GRAZ / Crónica desde el Festival Styriarte
Graz. Palais Attems. 23-VI-2023. Styriarte. Palais Attems Hofkapelle, Matthias Ohner, actor, Elisabeth Breuer & Maria Ladurner, sopranos. Florian Birsak, pianoforte. Hermann Fritz, violín, Simon Wascher, zanfoña. Purcell: Suite de King Arthur. G.F. Haendel: Suite de Alcina. W.A. Mozart: Arias y piezas para piano. Anónimos: Música popular del siglo XVIII.
Graz. Schloss Eggenberg. 24-VI-2023. Styriarte. Monica Piccinini, Marianne Beate Kielland, Rafał Tomkiewicz, Valerio Contaldo, Zefiro. Alfredo Bernardini. J.J. Fux: Costanza e fortezza.
Nikolaus Harnoncourt, nacido en Berlín por razón del puesto de trabajo que allí desempeñaba su padre, se crió y educó en Graz, donde su progenitor había obtenido un empleo en el gobierno regional de Estiria, territorio del que aquélla es capital. Huyendo de los fastos y mercantilización de Salzburgo –y, por qué no decirlo, de las insidias de Karajan– fundó en 1985 el Festival Styriarte como homenaje a la que siempre consideró su localidad originaria. La muerte del ya mítico director en 2016 exigió –como afirma Mathis Huber, su director desde 1991– un cambio en la aproximación, si bien siempre bajo la línea conductora de un tema.
Un buen ejemplo es la edición de este año, que se extiende desde el 23 de junio hasta el 23 de julio bajo el lema Héroes y heroínas. El repertorio se ha ensanchado desde el punto de vista cronológico (hacia adelante y hacia atrás), pero también en los estilos, incorporando, por ejemplo, el dúo pianístico estadounidense Anderson & Roe, que combina Mozart, Freddie Mercury, John Lennon y Paul McCartney como “Héroes del Pop”. Don Quijote, el caballero por antonomasia, recibe el homenaje del Ensemble Unicorn con músicas del siglo XVII español. No faltan tampoco propuestas muy originales, como los conciertos campestres en el precioso parque del Schloss Eggenberg o los dos conciertos en bicicleta. De hecho, uno de los alicientes del festival reside en las ubicaciones de los conciertos, siempre en lugares históricos de Graz, capital europea de la cultura en 2003 cuyo casco histórico –extraordinariamente bien conservado–, junto al mencionado Schloss Eggenberg constituyen patrimonio cultural de la humanidad. Así pues, disfrutar de un concierto sobre el césped del parque del castillo (que, por cierto, en 2025 cumplirá 400 años, evento que será debidamente celebrado en el plano musical en colaboración con Styriarte) o circular en bici, con paradas musicales, por la ciudad vieja no deja de ser un auténtico privilegio. Por lo demás, la colaboración con músicos ajenos a Harnoncourt, incrementada por razones obvias en los últimos años, nos trae nombres señeros de la música barroca, como Jordi Savall (Vivaldi) o Alfredo Bernardini (Fux).
Los dos –más bien tres– conciertos inaugurales fueron un magnífico ejemplo de todo lo dicho. El primero, bajo el título Treppauf, treppab (que podría traducirse como “arriba y abajo”) se desarrolló en el Palais Attems, un maravilloso palacio barroco sede del festival, con dos programas. Su nombre obedece a que se trata de un concierto itinerante, desarrollado en tres plantas del edificio, al tiempo que, en el recorrido, se atraviesan magníficas salas cuyas características explicaba una guía. Todo comenzó en el antiguo estudio del festival, situado en la primera planta, donde la Palais Attems Hofkapelle interpretó una suite extraída del King Arthur de Purcell (primer programa) y de la Alcina de Haendel (segundo programa). Este conjunto historicista está formado por músicos procedentes de Recreation-Das Orchester, la orquesta del festival, que desean adentrarse en el mundo de los instrumentos de época y el estilo auténtico. Aquí se presentaron en formación de cuerda con un instrumento por parte y dos flautas dulces (por allí estaba la estupenda contrabajista española Lorena Martín Alarcón). Fue un enorme placer poder escuchar, por una vez, una formación tan escueta con la presencia y volumen que proporciona una sala del tamaño adecuado (no estaríamos presentes más de cincuenta personas); yo, al menos, me sentí como un auténtico aristócrata del antiguo régimen. Ciertamente la afinación se resintió a causa de la elevadísimo humedad debida a las tormentas que la tercera semana de junio habían descargado copiosamente en la zona, incluida la tarde del 23, lo que obligó a afinar constantemente, pero es un gaje que hay que pagar por escuchar cuerdas de tripa y el resultado global no se resintió. Hubo mucha pasión y tensión, con mención especial a las flautas dulces de las jovencísimas Laura Hanetseder y Zuzana Gulova, que hicieron un trabajo formidable.
