MADRID / El (eterno) retorno de Tomás Marco

Madrid. Teatro Monumental. 30-IX-2022. Miguel Borrego, violín. Javier Albarés, violonchelo. Silvia Márquez, clavecín. Orquesta Sinfónica de RTVE. Director: Santiago Serrate. Obras de Tomás Marco.
Para el compositor Tomás Marco (Madrid, 1942), “la música es un arte estrictamente inscrito en el tiempo”. Y su propia figura, desde luego, da buena cuenta de ello. No sólo porque su vasto, heterogéneo y multigalardonado catálogo de obras —así como su también prolífica producción ensayística— sirva de espejo de buena parte de lo que ha sucedido en las artes musicales en España desde la segunda mitad del siglo pasado hasta nuestros días —tanto estéticamente como, sobre todo, en materia de gestión cultural—, sino porque en sus partituras aparece siempre subrayado, de un modo u otro, un particular interés por la “memoria”. Experimentar la música requiere, necesariamente, recordar: “retornamos” continuamente a algo. Y en ocasiones “recordar”, como sabemos, adquiere una apariencia verdaderamente física. Cuando unos días atrás un compañero de esta revista, Ismael G. Cabral, decía en un artículo que “hay que tocar a Marco”, no se refería —estoy seguro— a la necesidad de regresar al autor para hacer sonar su música una vez más. “Tocar”, ahí, remitía también a una dimensión táctil, cuasi erógena: hay que tocarlo, literalmente. Por fortuna para todos, anoche fue la ORTVE, con Santiago Serrate (Sabadell, 1975) al mando y en compañía de una serie de solistas que fueron subiendo al escenario del Teatro Monumental, quienes tocaron al madrileño con motivo de su 80 cumpleaños, en un generoso concierto monográfico que reunía varias obras sinfónicas y concertantes de su producción; obras, precisamente, muy ligadas a la memoria y también, cómo no, a la festividad.
El homenaje lo inauguró su Codex Calixtinus (2013), una pieza que Marco escribió a partir del Dum pater familias del Códice Calixtino. Su tono ceremonioso y ritual dio parte del origen del “Canto de Ultreia” como himno popular de peregrinación en la celebración del Año Santo compostelano, pero también mostró, indirectamente, una estrecha relación con el “retorno” del año marcano: si el jacobeo se produce con una cadencia de 6-5-6-11 años, el marcano, como sabemos, es más regular: tiene lugar cada 10 —este año ha coincidido muy oportunamente la celebración de ambos—. La propia música resonaba asimismo con cierta idea de periodicidad, apoyada en una estructura que se interrumpía, regresaba y repetía constantemente, y en un desarrollo rítmico que recordaba, como ya advirtió Álvaro Guibert, a la Sinfonía Turangalila de Messiaen, “con sus corcheas emparejadas, ruidosas y marchadoras; corcheas que andan camino, como los pies de la poesía antigua, o los neumas del canto gregoriano”. Curiosamente, no fue ésta la única obra del programa ligada a la ciudad de Santiago: también Campo de estrellas (1989), interpretada tras la pausa, aludía, mediante una variada colección de configuraciones tímbricas, a la milagrosa lluvia de estrellas que, según narra la leyenda medieval, guiaron al eremita Pelayo y al cura Melano hasta los restos del Apóstol en el bosque de Libredón.
Pero, como decía al principio, el convite musical no contó únicamente con páginas sinfónicas; también las había concertantes. Antes del descanso, Miguel Borrego (Madrid, 1971) y Javier Albarés (Campo de Criptana, 1979) se habían subido al escenario para interpretar su Doble Concierto ‘Ensueño y resplandor de Don Quijote’ (2004), una composición que forma parte de un pequeño grupo de piezas inspiradas en las aventuras del ingenioso hidalgo que Marco publicó entre 2003 y 2005 con motivo del IV Centenario de El Quijote. Finalmente, como colofón, pudimos escuchar su Apoteosis del fandango (1998) —muy conveniente fue emplazar una “apoteosis” al final de una velada de estas características—, que Silvia Márquez (Zaragoza, 1973), al clavecín, resolvió con paciencia y afecto. En la Apoteosis, los distintos elementos definitorios del fandango fueron emergiendo progresivamente de entre los diferentes instrumentos de la orquesta, hasta que su diseño se volvió evidente cerca de la mitad de la obra. A partir de ese instante, el “retorno” tuvo, por lo formal, como en el Codex, algo de “eterno”: una vez revelada la conocida danza popular, el ostinato y la variación constante se apoderaron de la música —un recurso, por otro lado, frecuente en el trabajo de Marco—, llegando a adquirir, hacia el final, un matiz ciertamente malabarístico.
Si se quedaron con ganas de más o no pudieron acudir a esta cita, el próximo lunes 3 de octubre tendrá lugar una nueva fiesta de cumpleaños en el Auditorio 400 del Museo Reina Sofía, de la mano de la ORCAM y de otro gran amigo suyo, José Ramón Encinar. En esta ocasión, el evento cuenta con un atractivo adicional: el estreno absoluto de un recién horneado Concierto para marimba (2022), con Conrado Moya como solista. Más adelante, en noviembre, se estrenará en el Teatro Real de la Zarzuela, después de varios intentos frustrados, Policías y ladrones (2015), una zarzuela sobre la corrupción política. No cabe duda de que en ambos encuentros tendremos una nueva oportunidad de festejar la vida y la obra de Marco por todo lo alto y de la mejor manera posible: tocándolo.
Jesús Castañer