LOZOYA / Antorchas brillantes
Lozoya del Valle. Iglesia del Salvador. 8-VIII-2020. Festival Clásicos en Verano de la CAM. Opera Omnia (Manon Chauvin, voz; Sara Águeda, arpa ibérica; Calia Álvarez, viola da gamba). Director: Isaac M. Pulet. Obras de Hidalgo, Durón, Egüés, Martín y Coll, y Ortiz.
El siglo XVII continúa siendo una especie de tierra de nadie en la historia de la música española, entre la grandiosidad de una polifonía renacentista de la que son Victoria, Morales y Guerrero sus mejores exponentes y la esplendidez de ese Barroco italiano que, paradójicamente, traen consigo a nuestro país unos reyes de estirpe francesa. El siglo XVII es el predio del teatro, en el que la música ejerce de simple acólito. Y el gran problema es que las luminarias que se dan en este espacio temporal rara vez se abordan con la debida solvencia. Por suerte, las más recientes generaciones de intépretes españoles especializados en música antigua empiezan a tratar al XVII con solvencia y cariño, alejándolo de unos lamentables estándares casi siempre establecidos por extranjeros (angloparlantes, principalmente).
Considero conveniente este preámbulo para entender mejor este Amor, no te llame amor de otro grupo surgido en los últimos años, Opera Omnia, del cual es director el violinista Isaac M. Pulet. El programa viene a ser un recopilatorio de los grandes éxitos musicales del XVII español, surgidos, claro, en el seno del teatro, pero extraídos luego de él para convertirse en canciones populares. O, para ser fieles con la terminología, en tonos humanos. La mayor parte de ellos son debidos al arpista madrileño Juan Hidalgo (1614-1685), prodigio no solo por la cantidad de música que compuso, sino también por la calidad de esta. El tono es una canción solista con texto generalmente profano, cuyo origen se encuentra en las comedidas y zarzuelas de la época. Se emancipaba de estas y se convertía en sí mismo en un repertorio independiente dentro de los círculos cortesanos, no solo en España, sino también en Francia (en ese sentido, guarda una gran relación con el air de cour) y Austria.
Que un programa a base de tonos (en este caso, humanos, porque los había también divinos; es decir, la misma música, pero con texto de temática religiosa) encandile durante más de una hora a la audiencia depende en gran medida del acierto a la hora de expurgar entre los cientos y cientos de piezas existentes. Por eso, Pulet no titubeó a la hora de incluir esas archiconocidas maravillas de Hidalgo que son Quiero y no saben que quiero y Esperar, sentir, morir, adorar. U otros tonos no tan frecuentados del susodicho Hidalgo, como Antorcha brillante. Hidalgo ha pasado a la historia por su estrecha colaboración teatral con Pedro Calderón de la Barca, pero los textos de los tonos de Hidalgo incluidos en este programa son debidos a Luis de Góngora, Melchor Fernández de León, José Fontaner y Martell y Agustín de Salazar y Torres. Hay también tonos de Sebastián Durón y Manuel de Egüés (el sarcástico ¿Quieres estarte quieto, Cupido?). Y entre medias de ellos, se incluyen jácaras y folías compilados por Antonio Martín y Coll, y los dos gloriosos passamezzos (el antiguo y el moderno, es decir, las recercadas II y V) del Tratado de glossas de Ortiz.
La interpretación corre a cargo de la soprano Manon Chauvin, de la arpista Sara Águeda y de la violagambista Calia Álvarez, espléndidas las tres (las instrumentistas, tanto en su función de acompañantes de la voz, como en sus intervenciones solistas). Cuando al principio de esta crónica afirmaba que la música del XVII español había sido maltratada inmisericordemente por grupos extranjeros, me refería sobre todo a la descuidadísima pronunciación de unos textos que suelen ser oro molido. Y si no se comprenden con claridad esos textos, no hay nada que hacer. La prosodia de Chauvin es admirable. No hay una sola palabra que se deje de entender. En su caso, ello tiene un enorme mérito, porque Chauvin es francesa, aunque ya quisieran muchos españoles hablar el castellano con la perfección con que lo habla ella. Su voz es áurea y su expresividad (también la gestual) resulta cautivadora. Quizá la inclusión de una guitarra y de una percusión moderada habría enriquecido el espectáculo, aunque imagino que la ausencia de ambas no responde tanto a criterios estéticos como de presupuesto. Lo que está claro es que, con grupos como Opera Omnia nos hallamos, por fin, en la buena senda para que el siglo XVII español salga del oscurantismo.
Eduardo Torrico