Seguidamente, en la Gran Escalera el actor Matthias Ohner declamó un texto humorístico del dramaturgo Thomas Höft (solo en alemán). En la Sala de los Pájaros se desarrolló a continuación un precioso recital Mozart (en dos programas) con arias extraídas de óperas, arias de conciertos y sendos rondó y fantasía para piano del salzburgués. Cada programa estuvo protagonizado por una soprano: Elisabeth Breuer, y Maria Ladurner, ambas poseedoras de unas voces excelentes: coloratura, estilo, belleza tímbrica… con el acompañamiento –y el protagonismo en las piezas a solo– del pianista Mlorian Birsak, modélico siempre, quien tocó un fortepiano original de Franz Baumbach (Viena, ca. 1790) restaurado en el taller de Robert Brown, dotado de un maravilloso sonido cristalino ideal para el repertorio.
Para concluir, Hermann Fritz al violín y Simon Wascher a la zanfoña interpretaron música folclórica del siglo XVIII en el vestíbulo de la planta baja mientras los asistentes tomaban un vino blanco o una excelente cerveza local.
Johann Joseph Fux, maestro de capilla imperial y una de las glorias del barroco austriaco y universal, es una reivindicación permanente del festival, con todo merecimiento, ya que, al margen de su carácter de gloria local (nació en un pueblecito muy próximo a Graz), su calidad compositiva –oscurecida por el sambenito de músico seco y académico que arrastra estúpidamente por el simple hecho de haber escrito el Gradus ad Parnassum– es muy alta, si atendemos a lo que suena en las grabaciones disponibles. Este es el sexto –y último– año que Styriarte programa una composición escénica de Fux (el aficionado recordará la espléndida Dafne in lauro que grabó Alfredo Bernardini para Arcana, que recoge la producción del festival) y lo hace por todo lo alto, nada menos que con Costanza e fortezza, la opus maxima del compositor austríaco, destinada a festejar la coronación del emperador Carlos VI como rey de Bohemia en el castillo de Praga hace exactamente 300 años.
Teniendo en cuenta las dimensiones de la composición (cinco horas plagadas de ballets, coros y efectos escénicos nunca vistos) y la infraestructura necesaria (un teatro construido ex profeso al aire libre para dar cobijo a una orquesta de 200 miembros y un coro de 100) los responsables han optado por una severa reducción que permita unas dimensiones física y económicamente viables. El resultado son 75 minutos de hermosísima música que, no obstante, nos hace seguir soñando con, al menos, una grabación completa. La orquesta elegida, como en el resto de los Fux, es la sobresaliente Zefiro, donde los vientos siempre descuellan, en este caso las cuatro trompetas –lideradas por Gabriele Cassone– con sus correspondientes timbales. El sonido del conjunto fue soberbio: elegante, refinado y vibrante al tiempo: una continua delicia. Las voces, con nombres de sobra conocidos (Monica Piccinini, Marianne Beatel Kielland, Rafał Tomkiewicz y Valerio Contaldo) se desempeñaron a la misma altura. La batuta de Bernardini, por último, acompañó con el tino y buen gusto habitual. El concierto se desarrolló en el fabuloso patio del varias veces mentado Schloss Eggenberg, un enorme privilegio, y, concluso, de nuevo pudimos degustar unas copas del ligero vino blanco de Estiria en el hermosísimo parque del castillo. Una experiencia inolvidable.
Javier Sarría Pueyo