Józef Koffler (1896-1944)
Su peripecia vital, desdibujada hasta las esclarecedoras publicaciones de Maciej Gołab, podría haber servido para perfilar el retrato de uno de esos personajes añorantes y desarraigados que transitan sin rumbo por las novelas de Joseph Roth. Pero el nombre de Józef Koffler, desaparecido por completo de la memoria musical durante más de medio siglo, no aparece en ninguna de las numerosas crónicas periodísticas del escritor de Brody. Ni siquiera en un texto tan abarcador y sugestivo como Alban Berg y sus ídolos (recuerdos y cartas), en el que otro de sus más ilustres paisanos, Soma Morgenstern, invocaba el recuerdo de numerosos músicos que iluminaron con su trabajo la agitada Viena de entreguerras.
La atribulada biografía del compositor, profesor y musicólogo galitziano transcurrió en un tiempo doloroso y convulso y en un espacio que pertenece ya a esa desvanecida Mitteleuropa que Norman Davies diseccionó con maestría en su monumental ensayo Reinos desaparecidos. Nacido en 1896, en el seno de una familia judía, en la localidad (hoy en suelo ucraniano) de Stryi, Koffler estudió leyes en Viena además de musicología y dirección de orquesta junto a Guido Adler, Egon Wellesz y Felix Weingartner. La Gran Guerra interrumpió sus estudios al forzar su incorporación al ejército imperial y, tras la independencia de su tierra natal, al polaco. En 1923, de nuevo en la capital austriaca, Keffler se doctoró con su tesis “Sobre el color orquestal en las obras sinfónicas de Felix Mendelssohn”. Es en esos años cuando entró en contacto con Alban Berg y posteriormente (y solo por correspondencia) con Arnold Schönberg, cuya técnica de composición dodecafónica adoptó pronto.
La atribulada biografía del compositor,
profesor y musicólogo galitziano transcurrió en un tiempo doloroso y convulso
A partir de 1924, Koffler se estableció muy cerca de su localidad natal, en la histórica Leópolis, la antigua capital de la Galitzia habsbúrgica, cuyas sucesivas denominaciones —Lemberg, Lwów, Lvov, Lviv, Lemberik (en yiddish)— explicitan su zarandeada condición fronteriza. En ese espacio mítico, importantísimo centro cultural donde, antes y después que el adolescente músico, estudiaron Bruno Schulz y Stanisław Lem y donde al poco de su muerte nacerían Adam Zagajewski —memorable develador de Lvov en su ensayo Dos ciudades— y el pianista judío-polaco Emanuel Ax, Koffler vive sus años más productivos. Reconocido como el primer dodecafonista polaco, enseña teoría musical, instrumentación, armonía y composición atonal (Haubenstock-Ramati se contó entre sus alumnos), edita revistas, escribe polémicos artículos sobre música de vanguardia y sus obras, publicadas por Universal (Viena) y Senart (París), son interpretadas con éxito en foros internacionales como la Sociedad Internacional de Música Contemporánea. Su Trío de cuerdas op. 10 —una pieza formidable, puente ideal entre las obras homónimas de Webern (1927) y Schoenberg (1946), en cuyos tres movimientos Koffler establece un diálogo entre la serie y las formas clásicas (sonata, fuga, rondó)— se estrena en Oxford en 1931, tras ser seleccionada en el 9º Festival de la SIMC con Berg en el jurado. En 1932 se escucha en Lvov por vez primera otra obra sorprendente: la cantata de cámara Die Liebe op. 14 para voz, clarinete, viola y violonchelo, que recrea el capítulo XIII de la Primera epístola a los corintios de san Pablo. Ámsterdam descubre en 1933 sus 15 Variaciones sobre una serie dodecafónica op. 9 y en 1938 se da a conocer en Londres su original Sinfonía nº 3 op. 21, para vientos, arpa y percusión.
Pero en 1939, tras el estallido bélico, Lvov cae bajo dominio soviético a raíz de la invasión de Ucrania Occidental por el Ejército Rojo. Koffler, pese a someterse a los dictados del realismo socialista en páginas como la desaparecida Obertura alegre o los Bocetos ucranianos op. 27 para cuarteto de cuerda, no consigue evitar ser denunciado como ‘formalista’. Mas el destino aún le reservaba una última y trágica pirueta. En su precioso ensayo autobiográfico Mi Lvov, otro Józef coetáneo y paisano de Koffler, Józef Wittlin, recordaba cómo la reina Eduvigis concedió un diploma a la ciudad donde podía leerse que “a morador alguno […] ningún ultraje ni daño puede causarse y todos ellos, tanto rusos como armenios, sarracenos como así también judíos sus derechos conservarán”. Ese designio, sin embargo, no se cumplió. En 1941 las tropas nazis ocuparon Lvov y el compositor, su esposa y su hijo pequeño fueron deportados al gueto de Wielicka. Meses después lograron esconderse en Kros´cienko Wizne, cerca de Krosno, donde a principios de 1944 serían asesinados. Un testigo presencial relatará: “Recuerdo cómo la Gestapo vino a recogerlos. Rodearon la casa, los capturaron y se los llevaron como criminales; y se fueron llorando porque sabían lo que les esperaba”.
Con el marasmo bélico y la posterior sovietización de Polonia el recuerdo del músico se perdió junto con una docena de sus composiciones. Tras un prolongado y lamentable silencio discográfico, Elzbieta Sternlicht registró toda su obra pianística (2 CD, Acte Préalable, 2005), Ebony Band y Barbara Hannigan realizaron las primeras y espléndidas grabaciones del Trío y Die Liebe (Channel Classics, 2010) y recientemente acaban de publicarse, también en primicia y junto con los Bocetos y un par de breves ciclos vocales, dos composiciones mayores: el Concierto para piano y la Sinfonía nº 2 (EDA Records). Cuando se graben sus tres restantes Sinfonías, el ballet-oratorio Alles durch M.O.W. y de nuevo, si es posible, su excelente orquestación de las Variaciones Goldberg podremos afirmar que —volviendo de nuevo a Roth— la larga Fuga sin fin de Józef Koffler ha llegado felizmente a buen puerto. ¶
Juan Manuel Viana