MADRID / Berenice: Un Haendel menor en las mejores manos
Madrid. Auditorio Nacional de Música. 19-V-2024. Sandrine Piau, soprano; Ann Hallenberg, mezzosoprano; Arianna Venditelli, soprano; Paul-Antoine Bénos-Djian, contratenor; Rémy Brès-Feuillet, contratenor; John Chest, Barítono; Matthew Newlin, tenor. Il Pomo d’Oro. Director y clave: Francesco Corti. G.F. Haendel: Berenice, regina d’Egitto, HWV 38.
En sus últimos años como compositor de óperas, Haendel entró en franco declive y, a salvo del milagro de Serse, sus cinco últimas óperas no se encuentran entre lo más memorable del sajón. Y, entre ellas, quizá Berenice sea la menos afortunada. La base textual —un libreto adaptado de un original de Antonio Salvi (Florencia, 1709)—, es, incluso para los parámetros de la ópera seria, muy desafortunada. En él se mezclan las intrigas amorosas con las políticas —algo que queda evidenciado en las sorprendentes palabras con las que literalmente concluye la ópera (Politica e amore)— de forma especialmente embrollada, de modo que, por mucho interés que uno ponga para enterarse de la trama, acaba perdido irremediablemente. Y cuenta, además, con uno de los lieti fini más sonrojantes que uno pueda recordar (a su lado, el de Rinaldo es un ejemplo de coherencia).
La cuestión del libreto sería totalmente excusable —al fin y al cabo, prima la música, poi le parole— si no fuera porque Haendel se muestra aquí en el cénit de lo rutinario (para sus elevados estándares, claro). De todos, solo hay un número que realmente sobresalga y sea memorable: Chi t’intende? oh cieca instabile, un aria para la protagonista que supone un precioso duelo entre el oboe y la cantante lleno de encanto y virtuosismo. Lo demás está bien, no lo voy a negar, pero pocas cosas hay que llamen la atención del oyente. Incluso un género tan bien cultivado como las arias con ritmo se siciliana obtiene aquí su fruto menos interesante: In quela sola, in quella, destinada a Alessandro.
Y ahí termina lo negativo, porque jamás se han derrochado tantos medios para una empresa tan chiquitita, pues el resultado, en lo interpretativo, no pudo ser mejor. Veteranía y juventud se mezclaron de forma admirable en uno de los repartos más sólidos que se hayan escuchado en Madrid en el repertorio. Sandrine Piau es la gran soprano haendeliana de nuestros tiempos. Después de treinta y cinco años de carrera conserva su voz inmaculada con las ganancias acumuladas en color y capacidad expresiva, que es insuperable. En la mencionada aria —muy extensa— hizo un alarde de fraseo, buen gusto y agilidad que nos dejaron a todos con ganas de más. Y, en definitiva, sacó todo lo que pudo de un papel que, francamente, no daba para más. Ann Hallenberg es la otra dama del canto barroco —Haendeliano en particular— y dio sobradas muestras de ello como Selene. Tampoco ha pasado el tiempo para la mezzo sueca que, igual que su compañera, obtuvo oro del humilde bronce. Paul-Antoine Bénos-Djian es uno de los mejores contratenores de la última generación, quizá el mejor. Con bella voz, formidable técnica, homogeneidad y con una naturalidad cuya ausencia lastra a tantos de sus colegas, hizo un Demetrio espléndido. Arianna Venditelli, a quien no había escuchado en directo, colmó las expectativas suscitadas por sus magníficas grabaciones discográficas. Timbre bellísimo, excelente técnica y estupenda fuerza dramática permitieron que sacara adelante el poco agraciado papel de Alessandro. Rémy Brès-Feuillet, sustituto de última hora fue una gratísima sorpresa. No está a la altura de su colega, pero canta muy bien y, aunque adolece de escasa proyección y cierto ahogamiento, logró una coloratura fastuosa en el limitado, pero con cierta enjundia, rol de Arsace. Muy bien en sus papeles comprimarios John Chest como Aristobolo y Matthew Newlin (Fabio).
El soberbio clavecinista Francesco Corti viene compartiendo el podio de Il Pomo d’Oro con Maxim Emelyanychev y, si bien tal vez no llegue a las alturas del ruso, logró una lectura llena de vida y matiz, sacando —hay que repetirlo una vez más— todo lo que humanamente se puede de semejante materia prima. La orquesta, como es habitual, excelente, debiendo destacarse, cómo no, al oboísta Rodrigo Gutiérrez, sensacional en lo técnico y en lo artístico en su obbligato con Berenice ya mencionado.
No imagino una versión mejor de esta ópera menor.
Javier Sarría Pueyo
(fotos: Rafa Martín)