fernando Arias (violonchelo). Dirección: Ernesto Caballero. Escenografía: Paco Azorín y Fer Muratori.
Ernesto Caballero, responsable de la puesta en escena, define el melodrama como un género híbrido. Lo cierto es que la relación música y poesía ha sido siempre estrecha, encontrando su realización en algunas de las más grandes formas musicales, como la canción (el Lied si se prefiere utilizar la denominación germánica) o la ópera, en sus múltiples variantes. De hecho, la huella del melodrama está también presente en la ópera, buscando dar continuidad musical. Así Beethoven lo utiliza al inicio de la tétrica escena de la cárcel y Weber en la fantástica conjura de El cazador furtivo. El melodrama une dos mundos (lo hablado y la música) de una manera un tanto especial ya que ambos mantienen su independencia. Se resisten a fusionarse, como se demuestra en que la palabra no se convierte en canto.
El resultado es un género inclasificable, donde coexisten el teatro y el concierto. Esto hace que su programación no sea fácil: demasiado hablado para ser un concierto o demasiada música para ser teatro. De ahí la importancia de este ciclo en el que insiste la Fundación Juan March, que alcanza con este programa su cuarta edición en años sucesivos. Tras explorar los mundos del Romanticismo alemán (Liszt, Schumann y Richard Strauss) se adentra en un universo diferente: el del simbolismo nórdico de Grieg y Sibelius. Nórdico porque sus creadores recorren libremente la cultura de los países bálticos: un noruego como Grieg configura su estilo conviviendo con los músicos daneses en Copenhague, mientras que la lengua materna del finlandés Sibelius es el sueco. De hecho los melodramas de Sibelius están en sueco.
El programa se articula, de manera ejemplar, en un cuidado discurso narrativo, que da coherencia a todos los textos y músicas. Apoyado en una escenografía aparentemente simple pero de gran potencia, firmada por Paco Azorín y Fer Muratori: una rampa sobre la que deambulan los narradores y al fondo una gran pantalla donde se proyectan hermosas imágenes de paisajes. El espacio se convierte en el icónico mundo de los paseantes del pintor Caspar David Friedrich. Las piezas ofrecen una gran variedad de registros del melodrama: el comentario alternativo música-texto en Bergliot que culmina en una intensa marcha fúnebre, el continuo fondo musical del lírico Oh, si hubieras visto o la canción como eje narrativo en el juego del duende acuático de Le Nixe. Mención especial merece la última pieza, Noches de celos, una obra extensa con un complejo acompañamiento que se abre con una efectista introducción instrumental. De manera muy acertada se han incluido otras piezas de piano, desde la apropiada Érase una vez de las Piezas líricas de Grieg, el famoso Vals triste de Sibelius y dos contrastantes impromptus del músico finlandés. Se le da así una mayor proyección musical al espectáculo, que se resalta escénicamente interrumpiendo el discurso narrativo para dejar circular la música.
El pianista Eduardo Fernández se convirtió en el auténtico protagonista, magnífico en crear los ambientes y manejar la continuidad de unas piezas surgidas en diferentes contextos, desde la marcha inicial hasta el jugueteo impresionista a lo Ravel de la ninfa acuática. En las últimas piezas se incorporan la violinista Cecilia Bercovich, el violonchelista Fernando Arias y la soprano de origen búlgaro Svetla Krasteva, unos intérpretes de lujo cuya brillante aportación nos hace lamentar que no tuviesen partes más extensas. El recitado corrió a cargo de los actores María Adánez y Joaquín Notario, que aprovecharon la dirección siempre cuidada y matizada de Ernesto Caballero, un gran dramaturgo que supo siempre dejar espacio a la música. Solo lamentamos que los actores llevasen una copia del libreto de formato grande y llena de subrayados fosforescentes, que desentonaba con la puesta escena. No pretendemos que se aprendan el texto de memoria, pero se debía haber cuidado este detalle, más en un espacio tan cercano como el de la Fundación Juan March. De cualquier forma el resultado fue excelente, en todos los sentidos, ayudándonos a desentrañar las múltiples caras del melodrama y sumergirnos en el mundo nórdico de los autores. ¿Concierto o teatro? Da igual, al final prevalece el conjunto y la dimensión poética del espectáculo.