CÁCERES / Atrium Musicae: Manuel Blanco y Daniel Oyarzábal divierten y se divierten
Cáceres. Concatedral de Santa María. 9-II-2024.Obras de Boëllmann, Martini, Telemann, Mendelssohn, Bauer, Bach, D. Scarlatti y Vivaldi. Manuel Blanco, trompeta, Daniel Oyarzábal, órgano.
Aunque el órgano es históricamente el instrumento de iglesia por excelencia, es también un apreciado instrumento de concierto y, por más que se toque con uno o varios teclados, es un instrumento de viento. Tiene un amplísimo repertorio y aguanta muy bien la transcripción y por la capacidad espacial de sus sonidos funde muy bien con otros vientos como se viene practicando desde los intentos policorales de San Marcos de Venecia que arrancan de los albores del Renacimiento. Frecuentemente se asocia con instrumentos de viento metal, especialmente con la trompeta. Y precisamente esa fusión de vientos es la que ha ofrecido el Festival Atrium Musicae. Concierto matinal que abarrotó la Concatedral cacereña y nos recordó el gran éxito que ya Antonio Moral, director artístico del festival, se apuntó en su día al ocurrírsele en su día el invento del Bach-Vermut. Desde entonces, sábado matutino y órgano se han convertido en una fórmula eficiente
Manuel Blanco es seguramente la cúspide de la trompeta en la España actual y se cuenta entre los mejores trompetistas del mundo. Sonido seguro, tan potente como delicado, de afinación impecable y muy dúctil en el manejo de un impresionante fiato, se adapta con total musicalidad a todos los repertorios imaginables. En esta ocasión hacía dúo con un músico versátil como es Daniel Oyarzábal que es capaz de múltiples empeños pero que sobre todo es un gran organista, también puntero en España en la especialidad. Oírlos juntos, a veces también solos, fue un placer pues sus sonidos del viento encantan el ánimo y se reciben con merecido entusiasmo.
Tras una procesional “prepropina”, como el mismo Blanco la llamó en una breve introducción, recordaron a Léon Boëllmann, un interesante autor francés cuya muerte a los treinta y cinco años jugó en contra de un reconocimiento que sin duda merecía. La Toccata de la Suite Gótica, su obra más duradera, abría el programa seguida de otra Toccata, la de Martini. Luego, el brillante Concierto en re mayor de Telemann, impecablemente tocado en su brillantez virtuosa. De Bauer se escuchó la Sonata de quinto tono y detrás venía Bach con un coral, Nun komm, der Heiden Heiland BWV 659 y el Preludio y fuga en sol mayor,BWV 541. Y con la Sonata en fa mayor K.82 de Domenico Scarlatti se entraba en la apoteosis final del Concierto en re mayor RV 230 de Vivaldi, pasado por la versión que Bach hizo de él como BWV 972. Aquí los dos virtuosos dieron lo mejor de sí mismos y levantaron el clamor del público entusiasta que llenaba el templo por los cuatro costados. Las propinas nos depararon un bien conocido Schubert (el Ave María) y un Piazzolla en el que el trompetista desató una verdadera emoción con su sonido cálido y expresivo capaz de un aliento infinito.
Blanco y Oyarzábal, además de tocar muy bien y haber preparado con total seriedad profesional un recital exigente, creo que se divirtieron y por eso nos divirtieron. Jugaron con el viento y con él hicieron música. Un concierto adecuadamente matinal, estimulante y emotivo, que habla mucho en favor de la sensibilidad con que Atrium Musicae se programa.
Tomás Marco