Wagnerizando un poco
Escribe José María Vargas Vila en El ritmo de la vida: “¿Quién puede sentir el Entusiasmo de las lágrimas?…
…Pero si hay un entusiasmo lírico, algo que llamamos la Emoción Pindárica, a la cual debemos acaso, las más bellas páginas de la Lírica Helénica, cantante y flameante, que Horacio llamaba los Magna Sonatorum; la misma que, a través de los siglos, se encarnó en Ricardo Wagner, ese hombre que fue como un momento armónico y plástico de la Humanidad; ese huracán sinfónico, que empuja un alma hacia el Ideal y envuelve en la misma balumba el Arte y el Artífice, eso sí es Entusiasmo Lírico; embriaguez de Titanes: mar en furia donde suelen naufragar los astros.”
Vargas Vila, habitante de los suburbios modernistas, es hoy un escritor olvidado, frecuencia de eruditos. Sin embargo, fue muy leído en América y España a principios del Novecientos. Las palabras anteriores, con sus pródigas mayúsculas y la facilidad con que mezclan el helenismo, Wagner, lo ideal, los astros y los naufragios, suenan a vociferación y diseñan una duda: ¿habrá oído alguna vez este letrado, cierta música de Wagner?
Cualquier melómano sabe que sus obras sólo eran accesibles, enteras, a los habitantes de las grandes ciudades y que se pudieron escuchar grabadas como tales no antes de la aparición del microsurco. Antes, había que conformarse con fragmentos y no siempre en su lengua original, lo que desdibujaba grandemente las exigencias del autor.
No obstante, se wagnerizó de lo lindo durante medio siglo. ¿Fue la seducción del personaje, una moda, la colaboración del titanismo wagneriano con una cultura de la sobrecarga gestual, el prestigio del imperio alemán, surgido de dos o tres polvaredas sangrientas y erigido en guardían terrorista de Europa?
Si este amasijo de elementos llegó a la Colombia finisecular de Vargas Vila, sin duda es porque Wagner supo viajar lejos. Seguramente, sus admiradores de entonces no previeron las polémicas que viene suscitando en nuestros días entre directores de escena, públicos y críticos. ¿No será que continuamos inmersos en la titánica balumba vasgasviliana de los astros ideales y el entusiasmo lírico, aunque sea con minúsculas?