Wajda, Janda, Tatarak
Carta a Maciek Rozalski:
Querido amigo:
Algunas de las críticas recibidas por la película Pan Tadeusz en mi país me avergüenzan. Porque demuestran la ignorancia de mis compatriotas en casi todo lo que no tenga que ver con su pequeño campanario, o con el gran campanario importado del otro lado del Océano. Les extraña a veces lo francés o lo italiano, imagínese usted lo polaco qué lejos les queda. Pero si las críticas a Pan Tadeusz fueron injustas por negativas, las dedicadas a la última película de Wajda, Tatarak, Cáñamo, fueron peores, puesto que tal vez impidieron que el film se estrenara en España. Nuestro país, como todos los europeos, está colonizado en lo cinematográfico en virtud de una ideología del libre mercado que es, en rigor, la del libre monopolio del cine americano. Respetable, al menos en el pasado. Lamentable, si trata de expulsar a los demás por medios sucios. Suele contar con colaboradores bien pagados en el interior. A veces incluso con críticos honestos y despistados. Así, una película espléndida como Katyñ consiguieron que pasara inadvertida. Había que cumplir, había que estrenar ese film. Y una vez estrenado lo dejaron caer. No hay libre mercado, no es que el público no aprecie una película así. Es otra cosa, más lamentable. Vi Tatarak en la Filmoteca española, el año pasado, gracias al Instituto polaco de cultura de Madrid. Al ver la película escribí lo siguiente a la Condesa, cuyo hermoso rostro es tan parecido al de la protagonista, Krystyna Janda.
Condesa, es duro vivir sin usted.
Condesa, la lejanía no es el síndrome, la enfermedad está en la desesperanza.
Que es un paso previo a la desesperación.
Aunque bien sé, Condesa, que son raros los que dan ese paso.
Que a menudo es último. Pero que, siendo último, no pocas veces se instala en tu vida como un bucle, un hábito o hasta una segunda naturaleza.
Ayer la vi a usted, Condesa, de noche, en una sala apagada con otras personas
Un film de Andrzej Wajda, Tatarak (Cáñamo).
Krystyna tiene ahí 57 años, y está muy bella, aunque no la reconocí al pronto.
Eran, de repente, 35 años más, o así, después de El hombre de mármol y El hombre de hierro.
Pero la encontré muy bella, a pesar del estrago del tiempo.
El film trata de la muerte y de la preparación para la muerte, y del duelo tras una muerte.
Krystyna y Wajda hacen homenaje al marido de ella, muerto el 5 de enero de 2008.
El film es de 2009, e incluye dos tramas paralelas: el relato de 1950 (que están filmando Wajda y su equipo) y el monólogo de Krystyna sobre Edward, su marido, “Zapiski ostatnie”.
Tal vez lo ha visto usted, Condesa. Es reciente. Aquí no se había estrenado, y dudo de que se estrene.
Como tantos países europeos, regiones europeas, comunidades pequeñas de Europa, como tanto y tantos, padecemos de la enfermedad del localismo en plena época de abarcar al otro en un solo mundo. La “política de campanario”, se dice aquí cuando se trata de una opinión pública que sólo se conmueve con las noticias locales y los prejuicios o supersticiones de la tribu. Usted lo sabe bien, Condesa, su tierra mantiene supersticiones tribales, lo mismo que la mía, aunque la índole de cada patetismo sea diferente…
En fin, se trata de un film que no se parece a ningún otro, sin intriga, apenas sin acción, todo muy introspectivo, íntimo, intenso.
En la Seis cuerdas (Borges) puede leerse: “Morirse es una costumbre / Que sabe tener la gente”.
Wajda insiste, una vez más, en que el cine dentro del cine de pie a historias, como en los dos films, El hombre de mármol y El hombre de hierro.
En El hombre de mármol, una joven (Krystyna) tiene que hacer un film de graduación, su tesina o su tesis, algo así, y prepara un documental sobre un antiguo trabajador ejemplar (stajanovista) que debió de acabar mal con el sistema. La muchacha es valiente, una versión femenina de James Dean o de Zbigniew Cibulski, el protagonista de Cenizas y diamantes y de El manuscrito encontrado en Zaragoza, que murió demasiado pronto.
En El hombre de hierro la perspectiva del realizador de cine es menos heroica: tiene que ir a provocar, a mentir, a dañar a los huelguistas de los astilleros de Gdañsk. No importa, el resultado, de nuevo, es el de que la verdad se pone en evidencia incluso ante la dificultad de censores e inquisidores. Todavía me pregunto cómo se pudieron rodar estas películas bajo un régimen comunista, por muy debilitado que estuviera, por muy culpable que se sintiera el comunismo polaco de no ser más que una máscara para el dominio soviético. Le recuerdo, condesa, que cuando se rodó El hombre de hierro todavía no había llegado Gorbachov a secretario general del partido comunista de la URSS. Y que El hombre de mármol se rodó pocos años después de la masacre de Gdañsk, y en tiempos de aquel siniestro personaje soviético llamado Leonid Brezniev. Eran también los tiempos de Edvard Gierek. ¿Le dirá algo este nombre a los jóvenes de la Polonia de ahora…?
Más información sobre Tatarak en IMBd.