MADRID / La diversión lo aguanta todo, por David Rodríguez Cerdán

Madrid. Auditorio Nacional. 16-III-2019. Orquesta y Coro Nacionales de España. Antara Korai. Andrés Salado, dirección. Música de cine.
Ni un alfiler cabía en la Sinfónica, hasta los topes estaba. El público era de todas las edades y había ido a pasárselo bien. El cartel ‘Cine y música’ invita a ello pero si encima el segundo concierto del ciclo se titula ‘Monstruos y villanos’ es de esperar diversión de la buena. Mamás y papás no acuden precisamente con intención de ponerse el monóculo y enarcar la ceja sino al contrario: aplaudirán lo que se les eche. Sabiendo esto y aprovechando que el tema daba para la manga ancha, la OCNE y su director en esta velada —el siempre interesante Andrés Salado [en la foto], líder del proyecto Opus 23 y titular de la Joven Orquesta de Extremadura— programaron un popurrí que ni cogido por los pelos. Monstruos y villanos alguno había, pero ya me dirán ustedes qué pinta Amon Götz, el Oberführer asesino de La lista de Schindler (1993), en un programa con bichos de la calaña de Tiburón (1975) —que encima fue uno de los bises— o Drácula (1992)… ¡y más si se le presenta con el tema principal de John Williams! La misma objeción vale para el díptico del argentino Federico Jusid formado por El secreto de sus ojos (2009) y La cara oculta(2011) —¿alguien se traga que los ‘malos’ de ambas pelis justifiquen la inclusión del tema de amor de la primera o una suite de la segunda?— o la sección de whodunits de Hitchcock/Hermann: el Norman Bates de Psicosis (1960) tiene barra libre, de acuerdo, ¿pero colarnos El hombre que sabía demasiado (1956) y Con la muerte en los talones (1959) con la misma excusa? Y ya para terminar con las correcciones: los Piratas del Caribe (2003) de Badelt y Zimmer son héroes, se mire por donde se mire, y El código Da Vinci (2006) no hay por donde cogerlo en este programa, por mucho cura albino y psicópata que se le ponga a Robert Langdon de por medio. Todo esto obviando que, en su mayor mayor parte, los contenidos no estaban dedicados a los malos y menos malos de esas películas —como en el caso de los elfmanianos Batman (1989) o Alicia en el País de las Maravillas (2010)-, sino a los leitmotivs de cabecera.
Dejando a un lado la barrabasada conceptual, llamó positivamente la atención la manera extraña de entender y proyectarnos estas músicas: Salado es un director templado, su gesto claro y pequeño lo demuestra, aún recordamos su hazaña de conducir Un americano en París como lo hizo. Acostumbrados a escuchar música de cine a histriones y románticos que parece quieran echarse a volar con la música, el director madrileño organizó el sonido de manera muy francesa, a la cabeza venía una idea de rococó y galanterie durante la lectura de ciertas piezas, como Con la muerte en los talones o la suite grande de El padrino. Todo muy cuadrado y preciso, cargado con el sentimiento justo, nunca desgarrando, aquilatando volúmenes. La máxima expresión de este comedimiento, de este término medio bien entendido, fueron Alicia, la Storm Clouds Cantata de Arthur Benjamin usada diegético-incidentalmente en El hombre que sabía… y los cuatro números de la excepcional Suite del Drácula de Kilar, en la que dejó fuera para nuestra desgracia Vampire Hunters y Race Against the Sunset. The Storm era tal cual, el Coro Nacional rompiendo la sala con un mar demoníaco que superó todas las versiones.
Tampoco sonaron nunca tan centrados los bucaneros de Piratas del Caribe, imposible algo más perfecto. Y el Coro Nacional, una gloria. Qué ataques, qué poderío. Muy bien Anatara Korai, impecable su dicción inglesa y articulación en Alicia; también salió a pedir de magia la nieve de Eduardo Manostijeras. Este ben misurato no siempre fue para bien, el legato salía perdiendo frente la cuadratura y a veces echamos en falta más líquido; los ataques de la cuerda en el The Murder de Psicosis se asestaron con cuchillos mal afilados y la concertino rubateó más de la cuenta en La lista de Schindler, que lució poco empastada, y fría como ella sola. A Darth Vader tampoco le habría complacido su Marcha imperial, marcial sí pero poco imperiosa. Hubo también alguna que otra salida de tono, en plan pecho palomo, por parte de los músicos: los timbales de Juanjo Guillem echaban humo y en algún pasaje se pasó de efe en el forte, y lo mismo decir de Manuel Blanco: trompeteó a cuatro pulmones, brillantísimo como ya le sabemos, pero el ‘aquí mis pistones’ se le notó quizás demasiado en algunos momentos, caso de la tercera propina, el Duel of the Fates de La amenaza fantasma (1999). Pero olvidando el asunto programático, los inocuos comentarios de Salado sobre músicas tan disparatadas y estos pequeños dislates interpretativos, fue un señor concierto de música cinematográfica.
David Rodríguez Cerdán