MADRID / Excelente monográfico Strauss por Pons y la Nacional
Madrid. Auditorio Nacional. 21-IV-2023. Concierto 16 del ciclo sinfónico de la Orquesta Nacional de España. Director: Josep Pons. Solista: Anne Sophie Duprels, soprano. Obras de Richard Strauss.
Programa de gran atractivo el armado por el director honorario de la Orquesta Nacional, Josep Pons, para la decimosexta entrega del ciclo sinfónico de la formación. Monográfico Richard Strauss que cubría, con Muerte y transfiguración, las Cuatro últimas canciones y la Suite sinfónica de Elektra confeccionada por Manfred Honeck y Thomas Ille en 2016, toda la trayectoria vital del compositor bávaro, desde el maestro veinteañero del poema sinfónico hasta la quintaesenciada maravilla de sus crepusculares últimas canciones, el año anterior a su muerte, pasando por la opulencia orquestal de la música de una de sus más imponentes óperas.
No era fácil para quien esto firma absorber sin estremecimiento la tremenda música de Muerte y transfiguración, ni la de esas cuatro Últimas canciones, especialmente la de la última, que incluye la cita sobre el tema de la transfiguración tras la última frase de la soprano “¿Será esto, acaso, la muerte?” cuando apenas unas horas del concierto antes asistíamos al sepelio de nuestro querido y llorado compañero Eduardo Torrico.
Quizá la coincidencia, sin embargo, ayudara de hecho a una experiencia más intensa, porque, en efecto, el joven Strauss consigue un arco narrativo espeluznante desde ese ritmo sincopado susurrado por la cuerda en el inicio, un vívido retrato de la agonía, hasta la elevada, trascendida esperanza del tramo final, pasando por la exaltada y no resuelta lucha entre vida y muerte reflejada en el allegro molto agitato.
Consiguió Pons, en una de las mejores actuaciones que el firmante le recuerda, construir con sensibilidad e intensidad ese arco narrativo, con un mando atento, de notable precisión y mayor firmeza que el observado en otras ocasiones. La interpretación tuvo así una muy notable riqueza de contraste y expresión, a lo que ayudó una estupenda respuesta de una Nacional que no regateó energía.
Brilló la cuerda en ese agonizante inicio, y después lo hicieron distintos solistas, desde el de oboe (Anchel) al de flauta (Octavio), pasando por el chelista Fernández o la flamante nueva concertino, Valerie Steenken (Munich, 1999). La joven germana afrontó un programa que era un auténtico miura para su debut, con solos en todas las piezas del programa. Y hay que decir inmediatamente que su presentación difícilmente podía haber sido mejor: estupendo sonido, precisa afinación y exquisita sensibilidad en su expresión. La suya tiene toda la pinta de ser una incorporación acertadísima a la plantilla.
El allegro molto agitato permitió a la orquesta lucir en su esplendor una sonoridad poderosa, opulenta, en la que quizá pudo haberse modulado alguna tendencia al exceso en los metales más agudos. Bien armado el clímax por Pons, que manejó con gran acierto las transiciones y consiguió, en el Moderato final, esa mezcla tan especial de calmada aceptación del final de una vida, y de esperanza en la paz subsiguiente. El tramo anterior a los últimos compases resultó especialmente estremecedor.
La soprano anunciada, la finesa Miina-Lisa Värelä, canceló su presencia pocos días antes del concierto por enfermedad, y me temo que, pese a apreciar en su justa medida la entrega e implicación que indudablemente supone una sustitución de urgencia como esta, no puedo ser entusiasta con el nivel evidenciado por quien se encargó de la misma, la francesa Anne Sophie Duprels (París, 1973). Duprels, de correcta intención expresiva (muy bien dibujada la triste pero serena frase final comentada al principio de esta reseña), evidenció sin embargo un volumen muy limitado en la mitad más grave de su registro, que apenas resultó audible pese a un muy cuidado ropaje orquestal por parte de Pons y el conjunto nacional. En la zona media y alta el volumen era mayor, pero la emisión se antojó un tanto descarnada y el vibrato pareció excesivo, lo que perjudicó notoriamente la precisión de la entonación. Quedó por ello afectado el resultado global, pese a que el clima conseguido desde el podio fue el acertado, y a que las contribuciones solistas, tanto la del trompa (Navarro) como la de la concertino Steenken en las dos últimas canciones, fueron estupendas. El dibujo, bellísimo, que aparece en Al ir a dormir, primero en ese solo de violín y después en la voz solista, permitió apreciar la diferencia entre la hermosa sonoridad de Steenken y la bastante menos grata de Duprels.
Ocupaba la segunda parte la Suite sinfónica de Elektra, empeño en el que Manfred Honeck se embarcó hace unos años en su tercera contribución conjunta con el compositor checo Thomas Ille. Relata Honeck la impresión, que no sorprende, que le causó trabajar la ópera en cuestión cuando era violinista en la ópera vienesa, bajo la batuta de uno de sus mejores traductores modernos, Claudio Abbado. La maravilla de la música orquestal de Strauss le hizo preguntarse, con razón, por qué no existía, como sí la había de El caballero de la Rosa, una suite sinfónica de la misma. El tándem Honeck-Ille se puso a ello y la partitura fue editada por Schott en 2016. El resultado, como pudimos apreciar ayer (y otros públicos, como el de la Sinfónica de Galicia, con la que Pons ejecutó la obra hace algún tiempo, lo hicieron anteriormente), es realmente imponente, abrumador, de una intensidad dramática que no concede respiro, en un discurso que muchas veces parece casi enloquecido, siniestro, obsesivo.
Partitura, pese a haber sido ligeramente atemperada en su densidad por Honeck, realmente endemoniada en su exigencia para la orquesta y para la batuta. Salvaron orquesta y director con sobresaliente el comprometido reto, ya desde el contundente inicio, pasando por el hermoso canto de la cuerda bien pronto, en el più lento, y con magníficas contribuciones de oboe (Anchel) y corno inglés (Ferrero) en el tramo marcado tranquillamente por Strauss. Tremendo el episodio Presto, traducido de manera vibrante, y tensión muy conseguida en el furibundo Allegro molto e violente. Brilló otra vez Steenken en el tramo final, como lo hicieron también junto a ella Alejandra Navarro y Mario Pérez en el pasaje con tres violines solistas. La respuesta de la Nacional fue más que notable, aunque en alguno de los ataques finales que reiteran el motivo inicial de Agamenón pudo quizá haberse conseguido algo más de precisión.
Interpretación, en suma, excelente de esta hermosa y temible partitura, para cerrar un programa realmente atractivo dedicado a Strauss. El éxito fue grandísimo, y Pons reconoció de manera individualizada, con generosidad y justicia (porque su contribución fue especialmente importante en la satisfactoria traducción del programa), las contribuciones de los solistas, con especial mención, además de los ya mencionados, para los solistas de viola (Silvina Álvarez), violonchelo (Joaquín Fernández y Ángel Luis Quintana) y contrabajos (Antonio García Araque).
Rafael Ortega Basagoiti