Wiera Gran: una biografía demasiado dolorosa (2)
Para quien le toca, como le tocó a Wiera, eso significa la muerte civil, que tiene especial trascendencia si tus habilidades y tu trabajo tienen que ver con algo cara al público. Y ella era cantante. Cuando el Reich invade Polonia, Wiera tiene quizá 23 años (ella se quitará dos con el tiempo), y ya es una estrella ascendente de voz grave y rotunda. Podemos oírla aún, a Dios gracias. Se casa con Kazimierz Jezierski, que no tendría que llamarse así, sino Rubinztejn, pero el padre de él se había cambiado el apellido por el de su propia madre, Jezierska.
Pobre Wiera, acusada de gestapista, ella, que fue una víctima, que perdió a toda su familia en el guetto, que llevó una iniciativa duradera para salvar niños en peligro, y que se salvó ella misma gracias a su marido “circunstancial”, Kazik Jezerski. Pobre Wiera, tan joven en aquellos años en que había comenzado su gloria. Después, vivió demasiado, y siempre perseguida por esas sospechas y acusaciones. Enloqueció, claro está.
El libro es muy doloroso. Por la vida de ella, claro. Pero también por la guerra espantosa, por el gueto, por Polonia, por los judíos polacos que buscan culpables entre los suyos después de la Shoá. Hay un capítulo dedicado a los artistas no judíos en la Varsovia ocupada de aquellos años, Los códigos para sobrevivir en el gueto y fuera del gueto, un capítulo terrible que se desarrolla extramuros, en la parte aria, o eslava. Allí las leyes son otras, los artistas polacos están muy vigilados por la resistencia. En Francia quisieron purgar a Arletty por tener amores con alemanes durante la Ocupación. El colmo del “colaboracionismo”. En Polonia no habría vivido para decir aquello de “¿se van a ocupar de los asuntos de mi culo”?
Este libro no es sólo una biografía, es un libro de historia. Sobre todo para dos tipos de personas: los que nada saben, esto es, los de un país como el nuestro, a menudo contento en su ignorancia, como ocurre en Estados Unidos y otros países satisfechos de sí mismos; y los que creen saberlo todo sobre el asunto, como puede ocurrir en Polonia. También interesa el público que no quiere saber, que no quiere enterarse, y ése hay que buscarlo en todas partes, sobre todo en las cercanías.
Se ha dicho que la autora, Agata Tuszyñska, o acaso sus editores, han tratado de armar jaleo con Szpilman para vender muchos ejemplares. No se dedica alguien a vivir prácticamente con una anciana durante un montón de años con el objetivo de vender muchos ejemplares al cabo de ese montón de años. Pero si Wiera y Szpilman trabajaron juntos y muy a menudo en el gueto, y él no lo pone en su libro (parece que ciertas canciones se hubieran cantado solas), no está mal que lo señale Tuszyñska. Sobre todo si es cierto que se refiere a ella sólo en una ocasión, en el capítulo siete, Un hermoso detalle de la Señora K, con denigración. Si los paisanos se asombran con desagrado al ver que has sobrevivido, no está de más que lo diga Tuszyñska. Si te marchas de Polonia a comienzos de la década de 1950 porque no puedes más y resulta que muchos judíos, ahora hiperactivos, te boicotean, te acusan, te acosan… no está mal que lo documente Tuszyñska. Quién sabe si Wiera no pagó caro algún que otro defecto suyo: orgullosa, altiva, de éxito temprano y origen humildísimo, tal vez “sobrada”, “pagada de sí misma”. De eso y de algunas de sus amistades, que sí colaboraron, se habla ampliamente en el libro, que es una investigación de años, con mucha búsqueda de documentos y de testimonios.
Wiera vivió el éxito tardío e incluso póstumo del libro de Szpilman y la película de Polañski. No habló bien al final de ninguno de los dos. Pero ya no era ella, era un ser distinto, destruido. Quién sabe si Polañski no podría hacer otro espléndido film a partir de la vida de Wiera y el libro de Tuszyñska.
Ah, Wiera Gran, Weronika Grynberg. Jezierska, Jezierska.